Lo que Bernie no quiere decirle sobre Fidel Castro

Cinco verdades incómodas sobre la educación cubana

Por Fergus Hodgson
11 de marzo de 2020 10:30 PM Actualizado: 11 de marzo de 2020 10:30 PM

Artículo de opinión

Un ingrediente clave de los regímenes comunistas es el engaño. Desde los cohetes espaciales de la era soviética hasta la atención médica y los atletas cubanos, muestran al mundo exterior una ilusión de prosperidad.

Dado que la realidad siempre sale a la luz, solo aquellos extremadamente ignorantes o ingenuos pueden caer en las mentiras por tanto tiempo. El senador Bernie Sanders (I-Vt.), uno de los principales precandidatos presidenciales demócratas, no es ninguno de estos dos —es un veterano propagandista que se disculpa por los crímenes de su compañero de cama ideológico.

Durante una reciente entrevista con Anderson Cooper de 60 Minutos, Sanders defendió su visión complaciente de Fidel Castro, el difunto dictador comunista que dirigió Cuba con mano de hierro durante cinco décadas.

Aunque afirmó que seguía siendo «muy opuesto a la naturaleza autoritaria de Cuba», se quejó con Cooper de que «es injusto decir simplemente que todo está mal. Cuando Fidel Castro asumió el cargo, ¿sabe usted lo que hizo? Tenía un programa de alfabetización masivo. ¿Es eso algo malo?».

Redobló su esfuerzo durante un debate en el ayuntamiento de Carolina del Sur, diciendo: «La verdad es la verdad». Como era de esperar, el periódico cubano Granma —el portavoz del régimen y el único periódico de la isla— elogió a Sanders.

El diablo está en los detalles, y el regreso de Bernie dejó un detalle importante de lado: el pregonado programa de alfabetización de Cuba no pretendía formar individuos libres y educados. En su lugar, preparó el camino para el adoctrinamiento comunista universal. Usted puede olvidarse de la educación en el hogar en Cuba.

1. Operación de propaganda

Como la mayoría de las cosas buenas en la Cuba comunista, el programa de alfabetización era una operación de propaganda bien hecha. Castro, después de su exitoso golpe de 1959 para destituir al dictador militar Fulgencio Batista, sabía que tenía que transformar la mente de la gente común para aceptar el nuevo credo oficial, el Marxismo-Leninismo. Los adherentes saben que no se puede lavar el cerebro eficazmente a la gente si son analfabetos. El dominio del monopolio sobre la educación, rebautizado, se convirtió en el perfecto disfraz de relaciones públicas para conseguir apoyo internacional.

Por lo tanto, literalmente lanzó brigadas de alfabetización en todo el país, con desfiles militares y canciones sobre la toma de armas en defensa de la revolución. Su objetivo, sin embargo, no era que los cubanos marginados pudieran leer y escribir lo que quisieran, Marx lo prohibió. La revolución cubana pedía específicamente nuevos hombres y mujeres que pudieran aceptar los sacrificios inminentes.

Uno de los muchos carteles patrióticos pegados en las murallas de la ciudad para apoyar el esfuerzo nacional lo dejaba claro: un colegial que golpeaba un águila con un lápiz decía: «Cada cubano que aprende a leer y escribir es un nuevo golpe contra el imperialismo».

Georgina Arias, una mujer que participó en las brigadas de alfabetización, dijo al diario español El País que los instructores pedían a los campesinos que escribieran la primera carta de su vida para —sí, adivine— El Comandante.

2. Las tasas de alfabetización ya eran bajas

Las tasas de alfabetización eran más bajas antes de la revolución cubana, pero eran mucho mejores que las de la mayoría de los países latinoamericanos. La repetida afirmación de Castro de que el analfabetismo cubano antes de su régimen era «más del 40 por ciento» es una cruel mentira. Estaba más cerca del 23 por ciento, y los programas de alfabetización eran anteriores a Castro. Él construyó sobre una estructura sólida, no una pizarra en blanco. Las tasas de alfabetización aumentaron después de un año, pero cuando se es un dictador se tiene una gran ventaja: le puede decir a 270,000 personas que dejen todo para ayudarle, y ellos no pueden negarse.

