Para no olvidar: Algunas lecciones de Rudyard Kipling

Por Jeff Minick
14 de septiembre de 2021 8:34 PM Actualizado: 14 de septiembre de 2021 8:34 PM

«Cuando era un muchacho de catorce años», señaló una vez Mark Twain, «mi padre era tan ignorante que apenas podía soportar tener al viejo cerca. Pero cuando llegué a los veintiún años, me sorprendió lo mucho que el viejo había aprendido en siete años».

Como Twain, algunos niños ponen los ojos en blanco cuando sus padres o abuelos les dan consejos. La década de los sesenta dio origen al adagio «Nunca se fíe de nadie que tenga más de 30 años», que algunos jóvenes creyeron hasta que llegaron a la mediana edad y se encontraron con que eran padres o estaban en posiciones de autoridad. Fue entonces cuando se acabaron bruscamente las miradas.

Lo mismo sucede con ciertos escritores. En nuestra época, algunos desprecian a los autores por sus opiniones sobre las mujeres, o la raza, o el género, y aunque puedan ser tan dotados y sabios como Shakespeare, Jane Austin o Mark Twain, estamos dispuestos a arrojarlos a ellos y a su obra al basurero cuando ofenden los estándares de corrección política de nuestra cultura.

Una de las primeras víctimas de esta ejecución cultural fue Rudyard Kipling (1865-1936).

Rudyard Kipling (der.) con su padre, John Lockwood Kipling, alrededor de 1890. (PD-US)

Una reputación mixta

Kipling, que ganó el Premio Nobel en 1907, fue uno de los escritores más populares del mundo. Incluso después de su muerte, su obra inspiró películas de Hollywood como «El libro de la selva» y «Gunga Din», y sus cuentos y poesías se incluían regularmente en antologías de la literatura inglesa. En mi biblioteca pública hay al menos dos docenas de títulos suyos.

Sin embargo, durante la agitación cultural de los últimos 50 años, la reputación de Kipling ha sufrido los golpes y patadas de nuestra era progresista. Las escuelas eliminaron sus obras de sus planes de estudio, y ha desaparecido de ciertos libros de texto —mi sexta edición del libro de texto de X.J. Kennedy, «Literatura», tiene 1859 páginas, pero sin una sola referencia a Kipling. Y hoy en día muchos consideran al autor de obras como «Kim», «Capitanes Valientes» y el poema «If—» un racista, un patriotero, un imperialista y un misógino.

Por supuesto, hay algo de verdad en estas acusaciones. Kipling fue, después de todo, un hombre de su tiempo y un promotor del imperio. Por otra parte, si juzgamos a cualquier escritor del pasado según nuestros criterios actuales, es probable que encontremos algún enchufe que choque con nuestra sensibilidad moderna, del mismo modo que nuestros propios prejuicios sin duda horrorizarán o divertirán a nuestros descendientes dentro de un siglo.

Sin embargo, si escarbamos un poco más en la prosa y el verso de Kipling, descubrimos a un escritor que tiene algunas palabras sabias para nosotros, algunas advertencias que ignoramos a nuestro riesgo.

Echemos un vistazo.

Imperialismo y construcción de naciones

Hoy en día, muchos tachan a Kipling de imperialista, de apologista del Imperio Británico.

Concedámosles ese punto.

Pero tal vez deberían leer entonces «El hombre que quiso ser rey» o ver la película del mismo nombre dirigida por John Huston. La historia de Kipling se centra en dos exsoldados y estafadores británicos, Daniel Dravot y Peachey Carnehan, que conspiran para erigirse como reyes de Kafiristán, hoy una parte de Afganistán. Pretenden apoyar a una tribu beligerante contra otra, subvertir los poderes fácticos, hacerse monarcas y luego, como dice Dravot en la película, «saquear el país a cuatro velas».

Su plan casi funciona, pero al final los nativos ejecutan a Daniel, y Peachey regresa a la India destrozado en salud y mente, donde muere poco después.

Esto suena menos como una receta para el imperialismo que como una advertencia sobre sus peligros. Dada nuestra reciente catástrofe en Afganistán, podríamos instar a nuestros líderes a visitar el cuento de Kipling sobre la arrogancia y sus consecuencias antes de embarcarnos en nuestra próxima aventura en el extranjero.

En «El hombre que quiso ser rey», Kipling muestra el egoísmo de los aspirantes a imperialistas.

La raza

Dada la reputación de Kipling, ¿qué podría enseñarnos sobre la raza?

En resumen, Tolerancia y respeto.

En «Gunga Din«, Kipling crea a Gunga Din, un «bhisti del regimiento», o aguador, que rescata a un soldado británico herido, le cubre la herida, le da agua y luego muere de un disparo. El soldado y sus compañeros habían despreciado a Gunga Din, pero el poema termina con estas palabras: «Aunque te haya golpeado y flagelado,/ por el Dios vivo que te hizo,/ ¡eres mejor hombre que yo, Gunga Din!».

En «La balada de Oriente y Occidente«, Kipling vuelve a tratar este tema del respeto más allá de la raza o el credo al principio y al final de su poema:

Oh, el Este es el Este, y el Oeste es el Oeste, y nunca se encontrarán los dos,
Hasta que la Tierra y el Cielo se encuentren en el gran Tribunal de Dios;
Pero no hay ni Este ni Oeste, ni frontera, ni raza, ni nacimiento,
cuando dos hombres fuertes se encuentran cara a cara aunque vengan de los confines de la tierra.

