La tragicomedia mexicana

Por Gerardo De la Concha
04 de enero de 2025 1:03 PM Actualizado: 04 de enero de 2025 8:21 PM

Opinión

Hace 30 años publiqué un libro: La razón y la afrenta. Antología del panfleto y la polémica en México. Es una voluminosa obra agotada desde hace tiempo.

En su momento ese libro tuvo mucha atención de la crítica y de intelectuales. Cristopher Domínguez escribió un ensayo acerca de esta antología junto con mi libro El fin de lo sagrado, al que el escritor ya fallecido Sergio González Rodríguez llamaba «libro secreto que será reconocido en el futuro» y cuyo tema es el proceso de secularización del país.

Hace poco regresé a mi antología del panfleto y la polémica y al texto de Cristopher Domínguez y reparé en lo siguiente: que unos señalamientos de este crítico son válidos y que el libro debía actualizarse.

Y aquí llego al meollo del asunto de este artículo. Hasta donde percibo, a reserva de estudiar bien el tema, el libro en una reedición debe cancelarse con la insurrección zapatista.

El panfleto de Marcos «¿De qué debemos sentirnos culpables?» es de antología y la última polémica de altura fue en varias entregas de la revista Siempre, precisamente con la discusión sobre el zapatismo entre Javier Sicilia, su simpatizante y yo, su antagonista intelectual.

Fue tan intensa mi participación en ese tema, al grado que grabé un documental en toda la zona del conflicto: las Cañadas, los Altos y la Selva Norte de Chiapas, para denunciar los crímenes del zapatismo contra otros indígenas, esto en su auge y la cumbre del prestigio internacional de Marcos.

Y llegué hasta ahí, porque la actualización de mi libro no podría abarcar el tiempo actual, de manera paradójica cuando en nuestro país está sucediendo con el obradorismo un cambio histórico, un cambio de régimen ni más ni menos.

Si bien la modernización salinista transformó el paradigma del modelo imperante, su modificación fue fundamentalmente económica y abrió la puerta a un ajuste político que canceló el viejo estilo impositivo priista, pero mantuvo en esencia y de manera paradójica al viejo sistema.

Esto es importante, porque el obradorismo representa, con una mayoría de personajes de ese sistema, un cambio de régimen real cuyas consecuencias son impredecibles todavía según algunos, pero que de acuerdo a unos pocos entre los que me cuento, serán más temprano que tarde un completo desastre político, económico y social.

¿Entonces por qué a pesar de tratarse de un hecho histórico, que ha cambiado el rumbo del país, el obradorismo no produjo ni propició un panfleto importante —en contra o a favor— o una polémica mínimamente interesante?

Esto significa algo y mucho. Es evidente que los libros de López Obrador son escritos por ghost writer, escritores fantasma no muy brillantes. De ahí que tratar de polemizar en su visión histórica del personaje —quien tiene un nivel escolar, ideológico y aburrido en lo que se refiere a la historia mexicana—, como intentó Enrique Krauze, es más bien fallido por tal motivo a pesar del esfuerzo que hizo este historiador.

Por supuesto hay análisis brillantes de corte periodístico o académico sobre el obradorismo, pero nada que en los ámbitos panfletario o polémico pueda ser antologable. Por lo menos eso pienso ahora.

López Obrador, sobre quien Gabriel Zaid recopiló su folklórico uso de decenas de insultos y términos denigrantes contra sus adversarios, no es sin embargo autor de ningún panfleto relevante digno de codearse con los producidos por los personajes históricos de mi antología.

¿Por qué razón? ¿Si López Obrador ha conducido como digo una modificación histórica al grado que representa un cambio de régimen?

A mi parecer la respuesta está condensada en tres palabras: la corrupción, el lumpen y una caricatura. Voy a explicar brevemente cada una de ellas.

Los grandes proyectos del obradorismo —la Refinería Dos Bocas, el Tren Maya, el AIFA y hasta la compra de la aerolínea Mexicana de Aviación— presentan signos evidentes de corrupción señalados en su mayoría por la prensa mexicana. El sistema de auditoría y las funciones del Estado mexicano se han cancelado en la materia. Y se ha impuesto un candado para encerrar el lodo y permitir la impunidad presente: son ya un tema reservado de seguridad nacional.

