El coronavirus propaga el miedo y otros contagios

Por James Gorrie
02 de febrero de 2020 6:05 PM Actualizado: 02 de febrero de 2020 6:05 PM

Comentario

La rápida propagación del coronavirus es un espectro desalentador que es imposible de descartar como algo que solo ocurre «allá en China». No hace falta decir que en estos tiempos todo está por todas partes. Ahora los casos de coronavirus están en todas partes. El mundo está muy lejos de aquella época en el que todavía existía el aislamiento geográfico.

Lo que es más, las fotos de cadáveres infectados desatendidos en los pasillos de los hospitales chinos y las calles de las ciudades extrañamente vacías de gente, tocan un acorde profundo y estridente dentro de nuestra conciencia humana. Esas imágenes son un golpe emocional tremendamente poderoso en el estómago. Esto tampoco es solo metafórico. El instinto visceral de supervivencia, manifestado de forma aguda en el síndrome de lucha o huida, es una parte real y necesaria del ser humano.

Tales reacciones también pueden tentar a algunos a tomar la simplista mentalidad de «culpar a China». Incluso podemos intentar mentirnos a nosotros mismos y decir que en realidad es solo un problema chino. Ya estamos viendo un poco de esto.

Es por eso que el coronavirus puede convertirse en una puerta para desencadenar otras males que plagan la condición humana.

¿Y por qué no lo haría?

Con un largo, altamente contagioso y asintomático período de incubación, es el catalizador perfecto para desencadenar otros peligrosos contagios humanos: el miedo, la ira y los prejuicios.

Miedo justificable

Hasta cierto punto, todas esas reacciones son comprensibles. En algunos casos, incluso son racionales. Pero tomarlas como una forma de ver el mundo, o considerar a nuestros hermanos y hermanas asiáticos de una manera despectiva e inhumana, sería una grave injusticia moral.

Pero ciertamente, con el coronavirus, el miedo es una respuesta racional. El virus es una potencial sentencia de muerte para aquellos que lo contraen. Aquí no hay lugar para albergar ilusiones.

Y seamos honestos. El miedo no solo es racional en este caso, es un elemento integrado de nuestro camuflaje. De hecho, es una respuesta requerida, un mecanismo de autopreservación. Sin miedo, uno entra en una guarida de leones y, en la mayoría de los casos, es devorado.

La clave es controlar nuestro miedo, y no dejar que nos controle o nos defina como seres humanos. Debemos canalizarlo en acciones deliberadas y positivas que conduzcan a la resolución de este desafío potencialmente mundial. No debemos paralizarnos por él ni permitir que nos deshumanice.

Enojo justo

Además, aunque los hechos del brote de coronavirus aún están surgiendo, es evidente que el liderazgo del Partido Comunista Chino (PCCh) no actuó para contener la enfermedad. El régimen chino retrasó incluso su reconocimiento público y la respuesta al brote durante un mes o más. Esta es una demostración trágica más de una larga lista de fracasos catastróficos y consecuencias mortales de las dictaduras comunistas. Además, sabemos por informes confiables en China que se ha encubierto el brote de infección desde el principio.

También hay pruebas creíbles y coincidentes, aunque no concluyentes, de que este virus fue robado u obtenido de un laboratorio canadiense por un espía chino y llevado al Laboratorio Nacional de Bioseguridad, el único laboratorio de guerra biológica avanzada de China que está en Wuhan para su ulterior desarrollo. Ese laboratorio está a solo 20 millas del mercado abierto, que es la zona cero para el brote de coronavirus.

Eso podría significar que el régimen chino, ya sea accidentalmente o a propósito, soltó un virus como un arma sobre su propia gente y el mundo. En cualquier caso, el PCCh merece toda la condena y el justa enojo hacia él. Es un régimen monstruoso que ha cometido otro crimen atroz más, entre muchos otros, contra la humanidad.

Mantener los prejuicios en perspectiva

El mismo principio de perspectiva se aplica a los prejuicios. Esto es especialmente cierto en el caso de los prejuicios raciales.

