Disturbios en París: Los reclamos de los chalecos amarillos se ven empañados por la violencia
Cerca de 2.000 personas fueron arrestadas ayer en Francia en el cuarto sábado consecutivo de protestas de los «chalecos amarillos» que sacaron a la calle a 136.000 manifestantes, según el Ministerio del Interior, lo que supone una participación muy similar a la del pasado día 1.
Un anillo de acero rodeó el palacio presidencial del Elíseo -un destino clave para los manifestantes- mientras la policía estacionaba camiones y reforzaba las barreras metálicas en todo el vecindario.
También se produjeron manifestaciones en otras partes de Francia. Se desplegaron alrededor de 89.000 fuerzas de seguridad en todo el país incluyendo militares, policía local y policía especial para contener a los chalecos amarillos.
El plan del gobierno era evitar que se repitieran los disturbios del 1 de diciembre que dañaron el Arco del Triunfo, hirieron a 130 personas y empañaron la imagen global del país. Pero, aunque la protesta del sábado en la capital francesa comenzó tranquilamente, las manifestaciones terminaron con un saldo de 1.082 detenciones, solo en París.
También resultaron heridas 96 personas, entre ellas 10 agentes del orden, explicó a Efe una portavoz de la Prefectura de Policía.
De entre todos los detenidos en Francia quedaron bajo custodia en comisaría más de 1.700 personas, precisaron hoy fuentes del Ministerio.
Algunas tiendas a lo largo de la elegante avenida Campos Elíseos de la ciudad habían tapiado sus ventanas como si estuvieran preparadas para un huracán, pero la tormenta golpeó de todos modos, esta vez en el apogeo de la temporada de compras navideñas. Los manifestantes arrancaron el contrachapado que protegía las ventanas y lanzaron bengalas y otros proyectiles mientras eran repetidamente repelidos por el gas lacrimógeno y los cañones de agua.
El movimiento de “chalecos amarillos” comenzó como una protesta contra un aumento de impuestos a los carburante, en forma de una “tasa carbono” al combustible. Luego se transformó en una rebelión contra los altos impuestos que erosionan el nivel de vida, y también contra lo que muchos ven como incapacidad del gobierno para abordar las preocupaciones de las regiones de Francia y de la gente común.
«Estamos aquí para contarle a (Macron) nuestro descontento. Yo no estoy aquí para romper cosas porque tengo cuatro hijos, así que voy a tratar de mantenerme a salvo por ellos, porque tienen miedo», dijo la manifestante Myriam Díaz. «Pero todavía quiero estar aquí para decir: ‘Para, es suficiente, esto tiene que parar'».
Dominic Blaise, un ingeniero aeronáutico de 57 años de edad de los suburbios, vino a la demostración con su hijo. «No estoy tan mal porque tengo un buen salario, tengo suficiente para vivir. Pero estoy aquí para apoyar a mi hijo, porque tiene muchos problemas para salir adelante y creo que todos los padres deberían hacer lo mismo para ayudar a sus hijos, porque las próximas generaciones tendrán muchas dificultades», dijo.
Las corrientes socioeconómicas detrás de las protestas
Los elevados precios de la vivienda en París en particular, han hecho que en las últimas décadas la clase media haya abandonado las ciudades para vivir en casas con pequeños jardines y recorrer largas distancias para ir a trabajar. Así, el estilo de vida del trabajador francés medio pasó a depender de los precios de los carburantes.
La gente siente que el estado está «confiscando los frutos de su trabajo para redistribuirlos en un sistema que no es satisfactorio», dijo Eric Verhaeghe, autor, empresario y columnista político.
Además, rechazan la visión de Macron de convertir a Francia en una «nación emergente», añadió Verhaegen.
«La vieja nación francesa dice: ‘nuestro futuro, nuestro destino, no es convertirnos en una nación emergente… Este sueño no es nuestro’, dijo Verhaegen. Su sueño, en cambio, «es que su amada Francia de antaño se modernice y se adapte, pero que preserve sus valores fundamentales». No les interesa que una élite moderna transforme el país», enfatizó.
El general retirado Christian Piquemal, que se unió a las protestas de los chalecos amarillos del sábado, se hizo eco de un sentimiento similar.
«Francia ha sido un faro para el mundo, era un país con votos eternos, y hoy está totalmente en decadencia. Necesitamos encontrarnos de nuevo como personas que comparten valores comunes», dijo.
Según Verhaegen, el corazón del movimiento es libertario, queriendo menos gobierno y más libertad, con objetivos similares al original Boston Tea Party y al moderno movimiento Tea Party en Estados Unidos.
Presencia de vándalos
La multitud del sábado era abrumadoramente masculina, y junto con las personas querían hacer oír sus reclamos contra los impuestos, en París -centro del gobierno, la economía y la cultura- se mezclaron grupos de vándalos aparentemente experimentados que recorrían constantemente algunos de los barrios más ricos de la ciudad, destruyéndolos y quemándolos. Pero estos no son el núcleo de las protestas.
El fiscal de París, Remy Heitz, dijo el 2 de diciembre que entre las 378 personas que fueron puestas bajo custodia el 1 de diciembre, muchos eran hombres de 30 y 40 años de edad provenientes de regiones circundantes, que están bien integrados en la sociedad, y que vinieron a luchar contra la policía local.
«La base del movimiento de chalecos amarillos es la gente común y corriente… gente común y corriente que está desesperada», dijo Verhaegen.