Con el coronavirus el régimen chino lanzó un golpe maestro geopolítico

Por Conrad Black
02 de diciembre de 2020 2:11 PM Actualizado: 02 de diciembre de 2020 2:11 PM

Opinión

A menos que exista una forma de realizar una investigación tan amplia que pueda demostrar más allá de toda duda razonable las circunstancias y, en su caso, las motivaciones para la liberación del coronavirus en el mundo, y que de ella derive alguna acción internacional integral contra China, se podría decir que el coronavirus es la ofensiva geopolítica más brillante e imaginativa de cualquier país importante desde que se dio a conocer la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) del presidente Ronald Reagan en 1983.

Se recordará que, a pesar de haber sido ampliamente denostada como «La guerra de las galaxias» y ridiculizada por el Boletín de Científicos Atómicos y otros, por exigir el lanzamiento a una altitud de 150,000 pies un aparato del tamaño del lujoso transatlántico del período de entreguerras, el Aquitania de 45,000 toneladas, esta propuesta dejó tan perplejos a los dirigentes soviéticos, que se desesperaron por su capacidad de mantener la paridad militar nuclear con Estados Unidos, y emprendieron el camino de la desintegración.

Por supuesto, aquellos que dijeron que tomaría décadas para llevar el sistema de defensa antimisiles no nuclear basado en láser a un funcionamiento eficiente estaban en lo cierto y no existe todavía una versión a prueba de fugas de ese sistema. Pero el Sr. Reagan y sus asesores calcularon que la Unión Soviética estaba gastando cerca del 50 por ciento del PIB en defensa para mantener la paridad con Estados Unidos y que el surgimiento de la posibilidad de un sistema integral de defensa antimisiles sacudiría seriamente al Kremlin, y estaban en lo cierto.

Yo no imputo a la República Popular China la diabólica creación del coronavirus en el laboratorio bacteriológico de Wuhan, y luego su transmisión sistemática al mundo. Hay evidencia discutida sobre este punto en el que fuentes científicas chinas contrarias al régimen han afirmado persistentemente que eso es precisamente lo que ocurrió.

Entre tales acusadores hay persecuciones y desapariciones por lo que sería ingenuo asumir que los líderes chinos son éticamente incapaces de tal cosa. No soy un científico, pero es más probable que el coronavirus salió accidentalmente del laboratorio y llegó al público de la ciudad de Wuhan.

Era conveniente y es una tradición del régimen chino afirmar que esos virus se transmiten inadvertidamente a través del mercado de alimentos para animales vivos de Wuhan.

Decisión ejecutiva

Es prácticamente imposible discutir sobre cómo el Estado chino ejerció su autoridad totalitaria en un intento de erradicar el virus dentro de China tomando medidas drásticas, mientras lo propagaba libremente en el extranjero. En apoyo de esto, los chinos cooptaron sin esfuerzo la complicidad casi de lavado de cerebro de la Organización Mundial de la Salud.

Es posible conceder a los chinos cierta libertad de criterio sobre el probable daño que causaría su negligencia al no contener el coronavirus o advertir a otros países de sus peligros. Pero ahora es imposible excusarlos o dar la más mínima credibilidad a sus afirmaciones de inocencia.

Durante un tiempo Beijing culpó del coronavirus a los miembros itinerantes de las fuerzas armadas de Estados Unidos y más recientemente a Italia, pero todo es una tontería. Esto hace que sea aún más absurdo de lo que sería de otra forma el lamento de la izquierda estadounidense de que el presidente Trump está involucrado en racismo cuando se refiere a él como la gripe de Wuhan o la gripe china.

Quienquiera que tomara la decisión ejecutiva en el régimen chino de propagar este virus por todo el mundo (y debe haber sido a un nivel muy alto), habría tenido alguna idea de las probables consecuencias, pero no se le puede atribuir la clarividencia de darse cuenta de la gravedad con la que dislocaría a las sociedades occidentales y perturbaría la política de algunos países occidentales.

