Venezuela: ¿Se puede salvar la democracia?

Por David T. Jones
06 de febrero de 2019 6:50 PM Actualizado: 06 de febrero de 2019 6:50 PM

Comentario

Estados Unidos, Latinoamérica y el resto del mundo se enfrentan a la aceleración de un “choque de trenes a cámara lenta” produciendo un descarrilamiento que se convertirá en una verdadera catástrofe en Venezuela.

Pudimos observar con bastante reparo cómo el exdictador populista Hugo Chávez socavaba cada vez más la democracia y la economía de Venezuela al tiempo que abrazaba el socialismo del libre gasto, junto con una implacable hostilidad hacia los Estados Unidos. Su muerte en 2013 provocó la elevación de su títere subordinado, Nicolás Maduro, que carece del carisma de Chávez, su toque populista, su habilidad burocrática manipuladora y su suficiencia económica derivada del petróleo.

Con Maduro, la espiral descendente de la economía se aceleró. El “bolivarianismo” –la versión de Maduro del antiamericanismo nacionalista y socialista– funcionó mal con el colapso de los precios del petróleo y los cambios de la actitud de países vecinos como Colombia y Brasil, provocado por los enjambres de refugiados venezolanos (el 10 por ciento de la población huyó del país).

Un país con una existencia de “clase media” placentera se convirtió en un país de privaciones, al borde de la desnutrición para algunos, y con una base de apoyo de Maduro cada vez más estrecha.

Los timbres de alarma, antes programados para “repetir”, finalmente despertaron a los observadores cuando una elección descaradamente fraudulenta en mayo de 2018 aparentemente devolvió a Maduro al poder. Críticos nacionales e internacionales denunciaron a Maduro, reuniéndose en torno al líder de la oposición Juan Guaidó, quien declaró vacante la presidencia al término de su actual mandato el 23 de enero. Según la Constitución, Guaidó se convirtió en Presidente por mandato de la Asamblea Nacional, controlada por la oposición.

Esta maniobra legal “casi demasiado inteligente a medias” hizo que Guaidó sea reconocido como Presidente por una falange de Estados latinoamericanos y europeos, así como por Estados Unidos y Canadá. En respuesta, el sistema de justicia domesticado de Maduro congeló las cuentas financieras personales de Guaidó y le prohibió salir de Venezuela.

Al mismo tiempo, Washington congeló los activos venezolanos y bloqueó el acceso de Maduro a los ingresos petroleros, y en su lugar los desvió hacia Guaidó. Al mismo tiempo, los críticos nacionales e internacionales exigieron nuevas elecciones (como era de esperar, Maduro se negó) e instaron a los altos mandos militares a apoyar a Guaidó.

El resultado es un régimen cada vez más dependiente de la fuerza y la violencia para conservar el poder, habiendo expulsado a una parte significativa de la clase media-alta del país hacia el exilio o la oposición.

Las masivas manifestaciones antigubernamentales del 3 y 4 de febrero no fueron contrarrestadas eficazmente por las multitudes pro-Maduro. Los venezolanos demostraron que no estaban acobardados y aumentaron la presión sobre Maduro, quien falsamente llamó a elecciones legislativas (pero no presidenciales).

Algunas opciones

Más de lo mismo: Estados Unidos y sus aliados en Sudamérica, Europa y otros lugares seguirán presionando a Maduro financiera y políticamente. Estas no son sanciones triviales: las limitaciones económicas a los ingresos del petróleo venezolano, el vigoroso apoyo y reconocimiento a Guaidó y la demanda internacional de que Maduro convoque nuevas elecciones (o enfrente consecuencias no especificadas) erosionan el control del poder de Maduro. Sin embargo, tales movimientos difícilmente garanticen que el resultado preferido sea llevado a cabo. Todo discurso de exhortación depende de un oyente dispuesto a escuchar.

Esperar a que el apoyo a Maduro haga implosión: La opción, en esencia, es animar a las instituciones militares y de seguridad venezolanas a que estudien detenidamente sus opciones, acepten las promesas de la oposición de indultos posteriores a la crisis o de impunidad, decidan que Maduro es una apuesta perdida y lo arrojen bajo el autobús.

Pero un enfoque de este tipo tampoco asegura nada. En el pasado hemos apostado que la fuerza militar se volvería contra su líder y se demostró que no era así. Pensemos en la capacidad de Saddam Hussein después de la Tormenta del Desierto para retener el control del poder. Pensemos en la despreocupada creencia de que los militares sirios consignarían a Assad a una villa de lujo en el sur de Francia, pero en cambio, lucharon por él y reprimieron a la oposición armada desorganizada. Pensemos en las fuerzas armadas egipcias bajo el mando de Abdel el-Sissi para derrocar a un gobierno islámico aterrador y restaurar una dictadura dura y poco velada.

Generalmente no hace falta mucho terror –asesinatos públicos, torturas o «desapariciones»– para acorralar a una población que todavía tiene algo que perder en lugar de morir por abstracciones democráticas. Además, hay que tener en cuenta la división étnica con manifestantes de piel clara que se oponen a las fuerzas de seguridad de un tono más oscuro.

Si Venezuela es ahora un “narco-Estado”, como algunos sostienen, el Ejército puede creer que se beneficiará más de la represión contínua que de la restauración de las normas democráticas. Y hasta pueden ser escépticos sobre la duración de la amnistía, dada la persecución realizada, años después de la amnistía otorgada, a los funcionarios argentinos culpables de crímenes indecibles.

Intervención militar: Es posible que lo hayamos telegrafiado con una exageración mediática por una nota del asesor de seguridad nacional John Bolton que decía “5000 tropas a Colombia”, generando ataques de histeria por parte de Maduro, Moscú, Bernie Sanders, y otros izquierdistas canadienses ciegos. Sin embargo, ahora “dos veces tímidos” después de una irresponsable invasión de Irak con “armas de destrucción masiva” contra Saddam, los Marines no son la primera opción de Washington. Lleva tiempo formar una “coalición dispuesta” de ejércitos latinos para unirse a una intervención del gobierno de los Estados Unidos.

Mientras tanto, en el ínterin, mejor “seguir debatiendo” y esperar que la fortaleza intestinal de Maduro falle, o que sus tropas se nieguen a disparar contra los ciudadanos, y que opte por una dacha en las afueras de Moscú.

David T. Jones es un alto funcionario del Departamento de Estado retirado que publicó varios cientos de libros, artículos, columnas y reseñas sobre cuestiones bilaterales entre Estados Unidos y Canadá y sobre política exterior general. Durante una carrera que abarcó más de 30 años, se concentró en cuestiones político-militares, sirviendo como asesor de dos jefes de Estado mayor del Ejército. Entre sus libros se encuentra “Alternativa de Norte América: Lo que Canadá y Estados Unidos pueden aprender el uno del otro”.

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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