Revelaciones de Flynn pueden llevar a la desilusión con el Estado Profundo, no a la retribución

Por Roger Kimball
11 de Mayo de 2020 3:32 PM Actualizado: 12 de Mayo de 2020 1:16 AM

Opinión

Sir Walter Scott hizo una observación acertada en su poema Marmion cuando dijo, “Oh, qué telaraña tan enredada tejemos / cuando primero practicamos el engaño”.

Las ingeniosas palabras de J. R. Pope, fueron graciosas pero claramente menos sonoras, cuando en “A Word of Encouragement”, añadió otro par de versos a los originales de Scott:

“Pero cuando nosotros practicamos por un tiempo,
¡Cuánto mejoramos nuestro estilo!”

El enorme elenco de la Compañía Teatral de Obama, en su gira mundial de la Ilusión de la Colusión Rusa, abrazó la astuta enmienda de Pope. Ellos podrían haber prestado atención al texto original de Scott.

Con la histeria desenfrenada sobre nuestra última importación china, el coronavirus del PCCh, el público casi se olvida de la historia que una vez los cautivó: la historia cuya trama se retuerce y cuyos espectáculos secundarios le habrían dado a Dickens una buena competencia.

Lo que comenzó como una solemne acusación de colusión traidora con el enemigo para robar una elección presidencial, se fue agriando gradualmente como la leche que se deja al Sol. El equipo con más megáfonos no paraba de gritar sobre la colusión criminal con “los rusos” mientras dirigían cabarets nocturnos repletos de ofertas inmobiliarias rusas ficticias y prostitutas rusas ficticias. Era todo un espectáculo, una verdadera “Gesamtkunstwerk”, o sea, una obra de arte total.

Pero todas las cosas buenas —y todas las malas también— eventualmente llegan a su fin y al final, el costoso esfuerzo de varios años del Estado Profundo para anular los resultados de las elecciones de 2016 se detiene escleróticamente.

Lo que comenzó con un conjunto de investigaciones encubiertas del FBI sobre Donald Trump y varios miembros de su equipo, incluso antes de que Trump asumiera el cargo, floreció en los fuegos artificiales de la investigación de Mueller y luego llegó a un final patético e ignominioso cuando un confuso y tembloroso Robert Mueller testificó ante el Congreso y, entre otras cosas, afirmó no saber qué era Fusion GPS, la empresa que en primer lugar contrató al exespía Christopher Steele para producir el expediente que dio el impulso a la investigación de Mueller.

Cambiando la narrativa

Todo el asunto fue tan patético como repugnante, ganándose ampliamente el título del mayor escándalo político de la historia de nuestra nación. Pero justo cuando pensábamos que la sórdida historia era la noticia de ayer, una serie de revelaciones sobre el general Michael Flynn, el hombre que fue asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump durante unos minutos en 2017, catapultó la historia de nuevo al centro de la conciencia de todos.

Yo, como cualquier otro escriba en Alpha Centuri, he escrito sobre el caso de Flynn hasta la saciedad. Flynn fue una de las primeras víctimas del ataque del Estado Profundo de Obama contra Trump. La gente de mente justa sospechó que le tendieron una trampa desde que la acusación se hizo pública. Ahora lo sabemos.

No había razón para que el FBI entrevistara a Flynn. Fue un chivo expiatorio designado, creado por James Comey, Peter Strzok, y otros miembros de alto rango de la clase dirigente, porque habría estado en condiciones de exponer la operación “paraguas” más grande del ‘Huracán Crossfire’, que comenzó en julio de 2016, y cuyo objetivo era deslegitimar a Donald Trump y luego, cuando eso no funcionó, anular los resultados de una elección presidencial libre, abierta y democrática. Es una historia compleja. Mollie Hemingway tiene un buen resumen, con una útil línea de tiempo en su columna Federalist.

Lo que quiero subrayar ahora es el grado en que las recientes revelaciones, traídas a nosotros por cortesía del temible Sidney Powell, el nuevo abogado de Flynn, ha cambiado el juego y está en proceso de cambiar La Narrativa. Cuando el Departamento de Justicia decidió abandonar el caso contra Flynn hace unos días, fue la señal de que se estaba produciendo un cambio radical. Fue como la ejecución de la “Orden 66” en la saga de Star Wars, excepto que esta vez, son los buenos los que están a cargo.

Nerviosismo

Si usted siente un escalofrío repentino en el aire, un silencio incómodo, es porque los usualmente despreocupados actores del Estad Profundo de Barack Obama y James Comey han captado claramente el mensaje. La clase dirigente nunca les pide cuentas por sus malas acciones por la buena razón de que ellos son la clase dirigente. Hacen las reglas que tenemos que obedecer pero que pueden ignorar con impunidad.

