COVID-19 y la renuncia al sentido común y la decencia humana

Por Dustin Bass
27 de mayo de 2020 7:59 PM Actualizado: 27 de mayo de 2020 8:00 PM

Comentario

Desde que la amenaza de 2.2 millones de muertes cruzó las fronteras de EE.UU. en forma de COVID-19, los estadounidenses tomaron las medidas aparentemente necesarias para cerrar la economía nacional. Las altas cifras de mortalidad se basaron en modelos predictivos construidos por el Equipo de Respuesta al COVID-19 del Imperial College de Londres, dirigido por el Prof. Neil Ferguson.

El COVID-19 sería la amenaza respiratoria más grave desde la pandemia de influenza de 1918. Se necesitarían métodos de «supresión» para mitigar la infección y el número de muertes. Estos métodos tendrían que mantenerse en marcha durante «18 meses o más», hasta que se pudiera crear una vacuna.

Vale la pena repetirlo: 2.2 millones de muertes y 18 meses de métodos de supresión. Es interesante, exasperante y alarmante que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y muchas otras organizaciones y profesionales médicos confesaron abiertamente (y aún confiesan) que sabían poco sobre la enfermedad, y aún así se defendieron con audacia estas indignantes afirmaciones como si fueran certezas absolutas.

No solo respaldaron estas afirmaciones, sino que también respaldaron al hombre que las produjo. Estas proyecciones provienen de la misma persona —Ferguson— que sugirió en 2005 que la gripe aviar podría matar hasta 200 millones de personas. De 2003 a 2015, 440 personas murieron a causa de la enfermedad aviar. También predijo que entre 50 y 150,000 (un rango bastante amplio) podrían morir por el brote de la enfermedad de las vacas locas de 2002.

Pero Ferguson no está solo. David Nabarro, de la OMS, advirtió que entre 5 y 150 millones podrían morir por la gripe aviar de 2005. En 1992, el susto de la enfermedad de las vacas locas en Inglaterra llevó al sacrificio de 4.4 millones de vacas, después de que se estimara que aproximadamente 180,000 estaban infectadas. Los CDC predijeron que Liberia y Sierra Leona sufrirían entre 550,000 y 1.4 millones de muertes durante el brote de Ébola de 2014. Menos de 12,000 murieron.

Las estadísticas a las que se debería haber adherido eran las elaboradas por el CDC en octubre de 1999 en relación con una posible pandemia de influenza, antes de que ésta comenzara. Sus predicciones fueron muy precisas con lo que ha sucedido en Estados Unidos. Predijo entre 314,000 y 734,000 hospitalizaciones; 89,000 y 207,000 muertes; y los pacientes de alto riesgo representarían el 84% de todas las muertes. Hasta ahora, se han producido casi 191,000 hospitalizaciones, un poco más de 98,000 muertes, y el 79.7% de las muertes han sido de personas de 65 años o más.

La mala información debería introducir una «nueva normalidad»

El término «nueva normalidad» se ha propagado continuamente por organizaciones y academias de especialistas de la salud a través de los medios de comunicación. Sin duda, los líderes de opinión han aceptado plenamente esta recomendación.

Esta es la nueva normalidad: guantes y mascarillas. No toquen nada. El distanciamiento social. Aislamiento de los ancianos. No más apretones de manos. ¿Abrazos? ¡No seas absurdo! ¿Reuniones de la iglesia? Solo en el estacionamiento, en autos separados, con las ventanas cerradas. ¿Cenar en restaurantes? Los pedidos para llevar tendrán que ser suficientes. Esto, señoras y señores, es la nueva normalidad. ¿No es maravilloso?

Algunas cosas parecen totalmente ridículas, pero eso no ha impedido que la gente vaya más allá de lo ridículo para evitar la transmisión. La pregunta es: ¿cuánta de la información que sale es fiable?

El Dr. Anthony Fauci, que se ha convertido en un nombre familiar, salió en «60 Minutos» el 8 de marzo y dijo, «No hay razón para andar por ahí con una mascarilla». El 12 de mayo en PBS NewsHour, recomendó a la gente usar mascarillas. El CDC recomendó cubrise la cara con mascarillas en abril, pero principalmente cuando se encuentran en «áreas de transmisión significativa en la comunidad». Esto no ha impedido que la gente lleve mascarillas en sus vehículos o en zonas aisladas.

En marzo y abril se publicaron estudios que indicaban que el coronavirus podía permanecer en superficies de metal y plástico durante días, incluso semanas. Eso se ha cambiado a 72 horas.

