Niños de Tailandia nunca salieron de las cuevas buceando, la historia fue muy distinta
El periodista australiano Liam Cochrane que cubrió el dramático rescate de los 12 niños tailandeses y su entrenador de fútbol en una cueva sumergida de agua, reconstruyó la exitosa operación.
Los 12 niños, de entre 11 y 16 años, y su entrenador de 25 fueron extraídos a salvo 17 días después de quedar atrapados bajo tierra en una cueva; sin embargo no lo hicieron buceando con tuberías de aire como se difundió primero, sino que fueron sedados.
Esta arriesgada misión es la que describe Cochrane en su libro «The Cave».
Los emocionantes eventos tuvieron al mundo pendiente de cada cosa que sucedía, rezando por un milagro para salvar al grupo.
El entrenador, Ekapol, dijo a Cochrane que «las cosas más preocupantes para nosotros fueron la oscuridad, el agua y el hambre», de acuerdo a Daily Mail.
«El agua siguió subiendo todo el tiempo. La oscuridad limitó nuestra conciencia de si podríamos sobrevivir en este refugio”.
Los muchachos persuadieron a Ekapol para que los acompañara al vasto sistema de cuevas de Tham Luang después de la práctica de fútbol el 23 de junio de 2018, al que varios ya conocían en detalle.
No tenían comida con ellos y planeaban quedarse allí solo una hora para regresar a casa antes del anochecer.
Uno de los chicos debió desistir porque tenía una lección con un tutor, y otro tenía una celebración de cumpleaños. Ninguno de los chicos les había contado a sus padres los planes.
Cuando llegaron a Tham Luang, el agua de las lluvias monzónicas se estaba acumulando más allá de la boca de la cueva.
Ekapol les preguntó a los chicos si todavía querían continuar, y fueron más lejos, incluso a un punto en el que los niños tendrían que nadar para continuar más profundo dentro de la red de la cueva, dijo el entrenador.
Querían seguir explorando, pero se estaba haciendo tarde y decidieron retornar, pero encontraron que las aguas de la inundación habían bloqueado la salida.
Pasados los días estaban hambrientos y debilitados, y Ekapol los instó a beber agua para mantenerse llenos y tratar de cavar pozos en la cueva con piedras, para que tuvieran un sentido de propósito. También les enseñó meditación. Ekapol había aprendido en un monasterio.
«Cavamos pozos para encontrar una manera de escapar y parábamos cuando estábamos cansados. Seguimos bebiendo agua para llenar nuestra barriga», dijo el entrenador.
El más joven de ellos, Chanin Wiboonrungrueng conocido como Titán, dijo que comenzó a sentirse mareado y débil.
En su quinto día celebraron una reunión y discutieron si profundizar en los sinuosos pasillos de la cueva con la esperanza de encontrar una salida más lejos, zambullirse por el camino que habían venido o esperar.
Muchos sabían nadar, al contrario de los informes de prensa, y lo intentaron pero en una intersección de la cueva vieron que las aguas subían, por lo que se retiraron subiendo más arriba.
«No pudimos salir, pero pudimos cavar», dijo Ekapol al periodista, de acuerdo al reporte de Daily Mail. «Al menos estábamos haciendo algo».
Contra el tiempo
Cuando los socorristas los encontraron, entre el noveno y décimo día fue una bendición, pero la tarea de sacarlos no sería nada fácil. Contra el tiempo por el inminente fin del oxígeno, los rescatistas debían ir y venir en turnos para acompañarlos y alimentarlos.
Las preocupaciones aumentaron cuando uno de los buzos experimentados, Saman Gunan, un ex SEAL tailandés de 37 años, murió durante la preparación de rescate cuando le faltó el aire.
«Si buceamos ahora, algunos podrían morir; pero si no buceamos, todos morirán y solo vamos a recoger 13 cuerpos», les dijo un experto a quienes dirigían el rescate, según Infobae.
Para la tarea fueron llamados dos buceadores australianos de gran experiencia, el anestesiólogo Richard Harris, conocido como el Dr. Harry, y su compañero de buceo Craig Challen, un veterano retirado.
Lo que no era cierto
La orden era sedarlos y ponerles las máscaras de oxígeno en sus caras selladas con silicona para que no se desprendieran. Los buzos los cargarían hasta la salida pasando por partes sumergidas y partes con algo de aire.
«Pensé que había cero posibilidades de éxito», admitió más tarde el Dr. Harry. Otros socorristas pensaban que en la operación podían morir hasta cinco niños”, destaca el libro. Si había muerto un buzo tan experimentado, ¿qué posibilidades tenían unos niños?
A los padres se les dijo que a los niños y al entrenador del grupo al que llamaban “jabalíes salvajes” se les enseñaría a bucear y que cada uno estaría atado a una manguera de aire. Nadarían con un buzo de rescate por delante y otro por detrás.
Nada de eso se hizo.
Los socorristas ensayaron con éxito el rescate con el sedante en una piscina cubierta con tres jóvenes de complexión física similar.
El Dr. usó tres drogas para dormir a los rescatados: Xanax, para aliviar el miedo; ketamina, para dormirlos, y atropina, para reducir la saliva en su boca, con la cual podrían ahogarse. Una segunda inyección de ketamina la harían después de una hora con una jeringa precargada, para que la sedación durara las tres horas necesarias para hacer el recorrido hasta la salida.
El 8 de julio fue elegido para la operación y Titan escribió a sus padres: “prepárense para llevarme a comer pollo frito”. Otros más escribieron mensajes con entusiasmo por la aventura.
Los primeros en salir fueron Note, Tern, Nick y Night porque vivían más lejos de la cueva.
«Planificamos que, una vez afuera, se fueran en bici a sus casas y durante el camino les avisaran a las otras familias», dijo el entrenador según The Cave. No sabían lo que les esperaba.
Después de anestesiar a los niños, los buzos los esposaron para que no intentaran sacarse la mascarilla si se despertaban.
Un buzo británico, Jason Mallison, acompañó a Note hasta la siguiente cámara antes de sumergirse de nuevo con el niño, después de un control médico.
Después de superar una brecha estrecha había un túnel que estaba en posición vertical. «Era desalentador«, dijo.
Cuando emergió el primer niño vivo, respirando, aunque aún dormido, todos quedaron aliviados pero faltaba la última parte. El buzo volvió a sumergirse con el niño hasta la tercera y última cámara desde donde sería cargado en una camilla que se deslizaría por las rocas hasta la salida.
El cuidado era máxino para evitar que cada niño se golpeara, se despertara o se le saliera la máscara.
El primer día sacaron a cuatro niños y uno de ellos, Night, reaccionó mal a la anestesia pero sobrevivió. Fue una operación de muchas horas.
Otros cuatro niños fueron llevados a la superficie al día siguiente, aunque a uno le inyectaron otra dosis de anestesia cuando comenzó a despertarse en un pasaje parcialmente inundado.
Los últimos cinco se sacaron mientras subía el agua. Ese día Tee, el segundo más pequeño, quedó enganchado con un cable en el túnel. El rescatista John Volanthen recordó haber tenido que cortar el cable para liberarlo.
Mark, el más pequeño fue el último en salir. La máscara era muy grande para su rostro pero lograron ajustarla.
Todos se salvaron gracias a que fueron sedados, y los socorristas comentaron lo tranquilos que se comportaron, sin gemir ni llorar en ningún momento. Siempre fuertes y decididos a hacer todo lo necesario para volver a casa y aceptar su destino.
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