Como excepción, el fiscal general William Barr lanzó una llave inglesa a su bien engrasada maquinaria. Respondiendo a la decisión del Departamento de Justicia de desestimar el caso contra Flynn, James Comey twiteó nerviosamente: “El Departamento de Justicia ha perdido el rumbo. Pero, personas de carrera: por favor quédense porque Estados Unidos los necesita. El país está hambriento de un liderazgo honesto y competente”.

“Liderazgo honesto y competente”, ¡de verdad!.

También estaba nerviosa la abeja reina, la araña en el centro de esta telaraña de intriga extralegal, Barack Obama. En un gesto casi cómico por su torpeza, se filtró una “conversación privada” con los asistentes.

He aquí que se filtró a Michael Isikoff, el mismo Michael Isikoff que fue el feliz receptor del expediente Steele filtrado mucho antes de que Robert Mueller comenzara su búsqueda al estilo de Don Quijote para conseguir a Trump. Isikoff enlaza un audio de los comentarios de Obama sobre la gestión del escenario. Esto es lo que dijo el expresidente:

“Creo que las noticias de las últimas 24 horas creo han sido algo minimizadas —sobre el Departamento de Justicia retirando los cargos contra Michael Flynn. También, el hecho de que no hay ningún precedente que se pueda encontrar sobre alguien que haya sido acusado de perjurio para simplemente salir impune. Ese es el tipo de cosas en las que empiezas a preocuparte de que las normas básicas, no solo las institucionales, sino también nuestra comprensión básica del estado de derecho están en riesgo. También cuando uno empieza a moverse en esas direcciones, eso puede acelerarse bastante rápido como hemos visto en otros lugares”.

Este intento cuidadosamente ensayado de Corrección Narrativa fue brutalmente anatomizado por el comentarista y profesor de leyes Jonathan Turley. Primero, Turley señala que Flynn no fue acusado de perjurio.

Segundo, ahora sabemos que Obama discutió la posibilidad de acusar a Flynn bajo la Ley Logan, una ley que data de 1799 que “nunca ha sido utilizada con éxito para condenar a nadie y es flagrantemente inconstitucional”.

Pasando a la subestimación, Turley señala que la declaración de Obama filtrada estratégicamente, muestra que está “personalmente involucrado en este esfuerzo”. Por último, siguiendo el ejemplo del expresidente, hay muchos precedentes de despidos. Turley cita algunos.

También señala esta deliciosa ironía: “El Departamento de Justicia ha desestimado casos en el pasado, incluyendo el caso [de Ted] Stevens. Eso fue solicitado por el propio fiscal general del presidente Obama, Eric Holder, por la misma razón: la mala conducta de los fiscales. Se hizo ante el mismo juez [que escuchó el caso de Flynn], el juez [Emmet] Sullivan. ¿Qué tal ese precedente?”.

El arte de lo posible

Como digo, parece que nunca se pide a las personas importantes que desarrollan y nutren La Narrativa que rindan cuentas del tipo de mala conducta, como se está exponiendo en el caso de Obama contra Trump.

¿Será diferente esta vez? ¿Qué pasaría si se probara que Barack Obama a sabiendas tuvo que ver con la incriminación ilegal de Michael Flynn y el intento de incriminar a Donald Trump? ¿Qué pasaría entonces? ¿Usted espera que sea acusado?

¿Hillary Clinton, sin importar la evidencia que se presente de un mal manejo criminal de material clasificado, no diría nada de que ella fabricó un caso contra Donald Trump, alimentando a una prensa ansiosa con desinformación de origen ruso?

¿James Comey tendría que rendir cuentas alguna vez?

Hacer estas preguntas es responderlas. Usted tendría que ir muy abajo en la cadena alimenticia demócrata, hasta un Peter Strzok o a una Lisa Page, antes de llegar a alguien tan prescindible como para ser arrojado bajo el autobús.

Por eso la retribución es una esperanza. Lo mejor que nosotros podemos esperar es una desilusión general y la erosión de la autoridad en la aquiescencia del público para gobernarse por el Estado Profundo. Eso sería sin duda una victoria, cuanto más profunda sea la desilusión, mejor. Sin duda, la retribución, en forma de acusaciones, sería más satisfactoria. Pero la política, como observó Bismarck, es el arte de lo posible.

Roger Kimball es el editor de The New Criterion y de Encounter Books Su libro más reciente es ” The Fortunes of Permanence”: Culture and Anarchy in an Age of Amnesia”.

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.


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