Los presos de conciencia en China son obligados a fabricar productos para mercados extranjeros

Por Bitter Winter
15 de mayo de 2020 5:37 PM Actualizado: 15 de mayo de 2020 5:38 PM

Una creyente de la Iglesia de Dios Todopoderoso (IDT) —el movimiento religioso más perseguido en China— quien actualmente tiene 30 años, en el año 2014 fue sentenciada a cinco años de prisión. Acusada de «utilizar una organización xie jiao para socavar la aplicación de la ley» solo a causa de sus creencias, cumplió su condena en una prisión de mujeres emplazada en el noroeste de China.

La mujer recordó que, poco después de su llegada, una guardia le dijo que el taller de la prisión del que estaba a cargo proporcionaba un alto rendimiento, y que a menudo se le asignaban más tareas de producción.

«Al ver que tenía una complexión fuerte, me llevó a su taller», recordó la creyente. «Me asignaron la tarea de pespuntear ojales. El trabajo nunca terminaba, cada día, cada mes y cada año debía repetir la misma tarea».

Los empleados trabajan en una empresa textil situada en las afueras de la Zona Económica Especial de Shenzhen (China), en la frontera con Hong Kong, el 13 de diciembre de 2004. (AFP/AFP vía Getty Images)

En China, cuando las empresas productoras enfrentan escasez de mano de obra, buscan la ayuda de las prisiones para incrementar la producción. La creyente de la IDT afirmó que la mayor parte de las reclusas que cumplían largas condenas en su bloque de celdas procedían de Sichuan, Yunnan, Zhejiang y otras provincias, y habían sido llevadas allí para trabajar en los talleres de la prisión. Según la misma, la prisión pagaba 600 yuanes (alrededor de 85 dólares) por persona.

La mujer recordó una ocasión en que los guardias le entregaron a cada interna de su taller algunos uniformes para que se los pusieran, incluyendo zapatos y sombreros. Se les indicó que no debían pronunciar palabra durante la próxima inspección. Supuestamente, el gerente de una empresa fabricante de ropa, procedente de Hong Kong, quien sospechaba que sus productos eran producidos por reclusos, iba a efectuar una visita. «Por esta razón, en la puerta se colocó un letrero que decía: ‘No se permite el ingreso de prisioneros’, lo cual ayudó a engañar al empresario y a obtener de él un considerable pedido», afirmó la creyente de la IDT.

La prisión no solo toma pedidos de Hong Kong, Malasia y otros países, sino que también fabrica uniformes para uso doméstico. «A los guardias no les importa mucho la calidad de los pedidos provenientes de países extranjeros, pero en lo que respecta a los pedidos nacionales de uniformes para la policía, compañías ferroviarias y otras, son particularmente estrictos», recordó la mujer. «A menudo nos recordaban que esos uniformes eran fabricados para ser usados por chinos, y que cualquier defecto de calidad afectaría la imagen del país. Seríamos responsabilizadas por cualquier pequeño error».

Trabajadoras hacen ropa en una fábrica de ropa el 5 de diciembre de 2005 en Chengdu de la provincia de Sichuan, China. (China Photos/Getty Images)

«Teníamos que trabajar 16 horas por día, a veces incluso durante la noche, y aún así éramos obligadas a trabajar al día siguiente, sin haber tomado ningún tipo de descanso», afirmó la creyente mientras recordaba las condiciones de trabajo en la prisión. «Teníamos tanto sueño que no podíamos evitar quedarnos dormidas. No era inusual que nos perforáramos los dedos con una aguja cuando pisábamos el pedal de la máquina de coser por accidente debido al cansancio. En dichos casos, los mecánicos utilizaban alicates para retirar la aguja. Posteriormente, sumergían nuestros dedos heridos en aceite de motor, supuestamente para desinfectar las heridas. A pesar de las lesiones, teníamos que seguir trabajando».

Los guardias a menudo golpeaban a las prisioneras que no lograban cumplir las exigencias por carecer de habilidades o fuerza física. «Viví angustiada y atormentada durante mucho tiempo», continuó la mujer. «Cuando me dijeron que mi padre padecía una enfermedad terminal, ya no pude aguantar más y dejé de trabajar. Para castigarme, el jefe del distrito penitenciario, con la ayuda de cuatro guardias de la prisión, golpeó mi rostro, brazos y manos con un bastón eléctrico. No pude dejar de llorar miserablemente mientras la corriente pasaba por todo mi cuerpo».

Como resultado de trabajar largas horas en un ambiente cerrado y mal ventilado, tanto la creyente como sus compañeras de prisión padecieron graves problemas médicos. Su vista se deterioró considerablemente, pero aún así debían continuar trabajando.

Este artículo fue publicado originalmente en Bitter Winter, una publicación sobre libertad religiosa y derechos humanos en China.


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