Un gobierno descuidado en los temas de narcotráfico y migración —que son precisamente de seguridad nacional—, convierte el manejo de fondos públicos en una falsa cuestión de seguridad nacional, cuando se trata simplemente de rendición de cuentas exigible en cualquier democracia.

Gracias al espíritu de la rendición de cuentas se ha podido hacer la crítica de los anteriores gobiernos al obradorismo. Si esto no es posible con este gobierno, es porque entre lo filtrado y la opacidad resalta que estamos precisamente frente al gobierno más corrupto de la historia mexicana. Por lo tanto, se debería buscar una declaración judicial, no un panfleto.

Las cantidades despilfarradas sin que hubiera control por parte del Estado mexicano son estratosféricas, se miden en miles de millones de dólares. Y evidentemente los robos estuvieron a la orden del día. Solo Selgamex, que se alcanzó a saber, triplicó el escándalo de los cinco mil millones de pesos de la llamada Estafa Maestra.

La camada de funcionarios con casas lujosas que no tenían, es muy similar al pasado. Pero la corrupción, que incluye el despilfarro, debe medirse con el tres por ciento de déficit fiscal del PIB que padecemos como herencia del anterior sexenio, y con el desplome de recursos de los sectores esenciales del Estado como la salud, la seguridad, la educación y los municipios. Todos estos ámbitos se encuentran en crisis por el desfalco monumental del obradorismo y debe decirse con todas sus palabras.

Nos financiamos ahora con deuda externa y no remediamos los déficit existentes, sino se profundizan. Por ejemplo, al sector salud le quitan todavía en el presupuesto general del actual gobierno un 31 por ciento de sus recursos. La salud de los mexicanos no importa en el México contemporáneo. Eso es también corrupción. Y de la peor especie.

Sobre lo lumpen. Recuerdo una película de Tin Tan. Por algún motivo se hospeda en una casa rica. Y se encuentra una chequera en el buró de su lujosa recámara. Comienza entonces a emitir cheques para todo. Entra en una juerga permanente. Hasta que empieza a firmar cheques sin fondo. Entonces los acreedores se amontonan con reclamos en las puertas de la casa.

El lumpen son los vivillos y quienes admiran sus hazañas. Lo que resulta cómico con Tin Tan o Cantinflas o Clavillazo, pierde su encanto cuando encarna en políticos. Se les llama politicastros y ahora están en el poder. Es México.

López Obrador decidió vivir en Palacio Nacional y no en Los Pinos. O sea, al palacio virreinal que era fundamentalmente un museo lo convirtió en su vivienda y a la casa presidencial heredada de Lázaro Cárdenas lo transformó en un museo. Bendita la hora en que no se le ocurrió vivir en Bellas Artes.

Ahora existe la continuidad de esto: la corrupción y lo lumpen. De hecho es corrupción al dejarla impune solo porque se trata del mismo partido. Aunque es la costumbre de la clase política mexicana, no solo del morenismo que es finalmente su cúspide.

Durante un tiempo pensé que el obradorismo era una restauración del viejo PRI, que encarnó una cierta complejidad política que dio pie, por ejemplo, a los «mexicanólogos» de universidades estadounidenses o europeas.

Luego me di cuenta que el obradorismo en cambio se trataba de una caricatura. Algo sin profundidad. Algo corrupto y lumpen. Imposible pudiera generar un panfleto para mi antología, mucho menos una polémica profunda y contrastante. Este tipo de caricaturas que producen muertos —en la pandemia y en la crisis de seguridad— además de risa, se les conoce como trágico comedias. El obradorismo y su continuidad se trata de una tragicomedia, la tragicomedia mexicana por excelencia.

Se trata de llorar o reír, pero no tiene cabida en mi antología del panfleto y la polémica en México, si es que algún día preparo una segunda edición y la puedo publicar en este país de nuevo régimen más cerrado y oscuro.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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