Todo lo bueno está en el «Jardín»

Una metáfora de nuestro último deseo

Por JAMES SALE
20 de agosto de 2020 7:00 PM Actualizado: 20 de agosto de 2020 7:00 PM

La metáfora es una forma primaria a través de la cual entendemos al mundo; no podemos saber realmente lo que algo es, excepto por medio de la comparación con otra cosa.

Aristóteles observó: «La diferencia más grande es ser un maestro de la metáfora; es lo único que no se puede aprender de los demás; y también es un signo de genialidad, ya que una buena metáfora implica una percepción intuitiva de la similitud en lo disímil». Por eso, por supuesto, valoramos tanto a los poetas. Ellos como escritores preeminentes, ellos más que cualquier otro ser humano tienen el don de acuñar (ahí, otra metáfora) imágenes frescas que expresan la similitud en lo disímil. En otras palabras, amplían nuestra comprensión de la realidad de formas nuevas y luminosas.

Esencialmente, el uso de metáforas es la forma por la cual, lingüística y conceptualmente, «mapeamos» (para usar otra metáfora; dejaré de llamar la atención sobre este fenómeno omnipresente) nuestra realidad: Proporciona una forma de ver que permite que las «cosas» no sean solo cosas inertes—objetos discretos allí fuera, apilados y aislados—sino «cosas» significativas, que existen en relaciones dinámicas de similitud y disimilitud con otras cosas.

Pero algunas metáforas parecen asumir una especie de importancia principal en nuestro pensamiento y en nuestra comprensión del mundo. Una de estas metáforas y símbolos es la metáfora: el jardín.

El jardín es una metáfora del lugar en el cual todos queremos estar. «El paraíso», de Jan Brueghel el Joven. Gemäldegalerie, Berlín. (Dominio público)

El Jardín: un símbolo, una metáfora

No se puede exagerar la importancia del jardín como una forma de entender al mundo. Encontramos en todas las religiones, pasadas y presentes, rastros del jardín: el Jardín de las Hespérides donde Zeus se casó con Hera, la Tierra Pura o el Paraíso Occidental del budismo, Los Jardines Secos Zen, y por supuesto más, incluyendo el Jardín del Edén.

El sacerdote católico y autor Timothy Radcliffe comparte un proverbio chino sobre este tema: «Si un hombre desea ser feliz durante una semana, debe tomar una esposa; si planea la felicidad durante un mes, debe matar a un cerdo; pero si desea la felicidad para siempre, debe plantar un jardín». (¡Asumo que lo mismo es cierto para las mujeres, naturalmente!) Pero el punto es que los jardines están ineludiblemente conectados en nuestras mentes con el paraíso y los estados de felicidad.

Ahora, ¿por qué sigo con la metáfora aquí cuando claramente, en primer lugar, parece que los jardines son símbolos? Bueno, el jardín es un símbolo, pero también funciona como una metáfora porque siempre lo estamos usando para comparar (similitudes) y contrastar (disimilitudes) con aspectos de nuestra realidad.

Tal vez, para aclarar esto, debería sugerir que el mayor símbolo de todos es la luz. Pero inmediatamente una vez que tenemos la idea de la luz, no podemos dejar de reflexionar sobre su ausencia o su opuesto. De hecho, vemos a través de la luz, y así metafóricamente entendemos también que podemos ser «iluminados». Entonces, el símbolo por ser tan primario para nuestra conciencia, se vuelve casi infinito en sus aplicaciones metafóricas. Lo mismo ocurre con el jardín.

Desde el inicio y como nuestro objetivo final

Si volvemos ahora al punto de partida de la civilización occidental, encontraremos un jardín. Todo comenzó en un jardín, el Jardín del Edén. ¿Qué significa esto? Al principio, significa que los seres humanos tenían— si tomamos los matices de los idiomas originales antiguos—un recinto, un parque, un lugar con árboles, flores y hierbas. En resumen, un paraíso donde la seguridad era incuestionable, donde la vida simplemente crecía en su propio y exuberante esplendor, y donde todos los animales tenían nombre y estaban bajo el control directo de los seres humanos.

«El Jardín del Edén», alrededor de 1828, por Thomas Cole. Museo de Arte Americano Amon Carter. (Dominio Público)

Lo que ocurre con un jardín es que no es un desierto, ni un caos, ni un lugar peligroso y cambiante, sino un lugar de seguridad, estabilidad, organización, propósito y paz. Esta última palabra, «paz», es muy importante ya que la «paz mental» se considera a menudo el objetivo final de todos nuestros esfuerzos.

