Momento de aprendizaje en Oxford: lecciones sobre reforma social y combustibles fósiles

Por Mark Hendrickson
09 de febrero de 2020 2:29 PM Actualizado: 09 de febrero de 2020 2:29 PM

Comentario

Agradezco a The Wall Street Journal por informar sobre una protesta estudiantil en el St. John’s College de Oxford. Esta historia tuvo una resonancia especial para mí. Una vez estudié con el erudito de Archie Burnett en el St. John, quien me introdujo en los escritos de Solzhenitsyn y profundizó mi comprensión de Shakespeare.

La protesta fue extremadamente poco original. Un grupo de estudiantes se reunió en el cuadrilátero de St. John y exigió que la universidad se desprendiera de sus acciones de las compañías petroleras. La respuesta efectiva e instructiva del tesorero a los manifestantes fue como un soplo de aire fresco.

El tesorero, Andrew Parker, dijo a los estudiantes que no le era posible vender unilateralmente y de inmediato las acciones. Luego continuó: «Pero puedo arreglar que la calefacción central de gas en la universidad se apague con efecto inmediato. Por favor, háganme saber si apoyan esta propuesta». ¡Touché!

No hace falta decir que los estudiantes no aceptaron la oferta de Parker. En cambio, se quejaron de lo injusta que fue esa sugerencia. Este infantil sentido de la justicia personifica la mentalidad actual de muchos idealistas de salvar el mundo: Otras personas deben hacer sacrificios, pero yo no, soy demasiado importante, porque soy uno de los iluminados que sabe lo que todos deben realizar para hacer de nuestro mundo un lugar mejor. Es el doble estándar como el que tienen tantas celebridades, políticos y multimillonarios, que vuelan alrededor del mundo en jets privados diciéndole al resto de nosotros que somos criminales de CO2 por conducir demasiado nuestros autos.

Esto es peligroso; es elitista hasta la médula, y es una tiranía naciente. (También muestra una gran ignorancia sobre cómo funciona el mundo, pero ampliaré sobre eso más adelante).

El Nuevo Testamento de la Biblia nos enseña mucho sobre cómo tratarnos unos a otros. Una lección es «primero quita la viga de tu propio ojo, y entonces verás lo suficientemente claro para quitar la paja del ojo de tu hermano» (Mateo 7:5, ISV).

En Estados Unidos (y supongo que en Inglaterra), los ciudadanos son todos libres e iguales ante la ley. Si sentimos que el consumo de combustibles fósiles es peligroso para nuestro futuro, somos libres de desistir de consumirlos. Pero lo que estos mimados estudiantes universitarios quieren es establecer una oligarquía de personas afines para obligar a pagar a otros el precio del cambio en lugar de pagar libremente ese precio ellos mismos.

A pesar de que hablan de los supuestos males de la desigualdad económica, son entusiastas defensores de la desigualdad política. No tienen escrúpulos morales ni dudas sobre su propia posición como clase dominante cuya función vital y necesaria es decirnos al resto de nosotros, seres inferiores, cómo vivir.

Cuando estaba en la universidad, el mismo tipo de protestas santurronas pero ignorantes, a menudo sobre los mismos asuntos, también eran comunes en ese entonces. (Jóvenes, díganme si quieren ‘OK, cincuentón’, pero queríamos terminar con la guerra, la pobreza y la contaminación antes que ustedes).

Cuando se piensa al respecto, las universidades proporcionan las condiciones ideales en las que pueden surgir semejantes protestas muy cortoplacistas y egocéntricas.

En primer lugar, está comprobado de que nuestras emociones se desarrollan antes que un intelecto maduro y completo, lo que hace que los jóvenes, en particular, sean unos inocenetes candidatos de fáciles falacias como el socialismo.

En segundo lugar, está la artificialidad, a menudo idílica, de la vida en el campus, que hace que los estudiantes universitarios se refieran a la vida fuera del campus como «el mundo real». Al estar desconectados del mundo real, proponen políticas que no tienen sentido en el mundo real.    

En tercer lugar, sus modelos adultos son los consabidos profesores de ‘torre de marfil’ que tienen la libertad de sentarse en las aulas, oficinas y bibliotecas pensando en todo tipo de formas de cambiar el mundo. Con demasiada frecuencia, los resultados han sido protestas mal pensadas como la de St. John’s. Muy rara vez los administradores de las universidades han tenido la fuerza suficiente para decir, «Si no te gusta la forma en que lo hacemos aquí, eres bienvenido a ir a otro lugar, y por cierto, si realmente te opones a los combustibles fósiles, te ayudaremos a reducir tu consumo de ellos».

Ahora, además de la superficial e imberbe arrogancia de estudiantes universitarios que se quejan para desinvertir, el hecho decepcionante es que, incluso a las edades de 18-22 años, no tienen ni idea del gesto inútil que están haciendo. Son terriblemente, y creo que inexcusablemente, ignorantes sobre economía elemental y cómo funciona el mundo.

Apuntar a las acciones de las empresas productoras de combustibles fósiles es apuntar al objetivo equivocado. Solo hay una manera de dañar a esas compañías, y es demandar (usar) menos de lo que producen. Mientras la gente quiera consumir combustibles fósiles, las compañías continuarán produciéndolo.

En teoría, se podría aprobar una ley que prohibiera la producción de combustibles fósiles, pero una vez que la gente se diera cuenta de lo indeseable que sería tener que vivir sin ellos (un hecho que la muchedumbre de Oxford demostró por su propia falta de voluntad de renunciar a ellos) esa ley sería revocada rápidamente, a menos que, por supuesto, el pueblo estuviera sujeto a una dictadura socialista.

Supongamos por un momento que la desinversión se hace popular y los poseedores de reservas de combustible fósil se desprenden a voluntad, haciendo caer el precio. ¿Qué pasaría entonces? Los astutos inversores (¿los chinos quizás?) se precipitarían y comprarían valiosos activos con grandes descuentos. Sí, dije «valiosos». Las acciones de las empresas de petróleo y gas serán valiosas siempre y cuando las empresas subyacentes produzcan algo que la gente valore claramente.

¿Y por qué la gente valora tanto el petróleo y el gas? Porque les gustan sus autos. Les gusta que sus casas sean calentadas, enfriadas e iluminadas. Les gustan los innumerables aparatos electrónicos disponibles para nosotros. Les gustan las cosas que producen las fábricas que consumen energía. En resumen, les gusta vivir bien.

Es irracional y autodestructivo considerar los combustibles fósiles como si fueran una gigantesca maldición para la humanidad. Miren este gráfico, que muestra lo estrechamente relacionado que está el progreso económico con la disponibilidad de energía accesible y fiable:

Uso de energía vs. PIB

(Agencia Europea del Medio Ambiente/CC por 2,5 DK)

La raza humana, sin necesidad de intervención política, superará algún día el uso de combustibles fósiles. Este paso evolutivo ocurrirá a la mayoría de la población mundial como sucedió cuando se superó voluntariamente el uso de la madera como fuente primaria de energía. Cuando sean viables, los sustitutos económicamente accesibles suplantarán al petróleo y al gas; pero hasta que eso no ocurra, seguiremos consumiendo combustibles fósiles.

Me quito el sombrero ante Andrew Parker de St. John’s por haber enseñado una valiosa lección a los bienintencionados pero ignorantes niños que parlotean sobre la privación de combustibles fósiles.

Mark Hendrickson, economista, se retiró recientemente de la facultad del Grove City College, donde sigue siendo investigador de política económica y social del Instituto para la Fe y la Libertad.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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