Restos humanos: reflexionando sobre el legado de Lenin en el 150 aniversario de su nacimiento

Por Barbara Kay
20 de abril de 2020 9:55 PM Actualizado: 20 de abril de 2020 9:56 PM

Opinión

El gobierno liberal de Canadá ha tardado en reconocer la ambigüedad del Partido Comunista Chino durante la crisis de COVID-19. Ocasionalmente, como cuando la ministra de Salud, Patty Hajdu, dijo hace poco a un periodista que acusar a China de ocultar el alcance de su brote estaba «alimentando las teorías de la conspiración», la respuesta canadiense bordea el territorio del «idiota útil».

El término «idiota útil» se suele atribuir a Lenin, aunque no hay pruebas textuales de él diciéndolo. Hay una frase documentada en lenguaje serbocroata para los liberales que aceptan colaborar con los comunistas, que se traduce como «inocentes útiles», una versión más cortés y más aplicable a la vergonzosa ingenuidad respecto a China y sus ambiciones, que a menudo vemos en plena exhibición en el gobierno de Trudeau. (Trudeau hijo por su ingenuidad naïve hacia China; Trudeau padre por ser un adulador serial de la Rusia soviética, China y Cuba).

El 22 de abril se celebra el 150 aniversario del nacimiento de Lenin. Atrapado en nuestra actual distopía, es un momento adecuado para considerar su enorme contribución al movimiento comunista y los incalculables restos humanos que produjo en la Unión Soviética, China, Corea del Norte y otros países empeñados en lograr el perfecto pero siempre escurridizo omelet por el que se han sacrificado tantos millones de huevos humanos.

La Unión Soviética se derrumbó, pero la mentalidad de Lenin ha dado forma a nuestro mundo político y perdura en todas partes, incluidos los palacios de sueños progresistas de los campus occidentales. Él introdujo al mundo el estado de partido único y la forma de gobernar basados en el terror, algo conocido como totalitarismo. La sed de sangre fue algo común en la historia, pero los anteriores tiranos «solo» asesinaban otras personas. Ninguna otra nación tuvo nunca la categoría criminal «miembro de la familia de un traidor a la patria», o campamentos reservados para las esposas de «enemigos del pueblo». Mucha gente cree que los «juicios espectáculo» fueron un invento estalinista, pero Lenin organizó un juicio espectáculo de los líderes del Partido Socialista Revolucionario en 1922.

Los números hablan más fuerte que las palabras. Bajo el gobierno zarista, en Rusia de 1876 a 1904, 486 personas fueron ejecutadas, incluyendo actores políticos, alrededor de 17 al año. Después de la revolución, de junio de 1918 a octubre de 1919, más de 16,000 personas fueron ejecutadas, unas 1000 al mes. En los años del Gran Terror, 1937 y 1938, medio millón de prisioneros políticos fueron fusilados – alrededor de 20,000 al mes. Por el contrario, la inquisición española, en sus 80 años de existencia, vio un promedio de 10 herejes al mes condenados a muerte.

El pasado septiembre, Gary Saul Morson, profesor de lenguas y literatura eslavas en la Universidad de Northwestern, dio una conferencia sobre Lenin, fue la conferencia inaugural del círculo de la revista The New Criterion. Él se considera a sí mismo un experto en «Leninthink», ya que fue, tal como David Horowitz, autor de los 10 volúmenes del «Libro Negro de la Izquierda Americana» (la mayoría de los cuales yo he reseñado para la revista FrontPage), un «bebé de pañales rojos». Morson dijo: «Yo conozco esta forma de pensar en mis huesos».

Para Lenin, todas las interacciones son un juego de suma cero. Va simbolizado en su famosa pregunta «¿Quién a quién?». ¿Quién tiene el poder? ¿Quién aniquila a quién? Lenin odiaba el capitalismo porque generalmente es una ganancia-ganancia para compradores y vendedores. Para él, cualquier transacción en el mercado libre, aunque sea insignificante, era un delito capital.