A menudo, también, nos enfocamos en lo incorrecto para traernos esta paz mental: Si tuviéramos suficiente dinero, o poder, o conocimiento, entonces nos sentiríamos seguros y esto nos traería paz mental. Todas las verdaderas tradiciones espirituales niegan que el dinero, el poder y el conocimiento nos traigan paz. Al contrario, atraparían y destruirían nuestras almas si permitiéramos que se apoderen de nosotros: ¡Piense en el Dr. Fausto!

Al mismo tiempo, esas mismas tradiciones espirituales también afirman que hay un Nirvana, o Cielo, o lugar donde podemos encontrar la paz que pasa por todo entendimiento. Y entendemos también que donde estamos ahora no es donde deberíamos estar. En algún profundo nivel psicológico y espiritual, sentimos que el mundo no es ideal, pero que debería serlo; deberíamos estar en el jardín.

Curiosamente, no son solo las personas religiosas o espirituales las que sienten esto. Los ateos y los pensadores de la Ilustración también lo sienten. Para tomar el más famoso de todos, Voltaire terminó su novela «Cándido» con el mandato: «Uno debe cultivar su propio jardín». Noten que la cúspide de la sabiduría de la ilustración se encuentra en un jardín: algo conocido y cercano, algo que hemos creado, y no solo un pedazo de tierra, una remota ladera de montañas, o un valle o un recinto, pero si un jardín.

Esta mirada al jardín es efectivamente una mirada a la perfección que deseamos recuperar.

El enfoque moderno

A principios del siglo XX, el escritor James Allen declaró en su libro «As a Man Thinketh»: «La mente del hombre puede ser comparada con un jardín, que puede ser inteligentemente cultivado o dejado en libertad; pero ya sea cultivado o descuidado, debe y dará luz. Si no se ponen semillas útiles en él, entonces una abundancia de semillas de hierba inútil caerá en él, y continuará produciendo las de su clase».

El autor James Allen ve la mente como algo que hay que cultivar.

Este texto anticipó prolijamente todo el desarrollo personal y el movimiento del potencial humano de finales del siglo XX. Ahora tenemos que tomar solo un ejemplo de una plétora de herramientas como la Programación Neurolingüística (PNL) que tienen como objetivo reprogramar la mente para que sea más efectiva, más útil y, en última instancia, esté más en paz con su propio funcionamiento. La herramienta, entonces, nos ayuda a «cultivar» nuestro propio jardín en la mente. La PNL hace esto parcialmente a través del componente «lingüístico» de su proceso. ¿Lingüístico? A través de las palabras y cómo nos impactan a nosotros y a los demás.

Desde nuestra caída del Jardín, por supuesto, hemos encontrado esa paz mental extremadamente evasiva. Debemos tener en cuenta en este punto que la «Caída» no es una construcción exclusiva judía o cristiana, una ilusión que ha hipnotizado falsamente la mente occidental. Porque cuando pensamos en ello, todas las religiones serias creen en la Caída, o en sus versiones de ella; todas las religiones reconocen la imperfección del mundo y desean volver a ese estado de paraíso que consciente o intuitivamente reconocen como nuestro verdadero destino.

«La expulsión de Adán y Eva del paraíso», 1866, por Gustave Doré para «La gran Biblia de Tours». (PD-US)

De hecho, la palabra «religión» en sí misma significa, etimológicamente, atar, o disciplinarse a sí mismo para que uno alcance el estado de paraíso que se supone que tenemos. En lugar de la evolución (aunque no niego aspectos de su teoría) y de las ideas simplistas de «progreso», sabemos que ha habido alguna calamidad originaria que nos ha destrozado a todos, y queremos conocer el camino de regreso.

Pero, por supuesto, los querubines con espadas flameantes nos impiden el acceso. Y en lugar de tranquilidad, encontramos maleza y espinas y un desierto a nuestro alrededor, ciertamente no hay jardín.

