Cómo los marxistas se adueñaron del movimiento trabajador estadounidense

Por Trevor Loudon
30 de julio de 2019 6:20 PM Actualizado: 30 de julio de 2019 6:20 PM

Comentario

A pesar ser segundo detrás de los grandes medios de comunicación, y de la fuerte competencia que le dan Hollywood, las universidades y las iglesias de izquierda, el trabajo organizado es aún una importante «correa de transmisión» para bajar las ideas comunistas a las masas.

Este no fue siempre el caso. Por muchos años, el trabajo en Estados Unidos era anticomunista a ultranza. Pero desde 1995, los sindicatos estadounidenses han caído en su mayor parte bajo el control marxista. Esto le da a la extrema izquierda el músculo político para implementar ideas socialistas a través del Partido Demócrata, aún cuando esas políticas claramente dañan los intereses de los trabajadores representados por el sindicato.

El padre de la revolución bolchevique, V.I. Lenin, anunció proféticamente que el movimiento sindical «es una organización designada para reclutar y entrenar; es, de hecho, una escuela: una escuela de administración, una escuela de manejo económico, una escuela de comunismo».

Instrucción soviética

En los primeros días del comunismo estadounidense, el Partido Comunista de EE. UU. (CPUSA) mostró poco interés en el movimiento trabajador. En aquellos días, los sindicatos estadounidenses tendían a ser de oficios y bastante conservadores. Los comunistas simplemente no creían que tuviera mucho potencial revolucionario. Pero en 1921, los maestros soviéticos de los comunistas estadounidenses los corrigieron.

Bajo órdenes directas de Moscú, el CPUSA estableció la Liga Educacional de Sindicatos, como una afiliada en EE. UU. de la Profintern, la Internacional Sindical Roja creada por los soviéticos. El progreso fue lento pero continuo durante los años 20 y 30, a medida que el CPUSA comenzaba a infiltrarse e iniciar nuevas organizaciones de trabajo, tanto dentro como fuera de la «órbita» del cuerpo dominante de sindicatos en el país, la Federación Estadounidense del Trabajo (American Federation of Labor o AFL).

Cuando el líder del sindicato de los mineros, John L. Lewis, estableció en 1935 el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO), un precursor con mayor ideología de izquierda que competía con la AFL, los comunistas se subieron a bordo.

El CIO apoyó al presidente Franklin D. Roosevelt y a su masiva expansión de poder federal conocida como «New Deal«. En julio de 1943, el CIO estableció el primer comité de acción política en Estados Unidos, el CIO-PAC, para ayudar en la elección de Roosevelt. En contraste, la AFL era mucho menos partidaria y estaba más dispuesto a trabajar con cualquiera de los partidos principales para conseguir un mejor acuerdo para sus miembros.

El CIO sufrió gran presión a fines de los 40, cuando los estadounidenses comenzaron a darse cuenta de la enorme infiltración comunista dirigida por los soviéticos en su gobierno e instituciones.

Robert R. McCormick, editor del Chicago Tribune, afirmó que el CIO infiltrado por el comunismo se había vuelto la facción dominante en el Partido Demócrata nacional:

«Ellos lo llaman la convención nacional demócrata, pero obviamente es la convención del CIO. Franklin D. Roosevelt es el candidato del CIO y de los comunistas porque ellos saben que si es elegido, continuará poniendo al gobierno de Estados Unidos al servicio de ellos, tanto en casa como en el extranjero. […] El CIO está en la montura y el burro demócrata, bajo el látigo y las espuelas, está sumisamente andando el camino hacia el comunismo y el ateísmo. […] Todos saben que Roosevelt es el candidato comunista».

En 1946, el Partido Republicano tomó control tanto de la Cámara como del Senado. Ese Congreso aprobó la Ley Taft-Hartley, la cual, entre otras cosas, hizo que todos los oficiales de los sindicatos tuvieran que firmar una declaración jurada de que no eran comunistas en caso de que el sindicato quisiera elevar un caso a la Junta Nacional de Relaciones Laborales.

En los años siguientes, cientos de comunistas fueron purgados del movimiento trabajador de EE. UU., hasta que al CIO, una vez suficientemente «limpiado», se le permitió fusionarse con la AFL en 1955 para formar lo que hoy se conoce como AFL-CIO.

Durante casi 40 años, los trabajadores estadounidenses se mantuvieron bajo un liderazgo conservador y patriótico. Así fue hasta que lo que con demasiado optimismo se llamó «colapso del comunismo» convenció a la gente de EE. UU. que el «comunismo» ya no era una amenaza.

