Hombres y mujeres del Renacimiento y aficionados felices

Por JEFF MINICK
13 de mayo de 2021 5:15 PM Actualizado: 13 de mayo de 2021 5:15 PM

Algunos creen que nuestra era de la especialización está acabando con el hombre del Renacimiento. En la medicina, derecho y otras profesiones, los profesionales aspiran ahora a desarrollar su talento en un campo específico de concentración, un cambio que ocurrió en mi propia vida.

Mi tío, por ejemplo, era un médico de familia que ejerció la medicina en la zona rural de Pensilvania y luego en Carolina del Norte durante muchos años. En los primeros 15 años de su carrera, el tío Russ atendió cientos de partos y realizó muchas cirugías menores. Cuando se jubiló, no volvió a realizar ninguno de estos procedimientos médicos en varias décadas. La expansión de clínicas y hospitales con personal especializado se encargó de esas tareas.

Entonces, ¿se han extinguido las personas con amplios conocimientos y habilidades? ¿Puede nuestra época moderna seguir produciendo hombres y mujeres del Renacimiento?

Echemos un vistazo y averigüémoslo.

Modelos de hombres y mujeres del Renacimiento

Cuando escuchamos el término hombre del Renacimiento, lo primero que pensamos es en la Italia de los siglos XV y XVI, en hombres como Miguel Ángel o Leonardo da Vinci. Muchos de los que estamos vagamente familiarizados con da Vinci, por ejemplo, pensamos en él como un pintor, pero también fue científico, inventor e ingeniero.

En la historia de nuestro propio país hay personajes que pueden calificarse de hombres y mujeres del Renacimiento. Además de la Declaración de Derechos de Virginia y otros escritos fundamentales para nuestra historia, Thomas Jefferson fue presidente, arquitecto aficionado, músico, inventor y agrónomo. Su contemporáneo, Benjamin Franklin, fue inventor, científico, diplomático, escritor y creador de los departamentos de bomberos voluntarios y las bibliotecas públicas de Estados Unidos.

A lo largo de la historia, varias mujeres también adquirieron fama por sus amplios intereses y multitud de talentos. Hildegarda de Bingen (1098-1179) no solo fue abadesa, sino compositora, dramaturga, poeta y botánica. La actriz austriaca y posteriormente estadounidense Hedy Lamarr (1914-2000) fue famosa por sus actuaciones en la gran pantalla, pero también trabajó en el diseño de aviones y sistemas de guiado por radio para torpedos para las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial. En 2014, años después de su muerte, Lamarr fue incluida en el Salón Nacional de la Fama de los Inventores.

La actriz estadounidense de origen austriaco Hedy Lamarr (1913-2000) en el drama romántico de Jack Conway «Lady Of The Tropics», 1939. (Archive Photos/Getty Images)

Talentos no reconocidos

No todos estos polifacéticos personajes pertenecen al pasado.

Un profesor mío de la universidad, Henry Hood, era un brillante historiador. En todas las clases que tomé con él, nunca lo vi usar apuntes. Además, era pintor aficionado, jardinero, aficionado a los buenos vinos y tocaba el piano, la gaita y el clavicordio. Una vez, el Dr. Hood me dijo: «Cuando llego a casa después de un día de trabajo, practico con el clavicordio, leo libros antiguos y retrocedo al siglo XVIII».

Al entrevistar recientemente a una mujer para The Epoch Times, de paso descubrí que no solo era una antigua banquera y ahora terapeuta, sino que también hablaba alemán con fluidez, tenía una puntería certera con el rifle y amaba la ópera, disfrutaba del piragüismo y había viajado y vivido por todo Estados Unidos.

El resto de nosotros

Retrato de Thomas Jefferson por Charles Willson Peale, 1791. (Dominio público)

Cuando observamos a estas personas, sobre todo a las figuras históricas, podemos sentirnos intimidados por sus logros y su experiencia en tantas áreas diferentes. «Yo nunca podría ser un da Vinci o un Thomas Jefferson», nos decimos, y la mayoría de los casos, probablemente tengamos razón. Hay personas en esta tierra con tal magnitud de inteligencia y empuje que proyectan su sombra sobre los logros del resto de nosotros.

Sin embargo, la mayoría de nosotros no somos tan unidimensionales como suponemos. Una vecina mía, por ejemplo, esposa y madre de dos hijas menores de 5 años, es una excelente cocinera, es jardinera y aprendió mucho sobre plantas esta primavera de una mujer mayor, y es entrenadora de un equipo universitario de cross-country femenino. Un joven que conozco en Asheville, Carolina del Norte, es un abogado exitoso, un excelente hombre de negocios, y un esposo y padre amoroso que también da clases de escuela dominical para adolescentes y ayuda a su esposa a educar a sus hijos en casa.

Lo que quiero decir es lo siguiente: Puede que no seamos Leonardo da Vinci, pero si nos evaluamos honestamente a nosotros mismos y a los que nos rodean, encontraremos amigos, familiares y vecinos que poseen ciertas habilidades que ellos mismos no reconocen como algo especial. Describirlos como hombres y mujeres del Renacimiento puede ser una exageración, pero son aficionados ambiciosos que disfrutan y se enorgullecen de sus proyectos y aficiones.

Anímese a hacerlo

G.K. Chesterton ofrece un consejo que me encanta desde que lo leí por primera vez hace años: «Todo lo que vale la pena hacer, vale la pena hacerlo mal».

Ese dentista jubilado que una vez reparó sus dientes sigue el consejo de Chesterton cuando se dedica a tallar caballeros y damas de madera para sus nietos, estatuas indignas de un museo o una galería de arte, pero que les dan alegría a él y a los niños. La joven y silenciosa cajera que se encarga de sus transacciones bancarias se va a casa por la noche, toma su guitarra y entona canciones de folk y blues. Nunca hará una grabación, pero su música aporta plenitud y deleite a sus noches.

Supongamos que usted mismo ha soñado con emprender algo grande, como obtener una licencia de piloto, o algo menos costoso, como aprender a hacer ganchillo o tomar clases de francés en el colegio comunitario local.

Bien, ¿qué está esperando?

Cuando emprendemos esos proyectos, por amor o por un largo deseo, podemos añadir esos logros a nuestro repertorio de habilidades y, al mismo tiempo, encontrar una profunda satisfacción en su adquisición.

Y con esa búsqueda, todos podemos convertirnos en hombres y mujeres del Renacimiento, aunque sea a pequeña escala.

Jeff Minick tiene cuatro hijos y un creciente pelotón de nietos. Durante 20 años, enseñó historia, literatura y latín a seminarios de estudiantes educados en casa en Asheville, N.C. Es autor de dos novelas, «Amanda Bell» y «Dust On Their Wings», y de dos obras de no ficción, «Learning As I Go» y «Movies Make The Man». Actualmente, vive y escribe en Front Royal, Va. Visite JeffMinick.com para seguir su blog.


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