La rectitud o «yi,» es la segunda de las cinco virtudes cardinales chinas: las otras son benevolencia, cortesía, sabiduría y fe, enseñadas inicialmente por Confucio y desde entonces transmitidas durante siglos.
«Yi» incorpora conceptos tales como justicia y lealtad y se basa en su virtud precedente, la de «Ren,» o benevolencia. Aunque «ren» se puede utilizar para describir el altruismo más puro, enseñado por el señor Confucio, «yi» se puede entender como su práctica en la vida real.
«Yi» a menudo se manifiesta frente a la adversidad, cuando los poderosos han empleado mal sus fuerzas y abandonan sus formas rectas.
En el siguiente cuento popular, un erudito viajero se encuentra con un pueblo «protegido» por un demonio lujurioso y poderoso. Nuestro vigilante debe iluminar primero a la gente sobre la naturaleza depravada del tirano; sólo al haber vencido el temor y el egoísmo, podrán unirse para expulsar a la bestia.
El general negro
Yue Jia (pronunciado aproximadamente como «Yweh Jyah»), de 18 años, era un estudiante de China occidental, camino a Beijing, para presentar los exámenes imperiales. Para escapar del abrasador calor de julio, este joven valiente y de buena contextura, partía temprano cada mañana, descansaba en la tarde y cabalgaba hasta altas horas de la noche; tomaba siestas donde pudiera encontrar un refugio.
Cuando Yue Jia llegó a la provincia de Shanxi, se perdió en un bosque. Sin inmutarse, siguió adelante, con la esperanza de que algunos lugareños pudieran orientarlo.
Cayó la noche y Yue Jia continuó. Finalmente, vio una luz distante y con un gran esfuerzo llegó a una enorme mansión. Desmontó, pero no encontró signos de vida y decidió entrar al patio de la residencia señorial. Al descubrir un elaborado altar para sacrificios, con varias velas rojas grandes ardientes, se sorprendió al escuchar el llanto de una mujer.
«¿Quién está llorando?», preguntó. No hubo respuesta, excepto por los continuos sollozos.
Sacando un cuchillo, Yue Jia se aventuró por los oscuros pasillos. Finalmente una respuesta provino de la esquina este de la mansión.
La mujer dijo «Soy la hija del clan Hu». «Este es el templo del condado. Aquí está consagrado el General Negro, quien brinda tanto fortuna como miseria; cada año él desea a una joven virgen como su novia. Fui encarcelada aquí por hombres de la comarca que me compraron a mi codicioso padre. Esta noche debería estar casada con el General. ¿Quién eres?»
Yue Jia escuchó la historia de la doncella y se puso furioso.
«Soy Yue Jia, estudiante en camino a presentar los exámenes imperiales. Me encontré con este lugar por casualidad, pero como hombre que aprendió las formas santas y sabias, debo hacer lo justo. O te rescato de este mal, o perezco en el acto».
Conmovida, la niña dijo, «¡Qué noble hombre eres! Yo te serviré durante el resto de mi vida si me salvas».
Yue Jia respondió que él no deseaba nada de ella, sólo eliminar al demonio que estaba a punto de sacrificarla. Le indicó que permaneciera oculta, luego se dirigió a la entrada del templo donde esperó al general.
La entrada del general
Con una ráfaga pesada y la voladura de arena, un carro tirado por caballos apareció tripulado por dos sirvientes. Al entrar en el edificio, uno de ellos encontró a Yue Jia sentado en el medio de la sala y lo miró con atención.
«Así que usted es el ministro honorable» hablaban los sirvientes, para gran confusión del erudito.
Los dos hombres se fueron y una tercera voz mucho más poderosa anunció: «El general no sabía que el honorable ministro estaba aquí. Por favor, perdone mi rudeza».
El demonio apareció, una enorme figura vestida con una armadura carmesí y un casco de hierro. Haciendo caso omiso de su tez oscura, abultadas nariz y orejas, con ojos pequeños y brillantes adornando su horrible cabeza carnosa, Yue Jia contempló sus palabras. ¡Así que iba a convertirse en un ministro!