El 12 de mayo, Fauci testificó ante el Senado que podría haber graves consecuencias si el país se reabriera demasiado pronto. El 22 de mayo, declaró que se podría causar un «daño irreparable» si el cierre duraba demasiado tiempo.

El conflicto de opiniones es obvio, pero con respecto a su entrevista del 22 de mayo, surge la pregunta: ¿cuánto tiempo es demasiado tiempo según Fauci? A mediados de marzo, la mayoría de los Estados comenzaron sus cierres. Al pueblo estadounidense se le prometió un confinamiento de 14 días, e incluso eso se sintió como un tiempo muy largo. Estos cierres han durado más de dos meses, con algunos gobernadores y alcaldes resistiéndose a la reapertura.

El «daño irreparable» ya ha comenzado. Cuando el presidente, Donald Trump, advirtió de la depresión y del aumento en las tasas de suicidios, los medios se burlaron y «verificaron los hechos» a su manera hasta llegar al olvido. Fue una respuesta mediática esperada. Pero Trump fue acertado. La historia muestra la correlación directa entre un mercado laboral pobre y las tasas de depresión/suicidio. Entre 1920 y 1928, la tasa de suicidios fue de 12.1 por cada 100,000 personas. Se disparó a 18.1 en 1929. El pobre mercado laboral en la década de 1980 creó un aumento de suicidios. Más recientemente, hubo un aumento de 10,000 suicidios en Europa y Estados Unidos entre los primeros años de recesión de 2007 a 2009.

Un informe de The Washington Post a principios de mayo muestra que Estados Unidos se dirige hacia una crisis de salud mental importante que incluye aumentos sustanciales en la depresión y suicidios.

¿A quién y qué protegemos?

Las campanas de alarma sonaban para proteger a los ancianos y a los que tienen inmunodeficiencia. Este fue el paso obvio a seguir. Pero algo idiota ocurrió. La idea de justicia se encargó de eso.

Si algunos tenían que confinarse, entonces todos tenían que confinarse. Los jóvenes y los sanos fueron reducidos a ancianos y enfermos. Aquellos con trabajos cotidianos se unieron a aquellos que vivían de sus pagos del seguridad social. El insulto de 1200 cheques se distribuyó a las masas como un gesto de buena voluntad; y esos fueron distribuidos casi un mes después del inicio del cierre. La promesa de aumentar los cheques de desempleo se repartió como si el trabajador estadounidense hubiera estado amordazado por la oportunidad de quedarse en casa durante semanas.

Las pequeñas empresas se vieron obligadas a cerrar con la amenaza de multas y horas de cárcel —algunas de ellas cumplieron con esas amenazas antiestadounidenses— mientras que a las grandes empresas, como WalMart, Target y Home Depot, les permitieron permanecer abiertas. Los lugares de culto y sus feligreses fueron despojados de sus derechos de la Primera Enmienda, ya que los políticos consideraron que la base de la vida estadounidense «no es esencial».

No solo se sacrificó el sentido común en el proceso, sino también la decencia humana. Mientras los estadounidenses se apresuraban a reunir lo que quedaba de su existencia, los más vulnerables eran elegidos como blanco de la forma más cruel de eutanasia, ya que el gobernador, Andrew Cuomo, obligó a los centros de cuidados a largo plazo a abrir sus puertas a los infectados. Esto llevó a miles de muertes dentro de la comunidad de ancianos.

Nueva York no está sola. Los datos de 14 Estados muestran que las muertes en las centros de atención para ancianos constituyeron entre el 52 al 80% de la tasa de mortalidad. Es una cuestión de moralidad que no puede ser ignorada; no debe ser ignorada. Es una burla que no puede pasar sin retribución.

Por encima de las muertes masivas en estos centros de cuidados a largo plazo, las familias de todo el país se han mantenido alejadas de sus padres y abuelos por ley para la seguridad de todos. Esta supuesta medida de protección, sin embargo, no ha protegido a esos miles de ancianos en cuidados de baja calidad que están siendo rechazados y a veces abusados por sus enfermeras y personal.

Mientras que muchos claman por más restricciones, cierres más prolongados y billones de dólares más para que más personas puedan permanecer en casa, lo peor de todo está sucediendo. Mientras los medios de comunicación dominantes defienden la tiranía de los gobernadores, como Gavin Newsom, Gretchen Whitmer, JB Pritzker, Jay Inslee y Cuomo, no tienen en cuenta los verdaderos problemas que se están produciendo entre el pueblo estadounidense.

