Cómo el comunismo condujo al fascismo y la violencia

Una reseña del libro “El espectro de la guerra: El comunismo internacional y los orígenes de la Segunda Guerra Mundial”

Por Anders Corr
23 de Agosto de 2022 4:19 PM Actualizado: 23 de Agosto de 2022 4:19 PM

Opinión

El comunismo es una ideología supuestamente destinada a lograr la igualdad y la paz. Aun así, en realidad, su promoción de dictaduras y la toma violenta de los medios de producción lo han llevado invariablemente a algunos de los peores regímenes autoritarios del mundo.

Como resultado, decenas de millones han muerto en guerras, hambrunas y genocidios, incluyendo coreanos, afganos, chechenos, ucranianos, vietnamitas, uigures, tibetanos y practicantes de Falun Gong.

Lo que menos se entiende es cómo las revoluciones comunistas, incluida la original en Rusia de 1917, y sus réplicas en toda Europa y Asia, provocaron la reacción fascista que condujo a la violencia social y racista en la Italia y la Alemania de entreguerras, y el apaciguamiento por parte de Gran Bretaña y los países de Europa del Este que allanó el camino para la guerra y el genocidio de los nazis.

Esta brecha la trata de explicar el nuevo libro informativo de Jonathan Haslam, “El espectro de la guerra: El comunismo internacional y los orígenes de la Segunda Guerra Mundial” (Princeton University Press, 2021). Haslam es profesor en la Universidad de Cambridge en Gran Bretaña y utilizó archivos de toda Europa para su estudio.

Ideología del comunismo

Poco después de la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial, los periodistas británicos comenzaron a notar lo que llamaron el “imperialismo bolchevique”, o el impulso para exportar el comunismo de Rusia al mundo. No solo los rusos sufrieron bajo el comunismo, señalaron. El mundo corría el riesgo de caer ante sus ejércitos invasores, nacionales y extranjeros.

La ideología comunista del marxismo-leninismo (entonces conocida erróneamente por la autodescripción de “bolchevismo” o “los de la mayoría”) fue clave para el imperialismo de Rusia, ya que Rusia era un estado débil en relación con sus pares, y dependiente de trabajadores y campesinos que, según los bolcheviques, se beneficiarían del derrocamiento violento del capitalismo. Esta “clase trabajadora” era susceptible a la ideología comunista que afirmaba falsamente que los “liberaría” de sus “cadenas”.

El dictador ruso y líder comunista Vladimir Ilich Lenin pronuncia un discurso de celebración como jefe del primer gobierno soviético en la Plaza Roja, en el primer aniversario de la Revolución Rusa de 1917, el 7 de noviembre de 1918. (P Otsup/Getty Images)

La propaganda bolchevique tenía tanto éxito en 1918, según el embajador de Suiza en Francia, que “en todas partes hubo disturbios, revueltas y convulsiones”.

Las democracias sólo podían sobrevivir en estas condiciones, según Haslam, “haciendo extravagantes promesas vacías de reforma social -en Gran Bretaña, “casas para los héroes” que nunca se construyeron- y de una distribución más igualitaria de la renta, retrasando el inevitable momento en que estos pagarés se venzan ante la probabilidad de que los medios para cumplirlos fueran insuficientes para satisfacer la apremiante demanda”.

Origen del fascismo italiano

En el contexto del creciente malestar comunista en la Italia de entreguerras, la corrupción gubernamental tanto política como financiera condujo a una democracia “crónicamente débil”, según Haslam. “A medida que la izquierda extrema los presionaba, sucumbían poco a poco”, escribe. “Mientras lo hacían, el resentimiento compensatorio creció lenta pero resueltamente a nivel local, inflamado por la derecha”.

Para 1919, surgió un movimiento ultranacionalista en Italia “cuando las ligas de excombatientes [de la Primera Guerra Mundial] reaccionaron violentamente en momentos en que los antimilitaristas socialistas bloquearon la construcción de monumentos para conmemorar a los muertos en la guerra, despreciando a quienes usaban condecoraciones por el servicio a su país”.