La organización marxista más grande de este país, los Socialistas Democráticos de América (DSA)—en efecto, el nuevo «partido comunista»—aprovechó mortalmente la peligrosa ilusión.

Reinfiltración

Alrededor de 1994, el presidente de la Federación Americana de Empleados Estatales, de Condado y Municipales, Gerald McEntee, contactó al AFL-CIO con su idea del «Proyecto ’95», una coalición con el objetivo de recuperar la Cámara para el Partido Demócrata. El presidente moderado del AFL-CIO, Lane Kirkland, rechazó la propuesta con el deseo de mantener la puerta abierta a algunos republicanos. McEntee y su compañero simpatizante de DSA, John Sweeney de la Unión Internacional de Empleados de Servicios, inmediatamente comenzaron a complotar para remover a Kirkland.

Según la edición septiembre-octubre de 1995 de Democatic Left de DSA:

«En breve, juntaron apoyo de una coalición que incluía no solo al núcleo de la vieja CIO (los Trabajadores de Automóviles, del Acero y los Mineros), sino de los Maquinistas, el nuevo modelo de Camioneros de Ron Carey, los Carpinteros y los Obreros. Y lo que comenzó como un incipiente descontento entre los principales líderes de los trabajadores con el Big Sleep de la era Kirkland, evolucionó en el transcurso del año a potencialmente la remodelación más profunda del trabajo desde la fundación del CIO».

Sweeney se unió formalmente a DSA justo antes de las elecciones del sindicato y prosiguió con la remoción de Kirkland para convertirse en presidente del AFL-CIO.

Según un artículo en Democratic Left de Harold Meyerson, miembro de DSA y experiodista del Washington Post, la «coalición progresista» de sindicalistas que removieron a Kirkland en 1995 fue liderada por McEntree, Richard Trumka, y George Kourpias. McEntee y Trumka (el actual presidente de AFL-CIO) eran simpatizantes de DSA desde hacía mucho tiempo. Kourpias era un miembro confirmado de DSA.

Según Workers World: «Luego de su victoria, Sweeney convocó varias reuniones de alto nivel con organizaciones de mujeres, tales como laCoalición [liderada por el CPUSA/DSA] Mujeres de Sindicato, como también el establecimiento de organizaciones de derechos civiles, y se reunió con los líderes de varios consejos centrales de trabajo en varias ciudades». El objetivo era construir puentes entre toda la izquierda de Estados Unidos, para crear un frente de masas unificado contra el Partido Republicano.

Sweeney heredó una constitución de AFL-CIO que prohibía formalmente a los comunistas tener puestos de liderazgo en la organización. El líder del CPUSA de Ohio, Wally Kaufman, encabezó los esfuerzos para abolir ese impedimento.

Según el People’s World del CPUSA:

«Kaufman había sido nominado para representar el consejo de jubilados en el comité ejecutivo de la Costa Norte de la Federación del Trabajo de AFL-CIO, pero dijo que no podía aceptar debido a la cláusula anticomunista. Esto causó un revuelo y se enviaron protestas al presidente del AFL-CIO, John Sweeney. En la siguiente convención AFL-CIO, la cláusula fue quitada en silencio. Los Pintores y la mayoría de los otros sindicatos hicieron lo mismo quitando provisiones similares en sus constituciones».

Militantes de los movimientos comunistas, socialistas y estudiantiles en los 60, 70 y 80 inundaron el trabajo organizado.

Una carta publicada en la edición primavera-verano 2000 del Democratic Left de DSA le aseguraba a los lectores:

«Mas miembros de DSA y alumnos de la Sección Joven de DSA están escalando los escalafones administrativos y de organización de los sindicatos internacionales del AFL-CIO y los grupos de solidaridad laboral global, mas que nunca en la memoria reciente».

Este cambio en el trabajo organizado explica el gran giro hacia la izquierda del Partido Demócrata de los últimos 25 años. A la vez que los sindicatos se movían hacia la izquierda, se adueñaban efectivamente de la maquinaria local del Partido Demócrata por toda la nación. El Partido Demócrata se volvió cada vez más dependiente del dinero, mano de obra y habilidades organizativas de los sindicatos para ganar elecciones. Casi no hay demócrata elegido a cualquier nivel en este país que no dependa en algún grado del apoyo del trabajo organizado.

Con este apoyo también hay condiciones. Por todo el país, los sindicatos marxistas impusieron sus candidatos y políticas en lo poco que quedaba de lo que alguna vez fue el vibrante y patriótico Partido Demócrata. Los sindicatos ayudaron a los demócratas a ganar elecciones.

