Los legendarios cimientos de la civilización china: La virtud del emperador Yao

Por The Epoch Times
02 de enero de 2020 7:56 PM Actualizado: 06 de enero de 2020 5:26 PM

Éste es el tercero de una serie de artículos escritos por un equipo de investigación de La Gran Época que describen los cimientos de la civilización china y exponen la visión del mundo en la China tradicional. Estos artículos estudian el curso de la historia china, mostrando cómo figuras claves asistieron en la creación de una cultura inspirada en lo divino. Esta entrega presenta al legendario emperador Yao.

El nacimiento de Yao

Luego de la creación del universo y de la humanidad, y del reino del Emperador Amarillo, las leyendas tradicionales chinas dan protagonismo a los gobernantes Yao, Shun y Yu el Grande.

Yao nació de una mujer llamada Qing Du, una concubina del Emperador Ku.  Los Anales de Ji Tomb, una crónica de la legendaria China de la Dinastía Han, documenta que Qing Du dio a luz a Yao luego de encontrarse con un dragón que le mostró la imagen de su futuro hijo. Su embarazo también fue inusual: Yao pasó 14 meses en su vientre antes de nacer.

El niño fue llamado Fang Xun; póstumamente denominado Yao.

Yao demostró ser virtuoso y competente desde niño. A los 13 años, fue puesto a cargo de la ciudad de Tao. Dos años después, fue designado marqués de la región Tang y asistió a su hermano en la administración estatal.

El reinado de Zhi

En sus últimos años de vida, el Emperador Ku practicó la adivinación y determinó que entre sus hijos, cuatro eran buenos candidatos para el trono. Ku decidió coronar a Zhi, el mayor, como nuevo emperador debido a su edad. Luego de la muerte de Ku, Zhi se hizo emperador.

El reinado del emperador Zhi no fue bueno. Los tres ministros que puso a cargo de gobierno, industria y medio ambiente eran corruptos e insolentes. Socavaron las tradiciones, el orden natural y llevaron a Zhi a una vida de complacencia sensual. Dejó de preocuparse por sus responsabilidades imperiales y se distanció de la administración.

Serpiente leviatán. Serpiente marina, uno de los monstruos que atormentaron al pueblo durante el reinado de Yao. (Olaus Magnus/DominioPúblico/WikimediaCommons).

Con el tiempo, desastres naturales devastaron la tierra y los lugareños se preocuparon. Se decía que el reinado del Emperador Zhi se había desviado del Tao. Una rebelión estalló en la tierra de Dongyi y Yao fue enviado a apaciguarla.

En el Huainanzi, un texto de discursos académicos del siglo II a. C., está documentado que seis monstruos atormentaron al pueblo durante los tiempos de Yao. El primero de ellos era una bestia come hombres, un humanoide carnívoro con largos colmillos y el Jiu Jing, un monstruo acuático de nueve cabezas con la habilidad de escupir agua y fuego. Entre los otros estaban una aterradora ave de rapiña con el rostro de un hombre, un monstruoso jabalí de dos cabezas y una serpiente leviatán.

En un famoso relato de geografía y cultura legendarias, el Clásico de Montañas y Mares, relata que el emperador celestial Jun envió a un guerrero divino, Hou Yi, para ayudar a la humanidad a soportar estos grandes desastres que ocurrieron.

Bajo las órdenes de Yao, Hou Yi mató a los seis monstruos, aliviando el gran sufrimiento que trajeron al pueblo.

Yao hereda el trono por derecho divino

Con el paso del tiempo se hizo evidente que Yao poseía mayor virtud y habilidad que su medio hermano Zhi. Los marqueses de las Cuatro Direcciones indicaron su preferencia por Yao; y, luego de nueve años en el trono, el Emperador Zhi libró un edicto imperial anunciando que abdicaba al trono en favor de Yao.

En leyendas, se dice que antes de su ascensión al trono, Yao tuvo un sueño en el que se encontró con un dragón azul que lo llevó al zenit de la Montaña Tai y más allá de las puertas del cielo, donde vio los esplendores y riquezas de una ciudad divina.

Yao entonces tomó el trono y estableció la capital en Pingyang. Para apoyar su mandato, buscó talentos entre los lugareños y condujo investigaciones para dar voz y comprender las preocupaciones de la gente.