Un jardín debe calmar la mente y refrescar el espíritu. Una montaña, una cascada y un «río» de grava en Daisen-in en Kyoto, Japón, construido entre 1509 y 1513. (CC BY-SA 3.0)

El paraíso al otro lado del cielo

Los humanos desde entonces han estado tratando de recrear este jardín, este verdadero jardín donde pueden ser y sentirse como su verdadero yo. Hay un anhelo, un anhelo por él, que está perfectamente capturado al final del famoso poema de Milton «El Paraíso Perdido» (Libro 12, líneas 641-5):

«Mirando hacia atrás, todo el lado oriental contempló
el Paraíso, el último asiento de la felicidad,
Se ha movido por esa marca en llamas, la Puerta…
con rostros horribles y brazos ardientes como armas:
sombrías lágrimas naturales se derraman, pero pronto se secan».

También encontramos, en Dante, que en la cima del Monte del Purgatorio (Canto 28 en adelante) el Paraíso Terrenal no se ha perdido, sino que sigue estando allí como el punto de salida crítico, por así decirlo, al propio cielo.

Dante sosteniendo su «Divina Comedia», junto a la entrada del Infierno, las siete terrazas del Monte Purgatorio y la ciudad de Florencia, con las esferas del Cielo arriba, 1465, en un fresco de Domenico di Michelino. Catedral de Santa María de Fiore, Florencia, Italia. (Dominio público)

Eso recuerda cómo los antiguos griegos tenían los Campos Elíseos para los muertos, aunque algunos, como Heracles, podrían alcanzar el cielo. En la antigua tradición egipcia, el paraíso se conocía como el Campo de Cañas, que el erudito Jacobus Van Dijk describe como «tierra de labranza idealizada», es decir, un lugar donde la vida se cultiva, crece y tiene un propósito. Un campo, entonces, como un jardín, no es un desierto sino un lugar que se mide, contiene y tiene un propósito.

Y esto nos lleva a la observación de que ciertamente no nos faltan aquellos que han buscado deliberadamente crear y recrear jardines literales del Edén aquí en la tierra: Piensen en los Jardines Colgantes de Babilonia de Nabucodonosor II o en la Inglaterra del siglo XVIII, el laberinto de setos de Capability Brown en el Palacio de Blenheim, por nombrar solo dos, aunque con el tiempo todos estos jardines se deterioraron.

Considerada la obra maestra del arquitecto paisajista inglés Capability Brown, el Laberinto Marlborough del Palacio de Blenheim. (DECAN CC BY-SA 3.0)

 

Muchos gobernantes han creado espléndidos jardines. El jardín de la Orangerie, como se vio en 2005, en los terrenos del Palacio de Versalles, en las afueras de París. (CC BY-SA 3.0)

Pero si pensamos por un momento en la cita de James Allen, los verdaderos jardines que queremos están en la mente. Aquí, creo, encontramos los más grandes logros de la humanidad, porque seguramente eso es lo que son las artes. El gran arte es cuando (por mencionar solo tres disciplinas) los colores, o los sonidos, o las palabras se convierten en jardines —metafóricamente hablando—en los que podemos refrescar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros espíritus a través de la contemplación y la participación en estas obras.

En el arte verdadero hay medida, contención y propósito: Los colores tienen patrones, los sonidos tienen armonía y las palabras están estructuradas de tal manera que son lo opuesto al azar. De hecho, en este último caso, un millón de monos con un millón de máquinas de escribir golpeando las teclas durante un millón de años no se acercaría a producir una página de las obras recopiladas de Shakespeare.

En este mundo actual de creciente caos y aleatoriedad, no estaría de más centrarse en los jardines y especialmente en los del arte mental. Nos esforzamos, `por buscar y encontrar ocupaciones, y así perdemos la marca de lo que podría ser una gran vida. En lo que a este mundo se refiere, el jardín es el último símbolo de donde se puede encontrar satisfacción. Y si extendemos su significado metafóricamente, necesitamos exigir un gran arte a nuestros artistas, compositores y poetas para que podamos encontrar un alivio de todo el cansancio fuera y dentro de nosotros.

James Sale es un hombre de negocios inglés cuya compañía, Motivational Maps Ltd., opera en 14 países. Es autor de más de 40 libros sobre gestión y educación de las principales editoriales internacionales, incluyendo Macmillan, Pearson y Routledge. Como poeta, ganó el primer premio en el concurso de la Sociedad de Poetas Clásicos de 2017 y habló en junio de 2019 en el primer simposio del grupo celebrado en el Club Princeton de Nueva York.


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