«Es un honor conocer al General. Soy Yue Jia, nativo del oeste». El erudito se puso de pie con respeto y se inclinó.
Él desestimó esto y se echó a reír diciendo, «el ministro no tiene por qué ser tan humilde, pero ¿qué lo trae por aquí?»
«Supe que es día de la boda del general y vine a felicitarlo en persona», dijo Yue. Complacido, el general ordenó a sus siervos llevar la comida que había preparada en el carro y los dos se sentaron a comer.
Yue Jia tramó un plan. «¿Ha probado el General carne confitada de ciervo?» Mientras hablaba, sacó la delicia de su saco.
«Es difícil encontrar una delicadeza tal en estas partes miserables», dijo el general. «Irá bien con el licor». Yue Jia cortó finamente la carne con su cuchillo y la boca del general comenzó a hacerse agua.
Ansiosamente, el demonio alcanzaba el plato cuando de un golpe el erudito cortó la mano del General. Un grito profundo sacudió el templo al brotar la sangre negra de la herida. Las velas se apagaron cuando el demonio huyó gritando. Yue Jia estaba a punto de darle caza pero recordó que la niña todavía estaba atrapada en el templo.
La purga de la bestia
Yue Jia liberó a la chica de las cuerdas que la ataban y ella de inmediato le pidió que la tomara como su esposa. El académico, ya casado, educadamente rechazó la oferta.
Poco después, cuando amaneció, un grupo de aldeanos llegó sollozando, izando un ataúd destinado a la chica. Al principio sorprendidos de encontrarla con vida y desatada, se enojaron y asustaron cuando Yue Jia les relató sus obras.
«El General Negro ha protegido a este país de desastres y desde tiempos inmemoriales lo hemos adorado como a una deidad», se quejaron los lugareños. «Ahora, un extraño errante, ha osado hacerle daño. ¿Qué será de nosotros si busca venganza? Debemos matarlo a usted para apaciguar al general y obtener su perdón».
«Esta llamada deidad es una bestia pecaminosa, condenada por el cielo y la tierra», declaró Yue Jia. «Que un demonio tal sea adorado y tantas niñas inocentes sacrificadas para él, muestra que la gente en este país olvidó los principios rectos».
Los locales se quedaron en silencio.
Yue Jia continuó, «Se supone que una deidad cumple el mandato del cielo, al igual que los funcionarios enviados por el emperador para gobernar las provincias. Si los funcionarios explotaran o reprimieran al pueblo, ¿no deberían las tropas soberanas restaurar la justicia? Que yo haya aparecido aquí para purgar los pecados de la bestia, es la voluntad de los cielos».
Despertados a la verdad, los pobladores aceptaron el liderazgo de Yue Jia y persiguieron al General Negro siguiendo el rastro de sangre de su herida. El demonio se había encerrado en una gruta profunda, pero los aldeanos juntaron madera seca y lo sacaron con el humo. Una vez afuera de la guarida, la bestia tambaleó y se derrumbó. Lo dejado atrás no era ningún dios, sino el cadáver de un cerdo negro.
Adentro de la gruta, los aldeanos y Yue Jia descubrieron montones de huesos humanos, restos de víctimas de los sacrificios del general.
Cuando Yue Jia se preparaba para partir, los lugareños agradecidos quisieron recompensarlo por su servicio, pero él se negó. La chica a la que había salvado en el templo, repudiada por su padre cuando la vendió para sacrificio, rogó al erudito que la llevara con él. Yue Jia finalmente la aceptó como concubina y durante muchas décadas ella vivió con él y su familia.
Cuando Yue Jia llegó a Beijing y aprobó los exámenes imperiales, comprendió el significado de la cortesía inicial del general hacia él. Según las disposiciones celestiales, aquellas que incluso un demonio no se atrevió a negar, Yue Jia se convirtió en un poderoso ministro.
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