Asimismo, el nuevo emperador visitó cuatro ascéticos cultivadores que residían en la Montaña Gunshe, saludándolos con la apropiada modestia de un discípulo pidiendo instrucciones a su maestro.

Una representación del Emperador Yao en tiempos de la Dinastía Qing. (Dominio Público-Estados Unidos)

El reinado de Yao

El reinado de Yao estuvo caracterizado por la sensibilidad hacia la gente y sus opiniones. El emperador dividió China en nueve estados y frecuentemente los visitaba. En su administración, Yao buscó consejos y asistencia de los marqueses de las Cuatro Direcciones. En las puertas de la ciudad, instaló pizarras de madera en la que los lugareños podían señalar las falencias del reinado del emperador.

En los registros del Gran Historiador, el erudito de los tiempos de la Dinastía Han, Sima Qian, elogió los méritos imperiales de Yao: su “virtud y carácter eran tan amplios como el cielo; su sabiduría alcanzaba la de los dioses. Acercarse a él era acercarse al sol, una luz que iluminaba el mundo. Desde lejos, parecía esas nubes color de rosa. Era rico pero no dominante; noble sin arrogancia. Trató a la gente con virtud y benevolencia. Su corazón se llenó con los pensamientos de todos los plebeyos, llevó los nueve grados de parentesco a la intimidad y al pueblo a la armonía».

Una oda del pueblo de los tiempos de Yao elogia al monarca por su “benevolencia tan amplia como el cielo, su sabiduría igual a la de los dioses; mientras el sol calienta los corazones y las nubes cubren la tierra, su virtud resplandece y todo el mundo se regocija en él”.

Según otro texto de la Dinastía Han, el Jardín de las Leyendas, la preocupación del Emperador Yao por el bienestar de sus súbditos era tal que “si hay un solo hombre con hambre”, dijo Yao, “yo soy el responsable”.

Hou Yi baja los nueve soles

Hou Yi, el guerrero enviado a servir a Yao, es más conocido en el folclore chino por completar su misión de derribar 9 de 10 soles que quemaban la tierra.

Se dice que la aparición de nueve soles fue anticipada por una serie de presagios poco propicios, entre ellos el avistamiento de un monstruo en forma de serpiente con seis patas y cuatro alas.

Poco después, hubo sequías y un día el pueblo despertó y vio un cielo con cuatro soles. Los plebeyos condenaron a los tres que sobraban como estrellas demoníacas. El Emperador Yao ordenó a Hou Yi utilizar su fuerza y eliminar las abominaciones.

Ilustración que representa a Hou Yi derribando soles. (Xiao Yuncong/Dominio Público/ Wikimedia Commons)

¿Cómo puedo distinguir la verdadera estrella?, se preguntaba Hou Yi, queriendo evitar cometer un grave pecado. “El sol genuino no puede ser derribado”, le reafirmó Yao.

Poco después, hubo en total diez soles en los cielos y, a pesar de su magnífica puntería, ninguna de las flechas de Hou Yi pudo afectarlos.

El Clásico de Montañas y Mares establece que el emperador celestial Jun tenía diez hijos y su esposa, quienes se convirtieron en los diez soles que residían más allá de los mares del este. El desastre surgió cuando los diez soles decidieron alzarse simultáneamente. Los mares se secaron y las plantas se marchitaron. El suelo se quemó y el aire mismo se volvió difícil de respirar.

Mientras la impaciencia y preocupación iban creciendo en el Emperador Yao, un ministro sugirió que se abstuviera de la carne, el vino y cumpliera con sacrificios para los dioses en sinceros rezos frente al cielo, la tierra y los ancestros.

“Hou Yi puede tener sus flechas divinas”, dijo el ministro, “pero el asunto descansa en la devoción del soberano”.

Yao entonces se dio un baño y cumplió con la abstinencia por tres días. Al mismo tiempo, hizo sacrificios al cielo y a la tierra. Hou Yi también hizo un viaje a la Montaña Kunlun donde rezó devotamente al cielo y pidió a los soles que perdonen a la tierra.

Los soles no se movieron y Hou Yi se vio obligado a tensar su arco. Derribó nueve de las estrellas y el clima refrescó hasta llegar a su estado normal.

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