La batalla de la época de Reagan contra el comunismo nos ofrece lecciones

Por Emel Akan
21 de noviembre de 2019 2:57 PM Actualizado: 21 de noviembre de 2019 3:51 PM

WASHINGTON-Este año se celebra el 30º aniversario de la caída del Muro de Berlín, y se pueden aprender lecciones valiosas de las políticas y la visión del expresidente Ronald Reagan que contribuyeron poderosamente al colapso del Muro, sin derramamiento de sangre.

Reagan dijo repetidamente que su estrategia para la Unión Soviética era simple: «Nosotros ganamos, ellos pierden». Pero sabía que la guerra contra los soviéticos no se libraría en el campo de batalla con armas y cohetes.

Como dijo la ex primera ministra británica Margaret Thatcher: «Reagan ganó la Guerra Fría sin disparar un solo tiro».

Utilizó la diplomacia pública como una herramienta efectiva para conectarse con casi 400 millones de personas que vivían detrás de la Cortina de Hierro. Y esta estrategia fue instrumental para acelerar la derrota del comunismo en el bloque oriental.

Fue una guerra de información, ideas y concepciones, comentó John Lenczowski, fundador y presidente del Instituto de Política Mundial (IWP), una escuela independiente de postgrado de seguridad nacional y asuntos internacionales en Washington.

Lenczowski, quien también sirvió en el Consejo de Seguridad Nacional de Reagan de 1983 a 1987, dijo que el «propósito estratégico de la administración era tratar de conectar con los pueblos del imperio soviético para hacerlos sentir como si no estuvieran solos».

«Porque el método principal del gobierno de estos regímenes era meter a su gente en un molde, en el que no podían caber», expresó en un evento organizado por el IWP, el 15 de noviembre.

Señaló que alrededor del 30 por ciento de la población de Alemania Oriental, por ejemplo, eran informantes secretos del régimen, lo que creó una atmósfera de miedo y desintegración social.

«Y entonces todo esto fue reforzado por la corrección política, por la conformidad ideológica y el monopolio del régimen de todos los instrumentos de comunicación, información y educación», explicó.

Así que el objetivo de Reagan, según Lenczowski, era intentar romper ese monopolio.

Gran comunicador

Reagan, quien ocupó el puesto del 40º presidente de Estados Unidos, de 1981 a 1989, fue conocido como «El Gran Comunicador». Utilizó la radiodifusión como una de las principales maneras de conectarse con la gente en el extranjero.

Ordenó el fortalecimiento de las emisoras internacionales de Estados Unidos, incluyendo la Voz de América, Radio Europa Libre y Radio Libertad.

«Conseguimos 2500 millones de dólares para reforzar las señales y la programación de esas radios», afirmó Lenczowski.

La difusión del mensaje de Estados Unidos en el extranjero es una parte clave de la política exterior del gobierno de Reagan, y una nueva tecnología lo permitió en su momento.

Según Kenneth Adelman, exembajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas y director de control de armas de Reagan, la tecnología era «la red mundial de comunicaciones en evolución que ha hecho de la diplomacia pública un instrumento más poderoso».

Un artículo de Adelman publicado en 1981 en la revista Foreign Affairs explicaba el enfoque de política exterior de Reagan.

«La personalidad es la de Ronald Reagan, un talentoso comunicador profesional que ha pasado gran parte de su vida adulta en la radio, en el circuito de conferencias, en la redacción de columnas sindicadas o a lo largo de la campaña», escribió Adelman. «La diplomacia pública es el componente de los asuntos internacionales que mejor conoce y hace».

«Los pasillos más oscuros del Gulag»

En 1983, Reagan pronunció uno de sus famosos discursos en el que calificó por primera vez a la Unión Soviética de «imperio malvado» y enmarcó el conflicto entre las dos superpotencias como una lucha entre «el bien y el mal».

«Esto resonó, como me gusta decir, en los pasillos más oscuros del Gulag», señaló Lenczowski, refiriéndose a los campos de trabajos forzados.

La retórica presidencial de Reagan dio una repentina esperanza a muchos disidentes y activistas de derechos humanos dentro del bloque comunista, como Vladimir Bukovsky y Nathan Sharansky, que fueron encarcelados en esos gulags soviéticos, remarcó.

Reagan, sin embargo, también estaba luchando una guerra interna. Muchos en Washington, incluido su propio personal, creían que el gobierno de Estados Unidos debía ser blando con el comunismo y aceptar al régimen soviético como si estuviera aquí para siempre.

«El gran número de estudiosos y expertos en política estaban convencidos de que el sistema soviético y la propia Unión Soviética era una característica permanente del panorama político mundial y que realmente no iba a desaparecer», aseguró Lenczowski. Estas personas argumentaban que la política exterior de Estados Unidos debía «acomodarse a ella o de lo contrario se corría el riesgo que nos voláramos el uno al otro en el campo de batalla nuclear».

El Muro de Berlín

Las ideas de Reagan eran tan radicales en ese momento que casi nadie creía que tenía razón. Pero Reagan y algunos en su administración vieron la debilidad soviética y creyeron que muchas cosas de su sistema eran «contrarias a la naturaleza humana», relató Lenczowski.

En 1987, Reagan pidió al líder soviético Mijail Gorbachov que «derribara este muro», en su famoso discurso en Berlín.

Sin embargo, según Peter Robinson, escritor de discursos de Reagan, «el Departamento de Estado, el Consejo de Seguridad Nacional y el diplomático estadounidense de alto rango en Berlín se opusieron a ello».

«El presidente insistió en hacer la llamada de todos modos», escribió Robinson en un editorial del Wall Street Journal en 2012.

Casi dos años y medio después, el 9 de noviembre de 1989, el muro físico que dividió Berlín Oriental y Occidental durante casi tres décadas fue derribado.

A pesar de toda la resistencia interna, la estrategia de Reagan funcionó. Sus políticas, junto con su diplomacia pública, fueron decisivas para la eliminación del Muro, seguida de la erradicación del comunismo en Europa Oriental y, finalmente la caída de la Unión Soviética en 1991.

Según Lenczowski, la diplomacia pública debería ser una parte integral del establecimiento de la política exterior actual.

«El Departamento de Estado tiene desde hace mucho tiempo una cultura que se centra principalmente en las relaciones con los gobiernos, en vez de las relaciones con la gente», enfatizó.

Cambiar esta cultura, exclamó, «requiere liderazgo político».

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