En respuesta a la “incesante intimidación de la extrema izquierda”, según Haslam, y sólo tres años después de la Revolución Rusa, Italia tuvo su primera asamblea general en 1920 de un movimiento fascista emergente.

Los primeros fascistas italianos estaban en contra de la Sociedad de Naciones y el dominio financiero de su país. Se opusieron a perturbadoras “oleadas de huelgas en las ciudades de Roma, Nápoles, Turín, Milán y Génova en los tranvías y ferrocarriles, entre los taxistas y en los servicios postales y eléctricos; igualadas por las [huelgas] de los trabajadores agrícolas en Apulia, Emilia-Romaña y el Véneto”, escribe Haslam.

La inflación y la violencia fueron el resultado de los disturbios comunistas, lo que dañó la estabilidad política y financiera no solo de los propietarios italianos, sino también de los jubilados, los trabajadores administrativos y los que tenían ingresos fijos.

Mientras tanto, “el resto de Europa entró en pánico cuando el Ejército Rojo [ruso] atravesó Polonia y se dirigió a Varsovia en agosto [de 1920]”, escribe Haslam.

De esta rápida expansión del comunismo, y la respuesta ineficaz de las formas establecidas de gobierno democrático, surgió la necesidad percibida de hombres fuertes en las democracias, incluido Benito Mussolini en Italia.

La Alemania nazi

El fascismo, y su sobrerreacción violenta, racista, oportunista y autoritaria frente a la violencia, el oportunismo y el autoritarismo de la ideología comunista que, en última instancia, también se convertiría en racista, creció en estas condiciones y persistió mientras Adolf Hitler orientaba el fascismo hacia sus propósitos territorialmente expansionistas y genocidas.

“Países enteros, incluidos Polonia, Rumania y Checoslovaquia, fueron aislados con mayor facilidad, seleccionados uno por uno y luego borrados del mapa por Hitler porque para cada uno de ellos el temor al gobierno comunista finalmente resultó ser mayor que el miedo a los nazis”, escribe Haslam.

Un mes después de la invasión a Polonia, invasión que inició la Segunda Guerra Mundial, las tropas alemanas desfilan frente a Adolf Hitler y los generales nazis en Varsovia, Polonia, el 5 de octubre de 1939. (Dominio público)

En ese momento, señala, la amenaza de la Unión Soviética era bien conocida, incluso en Gran Bretaña. No tanto, “la escala y la profundidad de eso que se avecina[ba] desde… la Alemania nazi”.

Los funcionarios británicos, que se suscribían a la economía clásica, esperaban desbaratar las amenazas tanto del comunismo como del fascismo mediante la presión diplomática y esa fuerza muy británica, el comercio internacional. Pero Rusia no evolucionó “milagrosamente”, como se esperaba. Tampoco, en realidad, la Alemania nazi.

El Comintern provoca el apaciguamiento

Esta despreocupación británica persistió frente a los disturbios comunistas y fascistas, a pesar de la fundación de la Internacional Comunista (Comintern) en 1919 para promover revoluciones a nivel mundial, con el requisito adicional en 1920 de obedecerle plenamente a Moscú.

Haslam accedió a los archivos del Comintern para su libro.

En 1921, el Comintern apoyó directamente la fundación del Partido Comunista Chino (PCCh), por ejemplo, que amenazaba los intereses británicos en el país.

Los bolcheviques en China “basaron sus actividades en los grupos de discusión estudiantil existentes, a partir de los cuales ayudaron a crear organizaciones comunistas en Beijing, Shanghai, Tientsin, Cantón, Hankow, Nanjing y otros lugares”, según Haslam.