3. La escuela pública

Una vez que el régimen pudo alimentar a la población con propaganda comunista, se embarcó en otra cruzada para llevar a todos los niños a escuelas del régimen. A primera vista, la escolarización universal puede parecer otra de las «cosas no malas» de las que habla Sanders, pero la educación en Cuba —ahora y entonces— es un pretexto para el control social.

Castro nacionalizó todas las escuelas privadas en 1961, muchas de ellas católicas. La religión se convirtió en un tema tabú en la clase. Enseñar a los niños ideas contrarias al comunismo se volvió ilegal. Hasta el día de hoy, los libros de texto están llenos de elogios para Castro y la ideología comunista.

Armando Valladares, poeta cubano y exembajador de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, explica que las escuelas cubanas enseñan a los niños «que al Partido Comunista se le debe lealtad por encima de todo» y que «deben denunciar a sus padres si critican o hacen algo contra la Revolución o sus líderes».

Con las escuelas públicas como la única opción en la localidad, no hay escapatoria al adoctrinamiento comunista obligatorio. El Código de la Infancia y la Juventud de 1978 establece: «La sociedad y el estado trabajan para la protección eficiente de la juventud contra todas las influencias contrarias a su formación comunista… [L]a escuela es la unidad educativa básica que trabaja decisivamente en la formación comunista de los alumnos». Esto sigue vigente; cuando dos predicadores cristianos intentaron educar a sus hijos en el hogar en 2019, fueron condenados a prisión.

4. Eliminar a los disidentes

El programa de alfabetización era un pretexto para eliminar a los educadores perfectamente alfabetizados pero disidentes. Incontables maestros de escuela, profesores universitarios e intelectuales tuvieron que huir del país para seguir sus carreras.

Fabiola Santiago, una periodista premiada por el Miami Herald que fue a la escuela en la Cuba de Castro, cuenta cómo su madre perdió su puesto de maestra por su negativa a repetir el dogma comunista en clase. Varias escuelas privadas cerradas por el régimen se trasladaron a los Estados Unidos con su profesorado, como la Preparatoria Jesuita de Belén, a la que incluso Castro asistió en su adolescencia.

5. Grupo de jóvenes comunistas

Para consolidar aún más su influencia en las generaciones futuras, Castro prohibió los Boy Scouts de Cuba en 1961 y los reemplazó con una imitación ideológica: los pioneros, una organización juvenil que era el elemento básico de las tiranías comunistas de un solo partido como la Rusia soviética y China.

La Organización Pionera José Martí afirma que todos sus miembros —un millón y medio de niños y niñas de entre 5 y 15 años— son voluntarios. Cada familia cubana sabe que es mejor, sin duda, abstenerse de la inscripción. En tercer grado, Santiago sufrió represalias de los administradores de la escuela, que la quitaron de la cima del cuadro de honor por no llevar el pañuelo rojo de los pioneros.

Cada mañana antes de empezar la escuela, los pioneros cantaban: «¡Pioneros del comunismo. Seamos como el Che!». Ese es Ernesto el «Che» Guevara, el emblemático líder guerrillero argentino que luchó junto a Castro contra Batista, pero no fue un modelo a seguir, sino un asesino en masa a sangre fría que puso a los homosexuales en campos de trabajo. Como recordatorio de su alcance totalitario, el régimen cubano pone a los pioneros junto a las urnas en sus falsas elecciones.

Además del adoctrinamiento disfrazado de educación, el legado de Fidel Castro incluye al menos 6800 vidas terminadas en fusilamientos y asesinatos extrajudiciales. Los prisioneros políticos a lo largo de las décadas han sido demasiados para contarlos. Las restricciones de viaje, la censura y la pobreza aplastante han condenado a toda una nación a la miseria.

Sanders no puede alegar ignorancia de estos hechos, recogidos y denunciados por organizaciones de derechos humanos de renombre. Tal vez, entonces, su intención es preparar a los votantes estadounidenses. Si siguiera su programa socialista como presidente, tendría derecho a trabajar en programas supuestamente bien intencionados —como la atención médica universal y la universidad para todos— y se excusaría de la devastación económica y la pérdida de libertad que seguramente seguiría.

Daniel Duarte contribuyó a este artículo.

Fergus Hodgson es el fundador y editor ejecutivo de la publicación de inteligencia latinoamericana Econ Americas. También es el editor itinerante de Gold Newsletter e investigador asociado del Frontier Centre for Public Policy.

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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