En «Kim», quizá la mejor de sus obras de ficción, Kipling introduce una serie de personajes en su historia de India, con especial énfasis en el niño irlandés huérfano y vagabundo Kim y su mentor y amigo budista, el lama. Aunque somos testigos de algunos prejuicios raciales en la historia, estos sentimientos son representativos de la época. En general, Kipling presenta con realismo a todos sus personajes de cualquier casta o color de raza, y en el lama nos encontramos con un hombre santo que trata con respeto y buena voluntad a quienes encuentra, independientemente de sus creencias o del color de su piel.

«Kim», quizá la mejor novela de Kipling, muestra que la abnegación de una persona tiene más valor que el color de la piel.

Cómo educar a nuestros hijos, sobre todo a los varones

Cuando se trata de educar a los jóvenes y formar su carácter, la nuestra es una época de confusión. Carecemos de una norma moral universal, a menudo fracasamos con nuestras palabras y actos a la hora de dar un buen ejemplo a nuestros hijos, y nuestros adolescentes en particular pueden caer bajo la influencia adversa de nuestra cultura electrónica.

También en este caso, Kipling puede darnos una estrella para guiarnos. Su novela «Capitanes valientes», por ejemplo, cuenta la historia de un adolescente rico y egocéntrico que cae por la borda y es rescatado por unos pescadores portugueses. En su ensayo «The American Boy«, Theodore Roosevelt dice de este libro que «describe de la manera más viva lo que un muchacho debe ser y hacer. Al principio, el héroe es descrito como un niño mimado y excesivamente complaciente de padres ricos, de un tipo que, por desgracia, a veces vemos, y que existen pocas cosas más objetables sobre la faz de la tierra. Después, este niño es arrojado a sobrevivir con sus propios recursos, en medio de un entorno saludable, y es forzado a trabajar duro entre niños y hombres que son verdaderos niños y verdaderos hombres haciendo un trabajo real. El efecto es inestimable».

En «If—«, Kipling nos da una fórmula más sucinta para convertir a los niños en hombres. En los 32 versos de este poema, encontramos destilada la magia de esa transformación. Pueden encontrar mi opinión sobre este poema en mi ensayo en Internet en The Epoch Times, «You’ll Be a Man, My Son: Rudyard Kipling on Manhood» (Serás un hombre, hijo mío: Rodolfo Kipling sobre la hombría).

Prevenido es prearmado

Por último, Kipling lanza varias advertencias sobre los problemas que azotan nuestra nación en estos momentos. «Los dioses de los encabezamientos de los libros de texto«, con sus advertencias contra la ruptura o el abandono de un código moral, es más aplicable hoy que cuando Kipling lo escribió. Estos encabezamientos eran las máximas o proverbios que figuraban en la parte superior de una página de un cuaderno de notas, que los alumnos escribían una y otra vez para desarrollar su caligrafía. Después que el narrador del poema recita una letanía de penas sufridas cuando ignoramos esta sabiduría intemporal, el poema termina con este verso:

Y que después de que esto se cumpla, y el valiente nuevo mundo comience
Cuando todos los hombres reciban el pago por existir y ningún hombre deba pagar por sus pecados,
Tan seguro como que el Agua nos mojará, tan seguro como que el Fuego nos quemará,
¡Los dioses de los títulos de los libros de texto con el terror y la matanza regresaran!

La tradición y el sentido común, nos dice Kipling, triunfan sobre las falsas ideas de los «Dioses del Mercado».

En 1897, Kipling escribió «Receso» para el Jubileo de Diamante de la Reina Victoria. Aquí no vemos nada del patrioterismo del que se le acusa. En cambio, su poema es un sombrío recordatorio de la impermanencia del imperio y del poder. Aquí está el verso final:

Para el corazón pagano que pone su confianza
En el tubo apestoso y el fragmento de hierro
Todo el polvo valiente que construye sobre el polvo,
Y, guardando, no te llama a ti para que lo guardes;
Para la jactancia frenética y la palabra insensata—
¡La misericordia de tu pueblo, Señor!.

La humildad, no la arrogancia, es el tema del poema.

Miremos hacia atrás para avanzar

En el cuento de Ring Lardner «Zone of Quiet» («La zona del silencio»), la señorita Lyons, enfermera de hospital, habla sin cesar con el pobre hombre que tiene a su cargo. En un momento, le habla de un hombre con el que está saliendo:

«Estábamos hablando de libros y de lecturas, y me preguntó si me gustaba la poesía —solo que él la llamaba ‘aves de corral’— y le dije que me encantaba y que Edgar M. Guest era mi favorito, y entonces le pregunté si le gustaba Kipling y ¿qué crees que dijo? Dijo que no sabía; que nunca había leído a Kipling».

Esa última frase se me quedó grabada desde que mis compañeros y yo leímos esta historia en una clase de literatura de la escuela secundaria. Era divertido en aquel entonces y todavía me hace sonreír.

Nos ponemos en grave peligro cuando ignoramos la sabiduría acumulada por nuestros antepasados. Quizá sea hora de que todos intentemos leer los libros de Kipling… o mejor dicho, a Kipling.

Jeff Minick tiene cuatro hijos y un creciente pelotón de nietos. Durante 20 años, enseñó historia, literatura y latín a seminarios de estudiantes educados en casa en Asheville, N.C. Es autor de dos novelas, «Amanda Bell» y «Dust On Their Wings», y de dos obras de no ficción, «Learning As I Go» y «Movies Make The Man». Actualmente, vive y escribe en Front Royal, Va. Visite JeffMinick.com para seguir su blog.


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