Por lo tanto, no hay cursos «intermedios». Solo funcionan las soluciones extremas. En tal esquema, la empatía es superflua a las exigencias. La supresión de la empatía era, por lo tanto, una cuestión de principio para Lenin. Morson escribe: «Yo no conozco ninguna otra sociedad, excepto aquellas modeladas que Lenin una vez creó, donde se enseñaba a los escolares que la misericordia, la bondad y la piedad son vicios». La empatía puede llevar, después de todo, a dudar en denunciar a los padres. La palabra «conciencia» fue reemplazada por «estar consciente» y siempre estaba ligada a la ideología. Lenin dijo, «un buen comunista es también un buen miembro de la Cheka»[policía secreta soviética].

El terror no era un error en el sistema de Lenin, sino una característica. «Cuando se nos reprocha crueldad», dijo, «nos preguntamos cómo es que la gente puede olvidar el marxismo más elemental». Lenin definió con aprobación la dictadura como algo «nada más que el poder que es totalmente ilimitado por cualquier ley, totalmente libre de cualquier regla, y basado directamente en la fuerza». Él pensaba que solo la máxima violencia produciría la disciplina necesaria para avanzar en la revolución.

El primer biógrafo de Lenin, Dmitri Volkogonov, creía que para Lenin la violencia era una meta en sí misma. Citó a Lenin en 1908, proponiendo «un verdadero terror nacional, que vigoriza el país y a través del cual la Gran Revolución Francesa alcanzó la gloria». Él constantemente exhortaba a sus secuaces a matar gente «sin piedad», exigiendo que la gente fuera «exterminada sin piedad» (el académico polaco Leszek Kowalkowski se preguntaba razonablemente cómo se podía exterminar a la gente con piedad).

De hecho, cuando el primer código legal soviético estaba siendo redactado por el Comisariado del Pueblo para la Justicia, Lenin exigió que el terror y el uso arbitrario del poder se escribieran en el código. «La ley no debe abolir el terror», declaró. «Debe estar fundamentado y legalizado en principio, claramente, sin evasivas ni adornos». Esto, dijo Morson, es otra primicia en un código legal nacional.

A menudo se señala que la Constitución Soviética de 1936 garantiza a sus ciudadanos más derechos de los que los estados occidentales conceden a los suyos. Un hombre soviético le dijo a Morson que los ciudadanos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) tenían completa libertad de expresión, siempre y cuando no mintieran. Morson comenta irónicamente que «recordaba este curioso concepto de libertad cuando un estudiante defendía la completa libertad de expresión, excepto la expresión de odio», siendo la expresión de odio o bien algo con lo que no estaba de acuerdo o un «silbato de perros» para algo con lo que no estaba de acuerdo.

Los verdaderos creyentes comunistas no tienen vida aparte del Partido (Partiinost). George Orwell entendió que la esencia del totalitarismo es un ciudadano que no distingue por sí mismo entre el bien y el mal. Lo correcto es lo que dice el Partido; por lo tanto, todo lo demás debe estar equivocado.

En el libro «El archipiélago del Gulag», Alexander Solzhenitsyn observó que los trágicos protagonistas de Shakespeare se contentan con asesinar solo a un puñado de personas. Ellos dejan de matar, explicó, porque «no tienen ninguna ideología».

Los luchadores por la justicia social son ideólogos, pero ¿son leninistas? No. Como Lenin señaló en su tratado «Qué hacer», hay un espectro. Unas pocas personas en la cima entienden lo que está pasando. Luego están aquellos «que solo practican las respuestas apropiadas». Finalmente, están los completamente inocentes, pero sumamente crédulos soldados de a pie. «Las verdaderas preguntas son», dijo Morson, «¿existe tal espectro ahora, y cómo localizamos a la gente en él? Además si existe tal espectro, ¿qué hacemos al respecto?»

Si no encontramos respuestas a esas preguntas ahora, cuando nos enfrentamos a un régimen comunista cuyas ambiciones son tan ilimitadas como las de Lenin y su visión de la vida tan despiadada, pero su versión del terror simplemente un poco más matizada y sofisticada, ¿entonces cuándo lo hacemos?

Barbara Kay es columnista semanal del National Post desde 2003, y también escribe para otras publicaciones como thepostmillennial.com, Canadian Jewish News, Quillette, y The Dorchester Review. Es autora de tres libros.

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones de la autora y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.


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