En un ensayo de la misma edición de Democratic Left, Meyerson escribe:

«Las diferencias aquí están magnificadas porque la importancia estratégica de los sindicatos en la política estadounidense ha aumentado casi exponencialmente desde que John Sweeney tomó el timón en el AFL-CIO en 1995. Son los sindicatos los que han llevado a los demócratas al borde de recuperar el poder en el Congreso».

Pero fue un pacto con el diablo. Cuanto más a la izquierda se iban los demócratas, más pequeña se volvía su base tradicional—tanto más necesitaban la ayuda de los sindicatos—tanto más a la izquierda viraban. Es un ciclo vicioso de destrucción que ahora es casi imposible de revertir.

Por eso es que los demócratas y sus amos marxistas y sindicales están ahora tan obsesionados con asegurar la amnistía para los más de 20 millones de inmigrantes ilegales en el país. Los demócratas han destruido tanto su base tradicional que ahora solo pueden ganar importando millones de nuevos votantes del sur de la frontera.

Inmigración ilegal

A mediados de los 90, tanto los demócratas como los sindicatos se oponían vehementemente a la inmigración ilegal. Vieron con razón que los trabajadores ilegales eran más baratos que los trabajadores estadounidenses y socavaban la organización de sindicatos.

En el año 2000, en la convención nacional del AFL-CIO en Los Angeles, el líder de la Unión Internacional de Empleados de Servicio y camarada del DSA, Eliseo Medina, fue el ingeniero de un giro completo en las políticas del AFL-CIO hacia la inmigración ilegal. Los extranjeros ilegales ya no iban a ser evitados. Los demócratas ya no iban a hacer campaña para cerrar las fronteras. De ahora en más, los sindicatos iban a hacer campaña apoyando la amnistía de los inmigrantes ilegales.

Medina reveló la razón real del giro de 180 grados en la conferencia «America’s Future Now!» (¡El futuro de Estados Unidos ahora!) en Washington el 2 de junio de 2009. Medina se dirigió a los camaradas reunidos y les habló sobre la importancia vital de una «reforma cabal de la inmigración»—una frase en código para la amnistía.

Medina no mencionó los suplicios de los extranjeros ilegales, y se enfocó en cambio en cómo estos—si les otorgaban la amnistía—votarían por los demócratas.

Hablando de los patrones del voto latino en la elección de 2008, Medina dijo:

«Cuando ellos [los latinos] votaron en noviembre, votaron abrumadoramente por candidatos progresistas. Barack Obama consiguió dos de cada tres votantes que fueron a votar. […]

«[Si] reformamos las leyes de inmigración, eso pone a 12 millones de personas en el camino a la ciudadanía y eventualmente [a ser] votantes. ¿Pueden imaginar si tenemos—incluso la misma proporción—dos de cada tres?

«Si tenemos 8 millones de nuevos votantes […] estaremos creando una coalición para gobernar a largo plazo, no solo para un ciclo electoral».

Pero ahora, según el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), son 22 millones de inmigrantes ilegales. En otras palabras, Medina quiere crear un Estado de partido único socialista al sobrepasar la base del Partido Republicano.

Una pena para los trabajadores estadounidenses que se quedan sin trabajo o que tienen ingresos mucho menores de lo que acostumbraban. Los sindicatos liderados por los marxistas no se preocupan por los trabajadores—solo se preocupan por la revolución y el poder crudo.

Ahora se les pide a los sindicados estadounidenses que acepten el Medicare for All, que se originó en DSA, el cual pondría a la mayoría de ellos en interminables listas de espera para las operaciones más rutinarias. También se les pide aceptar el Nuevo Pacto Verde (Green New Deal) marxista, el cual destruiría completamente la base industrial de Estados Unidos, la cual les provee empleos, y al ejército de EE. UU., que custodia sus libertades.

Hoy el Partido Demócrata es la herramienta de los sindicatos. Los sindicatos de hoy están controlados por los marxistas revolucionarios. Millones de miembros de los sindicatos que apoyan a los veteranos de guerra, la portación de armas, que aman a su bandera y son patriotas están siendo conducidos hacia el socialismo por sus traicioneros líderes antiestadounidenses. Y podrían estar arrastrando al resto de nosotors, junto con ellos, al infierno.

Por eso es que Donald Trump Jr. tenía razón cuando dijo recientemente que la elección 2020 se trataría de «comunismo versus libertad».

Trevor Loudon es autor, cineasta, y orador público de Nueva Zelanda. Por más de 30 años, ha investigado a la izquierda radical, al marxismo, y los movimientos terroristas y su influencia encubierta en la política.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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