El desempleo en Europa muestra que un gran gobierno significa poco empleo

Por Daniel Lacalle
07 de febrero de 2022 2:15 PM Actualizado: 07 de febrero de 2022 2:15 PM

Opinión

La tasa de desempleo en la eurozona descendió al 7 por ciento en diciembre y al 6.4 por ciento (pdf) en la Unión Europea, frente al 3.9 por ciento de Estados Unidos. No hay que olvidar que estas tasas de desempleo no incluyen los puestos de trabajo cubiertos por los planes de retención del desempleo, que suponen otros 5 millones de trabajadores a la espera de volver a la actividad normal.

Después de un plan de estímulo fiscal de más del 5 por ciento del PIB en 2020 y de otro 4 por ciento en 2021, y de que el Banco Central Europeo haya comprado el 100 por cien de las emisiones netas de la mayoría de los soberanos, la recuperación muestra una preocupante debilidad. Los puestos de trabajo despedidos vuelven a aumentar, las horas de trabajo siguen estando por debajo del nivel anterior a la pandemia y los salarios reales caen a medida que la inflación carcome la recuperación.

En diciembre de 2021, la tasa de desempleo juvenil era del 14.9 por ciento tanto en la UE como en la eurozona.

Estos niveles de desempleo son elevados, pero algunos Estados miembros tienen ratios de paro aún más elevados. España tiene una tasa de desempleo oficial del 13 por ciento, con todavía 220,000 puestos de trabajo en excedencia, y la tasa de desempleo juvenil se sitúa en el 30 por ciento.

Lo que muestran estas cifras es que el elevado gasto público y los enormes planes de mantenimiento del empleo no han ayudado a que la economía europea se recupere más rápidamente ni a que mejore la creación de empleo en comparación con zonas económicas similares.

La recuperación económica ha sido lenta y la creación de empleo aún más lenta. Además, gran parte de la recuperación del empleo ha procedido del sector público. En España, por ejemplo, todavía hay 95,000 empleos menos en el sector privado que antes de la pandemia y 220,000 más en el sector público.

La UE se enfrenta a retos únicos debido a la demografía, a los elevados niveles de gasto público y a una posición energética débil, en la que las empresas y los hogares pagan facturas de electricidad y gas natural mucho más elevadas que sus homólogos de EE. UU.

Ante todos estos retos, la UE ha puesto en marcha un enorme plan de recuperación (Next Generation EU), cuyo objetivo es impulsar el crecimiento y la competitividad. El problema es que resulta difícil ver cómo estos enormes planes de gasto van a producir la transformación y el crecimiento esperados.

El mayor problema al que se enfrenta la UE es tecnológico. La UE ni siquiera se ha presentado como un competidor serio en la carrera tecnológica. Menos del 4 por ciento de la capitalización del mercado del Stoxx 600 procede de la tecnología, frente al 25 por ciento del S&P 500. Es difícil creer que el cambio radical en el crecimiento y el ritmo de creación de empleo vaya a venir de un gran plan de estímulo dirigido por los gobiernos y centrado en el cambio climático y la sostenibilidad desde una perspectiva política y no empresarial.

La UE está apostando todo su futuro en el concepto suelto de «estado empresarial» defendido por la economista italiana Mariana Mazzucato. A los gobiernos y a los partidos socialistas les encanta esta idea que les hace creer que empresas tecnológicas gigantes como Apple o Amazon se lo deben todo al gasto gubernamental y al sector público. El problema es que esa fantasía ha sido completamente desmentida por la realidad: la UE va a la zaga en el alcance tecnológico mundial. En «El mito del Estado emprendedor», Deirdre McCloskey y Alberto Mingardi desmontan el cuento de hadas de que el sector público está a la cabeza de la innovación y el progreso tecnológicos.

Por desgracia, es probable que el plan de la UE de nueva generación tenga tan poco impacto como el Plan Juncker o el Plan de Crecimiento y Empleo de 2009. El principal problema es que pretende gastar una enorme cantidad de dinero rápidamente en áreas que son favorecidas por los políticos mientras la economía europea sufre el aumento de los costes de los insumos, la energía y las materias primas. La economía europea está perdiendo competitividad por el aumento de los precios de producción y el debilitamiento de los márgenes, y parte de ello se debe a la prohibición del gas de esquisto y a la imposición de una política energética poco competitiva y políticamente dirigida. Todas esas cosas pueden cambiar rápidamente con políticas serias destinadas a apoyar a las pequeñas empresas y a las familias con impuestos más bajos, pero la reticencia de los responsables políticos es enorme.

En 2009, algunos países decidieron utilizar el Plan de Crecimiento y Empleo para financiar la bajada de impuestos y la reducción de la burocracia. Esta vez, por desgracia, el plan de la UE de nueva generación se centra en el gasto bajo la dirección de una visión política.

Podría ser una oportunidad extraordinaria para reducir los precios de la energía e impulsar a las pequeñas y medianas empresas para que se conviertan en los nuevos gigantes tecnológicos. Por desgracia, existe un alto riesgo de que este nuevo programa se convierta en otro gasto masivo en elefantes blancos keynesianos sin ningún retorno económico real. El potencial de la UE es enorme, pero el «dirigismo» impide a muchos países acercarse a su potencial.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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