Desinformación, coronavirus y el poder de la prensa

Por Ronald J. Rychlak
12 de abril de 2020 6:56 PM Actualizado: 12 de abril de 2020 6:58 PM

Comentario

Se ha empleado mucha tinta para tratar de señalar al culpable de la propagación del COVID-19.

Aunque la mayoría de la gente ahora reconoce que el nuevo coronavirus se originó en Wuhan, China, todavía hay debate sobre si vino de un laboratorio biológico o de un «mercado mojado».

Gran parte de la confusión inicial sobre el origen del virus puede atribuirse a los informes gubernamentales destinados a minimizar el impacto aparente del virus y a negar la responsabilidad por el mismo. Como se cita en el LA Times, el portavoz de la Comisión Europea Peter Stano llamó a estos primeros informes inexactos una «infodemia de desinformación».

Muchas de las impactantes «noticias falsas» sobre el virus provienen de China, Rusia e Irán. Los gobiernos de cada una de esas naciones controlan los medios de comunicación. No proporcionan ninguna protección a la prensa libre. Sin eso, la prensa se convierte en un brazo propagandístico del gobierno. Las noticias confiables desaparecen. El mundo está experimentando ahora de primera mano las implicaciones de no tener una cobertura informativa independiente.

La desinformación más significativa y más destructiva proviene del régimen comunista chino. Comenzó tan pronto como los casos de COVID-19 comenzaron a aparecer en Wuhan. Las cuentas de Twitter patrocinadas por el estado chino pronto promovieron teorías de conspiración al mismo tiempo que las autoridades estatales censuraban los mensajes críticos de las redes sociales que usaban frases como «neumonía desconocida de Wuhan» o «nueva gripe de Wuhan». Cualquiera que escribiera historias o relatos no aprobados era castigado por «difundir rumores» y fomentar el «malestar social».


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Muchos lectores estarán familiarizados con el «denunciante» de China, Li Wenliang, el oftalmólogo cuyas primeras advertencias sobre el coronavirus fueron suprimidas por el régimen comunista. El médico, de 34 años de edad, fue castigado por las autoridades locales por «difundir rumores» cuando intentó advertir a otros sobre el virus a principios de enero. Murió por complicaciones relacionadas con su exposición al virus en febrero. Para entonces, el brote también se había cobrado cientos de vidas más.

Al principio del proceso, el presidente Donald Trump fue uno de los que a veces se refirió al «virus de Wuhan» o al «virus chino«, y a finales de enero impuso serias restricciones a los viajes desde China.

El exvicepresidente Joe Biden dijo: «No es momento de que el historial de histeria y xenofobia de Donald Trump —xenofobia histérica y alarmismo— marque el camino en lugar de la ciencia».

Los funcionarios chinos se metieron de lleno en el asunto, apoyando tales críticas. Los medios de comunicación controlados por el Estado incluso sugirieron que el virus fue llevado a Wuhan por atletas militares americanos o que se originó en Italia.

A mediados de marzo, el Partido Comunista Chino decidió que el control sobre los medios de comunicación nacionales no era suficiente. Expulsó a los periodistas extranjeros de China y Hong Kong, privando aún más al pueblo chino y al resto del mundo del acceso a información verdadera sobre el virus y su impacto en China. A partir de ese momento, los juicios se basaron en información autorizada altamente sospechosa y en retazos ocasionales que lograron pasar la lupa de los censores.

También se ha acusado a Rusia de llevar a cabo una campaña de desinformación que, según el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) de la Unión Europea, utilizó «informes contradictorios, confusos y malintencionados» que dificultaron a los gobiernos occidentales la comunicación de sus respuestas a la crisis, y que generaron pánico y dudas.

«El objetivo general de la desinformación del Kremlin [era] agravar la crisis de salud pública en los países occidentales (…) en línea con la estrategia más amplia del Kremlin de intentar subvertir las sociedades europeas», escribió el SEAE, según Reuters.

El medio de comunicación ruso Sputnik afirmó que los biólogos y farmacéuticos de Letonia inventaron el virus. Otros cercanos al Kremlin avanzaron la idea de que fue desarrollado por los militares británicos.

Los legisladores rusos autorizaron al Kremlin a declarar el estado de emergencia en todo el país y prescribieron largas penas de prisión para todo aquel que difundiera noticias falsas sobre el coronavirus. En otras palabras, al igual que en China, cualquiera que publicara algo que no fuera historias y estadísticas aprobadas por el gobierno podía ser encarcelado. Según National Review, se ha multado a la gente por el mero hecho de discutir rumores sobre el coronavirus en las redes sociales.