Whitmer llamó a sus propios electores «racistas y misóginos» por exigir la reapertura de la economía estatal. Pritzker calificó de «reprobable» que un periodista informara el hecho de que su esposa rompió la cuarentena para ir a Florida mientras el resto del estado tenía que quedarse en casa. Newsom ha mostrado su desdén por los ciudadanos del estado al prometer que deberán pagar 75 millones más en impuestos para pagar el seguro de desempleo para los inmigrantes ilegales. Inslee ha ignorado los resultados mortales de colocar a los infectados en centros de atención a largo plazo al abrir recientemente unidades COVID-19 dentro de algunos de ellos.

Se ha vuelto dolorosamente obvio que los ancianos, las consecuencias económicas, las repercusiones en la salud mental y las libertades garantizadas por la Constitución importan muy poco.

Lo que se podría haber evitado

Cuando el COVID-19 entró en escena, fue casi una blasfemia compararlo con la gripe. Y aún así, cuando lo miramos, no podemos evitar ver las similitudes numéricas.

Si Estados Unidos hubiera tratado esta pandemia como la gripe, las consecuencias habrían sido manejables. El sentido común se habría establecido para todos. Los que estaban enfermos se habrían puesto en cuarentena. Los ancianos y los inmunodeficientes habrían permanecido protegidos, pero sin el pandemónium, que llevó a órdenes muy negligentes en detrimento de los centros de atención a largo plazo. La gente se habría vuelto más cautelosa al lavarse las manos.

Lo más probable es que los precios de las acciones de los desinfectantes de manos, guantes de goma y mascarillas hubieran subido, pero esos son precios que podemos manejar. Existe la posibilidad de que la gente todavía hubiera actuado como si el mundo del papel higiénico se estuviera conformando con una sola capa.

Podríamos haber dejado el asunto en manos de adultos responsables cuando se trataba de distanciarse socialmente y estornudar en nuestros codos, en lugar de pretender que los únicos responsables estadounidenses son los que ocupan cargos políticos.

Hay grandes preguntas ante nosotros. ¿Quién será responsable? Ferguson dijo sarcásticamente: «Pagaremos por este año durante las próximas décadas». ¿Pero qué pagará él? Su renuncia al Colegio Imperial después de romper las reglas de aislamiento para encontrarse con su amante casada no es una compensación; es un «jalón de orejas» autoinfligido por mostrar la más intolerable arrogancia.

¿Se puede confiar plenamente en los CDC y la OMS? ¿Se ha convertido la ciencia en nada más que experimentos en curso para destruir trágicamente la vida de las personas? ¿Cuál será el precio a pagar por aquellos gobernantes que, a propósito o inadvertidamente, causaron la muerte de miles de personas debido a políticas ilógicas y crueles? ¿Cuál será el resultado para los medios de comunicación cada vez más destructivos que no se preocupan por la verdad o por las personas para las que se supone que sus supervisores?

Y, por último, ¿puede el pueblo tener el valor de resistir a un gobierno tiránico, a unos medios de comunicación engañosos, y salvar la brecha entre las diferencias ideológicas sobre la base de que somos nosotros los que sufrimos y sufrimos juntos?

¿Podrá este momento de la historia estadounidense, donde todos se obsesionaron con la histeria, finalmente hacernos entrar en razón? ¿O se convertirá esto —esta locura absoluta— en nuestra nueva normalidad a la que entregamos totalmente nuestro sentido común y nuestra decencia humana?

Dustin Bass es el cofundador de «The Sons of History», una serie de YouTube y un podcast semanal sobre todas las cosas de la historia. Es un experiodista y escritor que se convirtió en empresario.


Apoye nuestro periodismo independiente donando un «café» para el equipo.


A continuación

EEUU: PCCh usa red de cuentas falsas en Twitter para desinformar sobre la pandemia

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

Cómo puede usted ayudarnos a seguir informando

¿Por qué necesitamos su ayuda para financiar nuestra cobertura informativa en Estados Unidos y en todo el mundo? Porque somos una organización de noticias independiente, libre de la influencia de cualquier gobierno, corporación o partido político. Desde el día que empezamos, hemos enfrentado presiones para silenciarnos, sobre todo del Partido Comunista Chino. Pero no nos doblegaremos. Dependemos de su generosa contribución para seguir ejerciendo un periodismo tradicional. Juntos, podemos seguir difundiendo la verdad.