Es posible que apuntaran directamente a Estados Unidos. De ser así, deberían ser condenados por lo que equivale a una guerra bacteriológica, reconocida desde hace tiempo como un método diabólico e infrahumano de conducción de hostilidades, a la que ni siquiera Hitler o Stalin cayeron en la Segunda Guerra Mundial después de la experiencia de la guerra del gas en la Primera Guerra Mundial (por la que Hitler se vio personalmente afectado).

Es concebible que los estrategas chinos reconocieran que enviar el coronavirus al extranjero en enero de 2020 podría causar una inmensa crisis de salud pública en Estados Unidos de la que el presidente podría ser la víctima política. Esa no es una suposición irrazonable. China podría haber esperado un daño aún mayor del que se produjo, ya que nadie podía confiar en que una vacuna pudiera desarrollarse tan rápidamente.

Una derrota aplastante

Antes de la llegada del virus a Estados Unidos se pensaba que el presidente Trump era probable que fuera reelegido. Casi había terminado con la inmigración ilegal y el desempleo y tenía un éxito indiscutible en la mayoría de las áreas políticas y tenía una gran cantidad de seguidores.

Sus oponentes estaban algo resignados, pero la llegada del coronavirus dio a los demócratas nuevas esperanzas que explotaron hábilmente. Para ellos fueron de gran ayuda las relaciones públicas erráticas del presidente y su tendencia a minimizar la importancia de la enfermedad, aunque su gestión real de la producción del equipo necesario y el desarrollo de una vacuna y su defensa en general de una política de determinación y no de cobardía, fueron todas dignas de elogio.

Sin embargo, sus oponentes en los medios de comunicación aterrorizaron al país con el fantasma de la muerte por el virus, aunque solo es mortal para alrededor del uno por ciento de las personas que lo contraen. Su susceptibilidad a ser acusado de una actitud arrogante ante el virus lo hizo electoralmente vulnerable.

Si el presidente Trump es derrotado, será reemplazado por un tradicional conciliador de China, Joe Biden, cuya familia recibió millones de dólares por servicios no obvios prestados por China mientras Biden era el vicepresidente, y él está prometiendo una política más conciliadora hacia China.

Desde la perspectiva estratégica china, la aparente decisión del público estadounidense de reemplazar a Donald Trump por Joe Biden sería una victoria masiva. Esto además se prevé aún más contundente por la confusa y débil respuesta al coronavirus por parte de casi todos los principales países europeos.

La canciller alemana Angela Merkel estaba en el punto de mira de todos modos, pero el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro británico Boris Johnson eran líderes nuevos, animados y atractivos cuando llegó el coronavirus, pero sus medidas de cierres severos una y otra vez, impuestos a personas con una gran aversión al autoritarismo gubernamental como cualquier otro en el mundo, bajaron seriamente su posición política.

En una palabra, con poco costo para sí misma, China, un país cuyo Partido-Estado puede hacer cumplir su voluntad sin prestar atención a los inconvenientes de aquellos a quienes afecta, puede haberse deshecho de su mayor rival en el mundo, el presidente Trump, y haberlo reemplazado por un tembloroso exapaciguador, puede también haber reducido a Europa Occidental a una parvada de gansos asustados y enviado un mensaje a Japón, India, Corea del Sur y sus otros vecinos de que con una indiscreción bacteriológica menor China puede sacudir severamente a cualquier rival. Es uno de los mayores triunfos de autoafirmación en 3500 años de historia china y es un golpe maestro geopolítico.

Si Trump de hecho pierde, será responsabilidad de la débil administración Biden y de los ocupantes de lo que solía llamarse las cancillerías de Europa, tratar de contrarrestar, si no de castigar, este rayo chino. Que nadie dude que todo el mundo occidental ha sufrido una derrota aplastante, aunque no irreversible, a manos de los amos de Beijing.

Conrad Black ha sido uno de los financieros más prominentes de Canadá durante 40 años, y fue uno de los principales editores de diferentes periódicos del mundo. Es autor de biografías fidedignas de Franklin D. Roosevelt y Richard Nixon y, más recientemente, de «Donald J. Trump: Un presidente como ningún otro», que está a punto de ser reeditado en forma actualizada.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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