Mientras perseguía a sus ciudadanos y engañaba al mundo, Rusia también hizo campaña ofreciendo ayuda humanitaria a Italia, pero como explicó EU vs Disinfo, presentó muchas afirmaciones falsas en el camino.

Los medios rusos afirmaron que Italia estaba favoreciendo a Rusia sobre la UE y que Polonia estaba interfiriendo con la entrega de la ayuda. También inició una operación de influencia en Italia que, según los medios de comunicación La Stampa y .Coda, sería «inimaginable en circunstancias normales». Ciertamente funcionó bien en Rusia, donde un video que se emitió con frecuencia en la televisión rusa (pero que ya no parece estar disponible en internet) mostraba a un italiano quitando una bandera de la UE y sustituyéndola por una rusa, y luego sosteniendo un cartel que decía: «Gracias, Putin. Gracias, Rusia».

Irán, que fue golpeado con especial dureza por el virus, culpó a los Estados Unidos e Israel de haberlo creado. El jefe del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní acusó a los Estados Unidos de llevar a cabo un ataque biológico contra Irán. (Irán también culpó a Rusia, no por crear la crisis, sino por no ayudar, ya que esa nación necesitaba ayuda).

Antes de que las cosas se salieran de control, los líderes iraníes alentaron grandes manifestaciones públicas para reforzar la legitimidad del régimen, ignorando totalmente la amenaza a la salud pública. Más tarde, cuando empezaron a verse los resultados de esas decisiones desastrosas, el régimen rechazó la ayuda y la asistencia humanitaria que ofrecían los Estados Unidos y otras naciones. Aparentemente, se consideró mejor dejar que la gente sufriera y muriera que reconocer los errores anteriores del gobierno.

A medida que el virus se propagaba por esa nación, los dirigentes iraníes suprimieron la información sobre su impacto. Las autoridades estatales encarcelaron a docenas de iraníes simplemente por decir la verdad sobre el brote. A finales de marzo, la nación prohibió la impresión de todos los periódicos, citando la propagación del virus.

Lamentablemente, los iraníes perdieron tanta fe en su gobierno y en la prensa que empezaron a circular rumores sobre el consumo de alcohol industrial para prevenir el virus. Ahora eso se ha convertido en una crisis, que ha llevado a cientos de muertes y aún más enfermedades.

Mucha gente, incluyendo el secretario de Estado de los Estados Unidos Mike Pompeo, ha acusado a China, Rusia e Irán de propagar intencionalmente la desinformación. Técnicamente, sin embargo, la desinformación es una noticia falsa impulsada por una agenda que es diseminada y filtrada a medios de comunicación con autoridad. Estas historias en los medios controlados por el estado no cumplen con ese estándar. Como ha señalado el Departamento de Estado de los Estados Unidos (en relación a las repercusiones de las sanciones estadounidenses en las noticias sobre el virus), «Los medios [estadounidenses] deberían saber que no deben creer y propagar propaganda china y rusa que engañe al público…».

Los medios de comunicación de China, Rusia e Irán son armas del gobierno y no se puede confiar en que informen con precisión. Difunden propaganda, información errónea y noticias falsas para apoyar el interés propio de sus gobiernos. Los medios de comunicación occidentales deben saber que no deben confiar en la información que ellos exponen.

The Epoch Times fue fundado en 2000 por un grupo de chino-americanos que respondían a la censura en China y a la falta de entendimiento internacional sobre la represión del régimen chino de la religión y las prácticas espirituales. The Epoch Times ha decidido referirse al nuevo coronavirus, que causa la enfermedad COVID-19, como el virus del PCCh, que significa el virus del Partido Comunista Chino. Ha adoptado este nombre debido al encubrimiento y la mala gestión del PCCh, que permitió que el virus se propagara por toda China y creara una pandemia mundial.

No es racista ni xenófobo; simplemente hace lo que el buen periodismo debería hacer y pone la culpa donde corresponde.

Ronald J. Rychlak es el titular de la cátedra Jamie L. Whitten de derecho y gobierno en la Universidad de Mississippi. Es autor de varios libros, entre ellos «Hitler, la guerra y el Papa», «Desinformación» (en coautoría con Ion Mihai Pacepa) y «La persecución y el genocidio de los cristianos en Oriente Medio» (en coautoría con Jane Adolphe).


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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