Los pensamientos y emociones prejuiciosas nos resultan demasiado fáciles a todos. Ese también es un aspecto de la naturaleza humana que debe ser reconocido y mantenido en una adecuada perspectiva. Ciertamente no se requiere la amenaza de una pandemia mortal para desencadenar emociones perjudiciales en las personas, pero es una influencia innegablemente poderosa, ¿no es así?

Sin embargo eso no significa que todos los prejuicios estén equivocados o fuera de lugar. Un judío de Berlín en 1938, por ejemplo, puede haber pensado con razón que cualquier persona con un uniforme nazi representa un riesgo de vida para él o ella. Ningún judío necesitaba «conocer a la persona» con el uniforme, el uniforme mismo lo dice todo, o al menos lo suficiente, de quién es esa persona, qué cree y/o está dispuesto a hacer a los judíos. En ese contexto, el prejuicio es un salvavidas.

Pero el prejuicio contra una raza entera simplemente porque esta enfermedad se originó en China está mal y está fuera de lugar. No condenamos a las personas que sufren. En cambio, las ayudamos.

El coraje y la compasión también son contagiosos

El antídoto para el miedo y los prejuicios es el coraje y la compasión. Eso significa pensar y actuar a través de los mejores aspectos de nuestra naturaleza. El coraje es uno, la compasión es el otro. Encontramos coraje y compasión desde adentro de nosotros como seres humanos, y a través de la fe en Aquél que tiene compasión de nosotros y Quién es más grande que el mundo entero y todo lo que hay en él.

Lo más irónico del miedo, especialmente del miedo mortal, es que sin él, no tenemos necesidad de coraje. Para que es el coraje sino para la superación del miedo, a veces en beneficio de nosotros mismos, pero más a menudo para el beneficio de los demás. El valor superará al miedo, si lo permitimos.

Esa es también la razón por la cual la compasión suele ir acompañada del coraje: los asistentes para el cuidado de la salud que ayudan a los enfermos terminales deben tener el suficiente coraje para hacer lo que hacen. Superan su miedo para poder cuidar compasivamente de otro ser humano, aunque se pongan en peligro.

Afortunadamente, el coraje y la compasión también son muy contagiosos entre los seres humanos.

La sabiduría y la claridad de propósito

Primero debemos actuar con sabiduría y claridad de propósito no solo para detener este temido flagelo, sino para asignar la culpa a quien le pertenece. La culpa no pertenece a la gente que resulta ser asiática.

Sin embargo, la compasión no significa que no tomemos todas las acciones necesarias para contener esta plaga. Debemos tener el coraje de hacer lo que sea necesario.

¿Son necesarias las restricciones de viaje hacia y desde China? Sí.

¿Las cuarentenas son justificables? Absolutamente.

Pero también lo es la compasión y la dignidad humana por los que sufren. Y lo que es igual de importante, tratamos a aquellos de nosotros que son de raza asiática, a nuestros familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, o a quien sea, con humanidad y dignidad, de la misma manera en que queremos ser tratados.

¿Y qué pasa con los responsables de esta posible pandemia mundial?

Sabemos que tanto la arrogancia como el miedo gobiernan los corazones y las mentes de los crueles miembros del PCCh que han abandonado su propia humanidad por unos pocos años o décadas de poder y lujo. Este brote es solo un fruto amargo más de la cosecha venenosa que han hecho caer sobre sus compatriotas y, potencialmente, sobre el resto del mundo.

Expresen su justa condena, con vehemencia y de manera categórica. Pero sin importar su origen o causa, el coronavirus está aquí. Por lo tanto, seamos valientes, compasivos y feroces para combatirlo y derrotarlo. Pero tampoco vayamos por ese largo y aburrido camino de antagonismo racial que forma parte de la historia de la humanidad.

James Gorrie es un escritor y conferencista radicado en el sur de California. Es el autor de «La crisis de China».

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¿Por qué China se comporta de forma contraria al resto del mundo?

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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