La propaganda soviética inundó China, vista como el eslabón más débil del “capitalismo global”. Inspiró malestar y revoluciones de variedades nacionalistas, raciales y comunistas superpuestas en la década de 1920 contra los señores de la guerra y los extranjeros, incluidos los británicos. Nacionalistas y comunistas libraron una guerra civil en China entre 1927 y 1936, pero por lo demás estuvieron relativamente unidos en sus intentos de expulsar al “imperialismo” extranjero.

Esta imagen de archivo, tomada en octubre de 1935, muestra al presidente del Partido Comunista Chino, Mao Zedong (izq.), y a Zhu De, en la provincia norteña de Shaanxi. (Xinhua/AFP vía Getty Images)

“Incluso cuando los regímenes insurrectos muestran una firme determinación de socavar el funcionamiento de todo el sistema internacional, la tendencia [británica] ha sido invariablemente asumir que el ‘sentido común’ tarde o temprano regresará y reafirmará su dominio natural”, escribe Haslam, quien señala que los británicos llaman a esto “espera vigilante”, mientras que los estadounidenses lo llaman “paciencia estratégica”.

En 1936, “el bolchevismo estaba de vuelta en Europa, encabezado por el Frente Popular de la Comintern en Francia y España”, según Haslam.

“Mussolini fue asumido [por los funcionarios británicos] como alguien fundamentalmente sólido en casa donde mantuvo al bolchevismo en su lugar y a Gramsci [el comunista italiano] en prisión, aunque provocativo en sus ambiciones extranjeras”.

“Las violaciones al Tratado de Versalles por parte de Hitler, incluso la reocupación de Renania, fueron vistas [por los británicos] como la rectificación necesaria de las injusticias recientes; el fascismo en Alemania, como en Italia y luego en España, fue visto como un antídoto necesario para los excesos revolucionarios”.

Mientras que el exprimer ministro británico Neville Chamberlain suele ser retratado como débil, lo que aparentemente lo llevó a apaciguar a Hitler, Haslam lo retrata como un antisemita encubierto y admirador de hombres fuertes como Hitler y Mussolini.

El apaciguamiento a Hitler por parte de Chamberlain se presenta no tanto como una debilidad, sino como un acuerdo ideológico oculto con el fascismo como antídoto contra el comunismo, y una ignorancia racista y deliberada de sus atrocidades.

En el libro aparece una sesión informativa extraoficial de Chamberlain en la que un reportero recordaba: “Cualquier pregunta formulada en la mesa sobre, por ejemplo, los informes de las persecuciones a los judíos, las promesas incumplidas de Hitler o las ambiciones de Mussolini, recibía una respuesta en líneas bien establecidas”.

Relevancia en la actualidad

xi putin
El presidente ruso Vladimir Putin y el líder chino Xi Jinping posan para una fotografía durante su reunión en Beijing el 4 de febrero de 2022. (Alexei Druzhinin/Sputnik/AFP vía Getty Images)

Hoy no son Hitler y Mussolini quienes amenazan con la guerra y toman territorio, sino Xi Jinping y Vladimir Putin. Estos últimos son igual de racistas, contra los ucranianos, los uigures y los tibetanos, por ejemplo.

Sin embargo, dada la economía masiva de China y la utilización de tecnología de vigilancia sofisticada, este eje totalitario ruso-chino renovado es posiblemente más peligroso que los del siglo XX.

Tanto China como Rusia buscan explotar la polarización política en Estados Unidos y Europa para hacer que el legislador del otro lado del pasillo parezca más una amenaza que el dictador al otro lado del océano.

Como deberían demostrar los paralelos anteriores, existe de nuevo el riesgo de que las democracias reaccionen exageradamente a las diferencias políticas internas y transformen sus propias sociedades en aquellas que ellos mismos establecieron contra las dictaduras y las guerras. El libro de Haslam es una buena manera de recordarnos los objetivos comunes que tenemos como estadounidenses, los peligros tanto del comunismo como del fascismo, y cómo estas ideologías extremas se alimentan entre sí. Esperemos que el libro se lea y nos ayude a evitar ambos peligros en el futuro.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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