La persecución a Falun Dafa continúa, 20 años después

Por La Gran Época
23 de mayo de 2019 2:27 PM Actualizado: 23 de mayo de 2019 2:27 PM

Este mes de julio marca el vigésimo aniversario de la persecución a Falun Dafa en China. Hasta el día de hoy, las autoridades chinas persiguen sistemáticamente a los practicantes en todo el país y los detienen en prisiones, campos de trabajo, centros de lavado de cerebro y otros centros de detención, generalmente sin juicio previo o con cargos falsos.

Campos de trabajo

Cuando el Partido Comunista Chino comenzó su persecución a Falun Dafa en 1999, utilizó una de sus herramientas comprobadas: el campo de concentración. Llamados “laojiao suo” en chino, o “reeducación a través del trabajo forzado” en español, estos campos de trabajo podían encontrarse esparcidos por toda China, alejados en zonas agrícolas o escondidos en cónclaves urbanos bulliciosos. El más pequeño de los campos de trabajo podría albergar a cientos de prisioneros, mientras que el más grande podría alojar a miles.

Los practicantes de Falun Dafa solían ser detenidos en estos campos de trabajo durante años y sus sentencias generalmente se prolongaban de manera arbitraria. En los campos de concentración, los practicantes eran forzados a fabricar productos para ser exportados, y sometidos a lavados de cerebro y torturados, a veces hasta la muerte, en un intento para que renunciaran a sus creencias.

A lo largo de la década de 2000, el campo de trabajo de Masanjia, en el noreste de China, adquirió infamia por sus métodos extremos de tortura y conversión ideológica forzada. Las técnicas de tortura desarrolladas en Masanjia –incluyendo el uso de porras eléctricas en la boca y en la vagina de las mujeres, o atar con sogas a los practicantes de Falun Dafa en posiciones insoportables durante días y días– se extendieron más tarde a otros campos de trabajo en toda China, y las autoridades penitenciarias de Masanjia incluso recibieron premios por sus esfuerzos.

En diciembre de 2012, Masanjia apareció en los titulares de los medios de comunicación internacionales, cuando Julie Keith, residente de Oregon, encontró una carta manuscrita insertada en un kit de decoración de Halloween fabricado en China. La carta de un detenido de Masanjia explicaba cómo los practicantes de Falun Dafa estaban allí detenidos por sus creencias y obligados a trabajar como esclavos. Keith compartió la carta con los medios de comunicación, y la historia se difundió rápidamente en Estados Unidos y en el extranjero. Fueron las exposiciones vergonzosas como estas, dicen los expertos, las que ayudaron a acelerar el cierre del sistema de campos de trabajo, que se había convertido en el foco de las críticas tanto dentro como fuera de China.

A finales de 2013, el régimen chino comenzó a cerrar los campos de trabajo. Pero la detención arbitraria y la tortura de los practicantes de Falun Dafa no cesaron. En cambio, los practicantes fueron detenidos cada vez más en un sistema aún más opaco y extrajurídico: “centros de educación legal” o, como los llaman los practicantes de Falun Dafa detenidos, “centros de lavado de cerebro”. En algunos casos, eran las mismas instalaciones que los campos de trabajo forzado, pero simplemente se les cambió el nombre.

Centros de lavado de cerebro

La condena de ciudadanos chinos a campos de trabajo es arbitraria, pero no hay ninguna ley que rija los centros de lavado de cerebro en China, los cuales tienen una variedad de nombres en diferentes partes del país asiático. A veces se los llama “centros de reprimenda”, a veces “bases de educación legal”. Pueden instalarse en habitaciones de hotel vacías, en casas abandonadas o en las amplias instalaciones que antes utilizaban los campos de trabajo.

Oficialmente, estos centros de lavado de cerebro ni siquiera existen. No hay ningún departamento administrativo del régimen chino que se haga responsable de ellos, y no hay leyes en ningún libro que expliquen cómo deberían ser gestionados, o quién debería ser enviado allí, bajo qué circunstancias y durante cuánto tiempo. En su lugar, parecen que son establecidos por la policía local y las fuerzas de seguridad del Estado según las necesidades de cada caso.

Una vez detenidos en estos centros, a los practicantes de Falun Dafa y otros detenidos se les niega el acceso a tener un abogado o cualquier derecho de presentar apelación; están totalmente a merced de sus guardias, que, según los relatos de quienes han sobrevivido a la detención en estos centros, suelen incluir a sádicos que torturan y golpean con entusiasmo a los detenidos para obtener confesiones o renuncias a su fe. Los practicantes de Falun Dafa encerrados en centros de lavado de cerebro pueden ser forzados a ver videos que atacan a la práctica espiritual durante todo el día, o a ser electrocutados con porras eléctricas, golpeados en la cara, asfixiados o sometidos a docenas de otras técnicas de abuso o tortura.

Sustracción de órganos

Desde principios de la década de 2000, los practicantes de Falun Dafa encarcelados en campos de trabajo y prisiones en China fueron utilizados como un banco de órganos vivos –asesinados a medida que sus órganos son extraídos a pedido–, de acuerdo con cada vez más evidencias recogidas por investigadores y periodistas de todo el mundo.

Las fuerzas de seguridad del régimen y los hospitales militares juegan un papel importante en el proceso, mientras que toda la operación es supervisada por la Oficina 610, la agencia de policía secreta similar a la Gestapo creada expresamente por el Partido Comunista para llevar a cabo la persecución a Falun Dafa. La primera evidencia de estas actividades surgió en 2006, cuando investigadores llamaron por teléfono a hospitales de toda China haciéndose pasar por familiares de personas que necesitaban trasplantes de órganos y exigiendo que los órganos fueran de practicantes de Falun Dafa. El personal del hospital les aseguró que eran capaces de proveer órganos de Falun Dafa.

En ese momento, los hospitales también anunciaban abiertamente la capacidad de realizar un trasplante de cualquier tipo de órgano en cuestión de semanas, o incluso días. Esto es imposible en Occidente, donde un receptor de un trasplante debe esperar hasta que otra persona muera antes de poder recibir un órgano. En China, el “donante” es asesinado en el proceso de extraerle el órgano. Las autoridades chinas han reconocido que utilizan órganos de prisioneros que son ejecutados por delitos, pero las ejecuciones en China son solo unas pocas miles cada año, y muchos de los órganos de los presos comunes no son viables para trasplantes debido a la prevalencia de enfermedades como la hepatitis.

Además, proporcionar cualquier órgano en una semana de forma periódica requiere de un banco de donantes vivos muy grande –lo suficientemente grande como para adaptarse a las diferencias en tejido y tipo de sangre entre “donantes” y receptores– que pueda utilizarse en cualquier momento.

China afirma que desde 2015, su sistema de trasplante de órganos pasó de utilizar los órganos de los presos a depender únicamente de ciudadanos voluntarios que mueren por causas naturales.

El Centro de Investigación sobre la Sustracción de Órganos de China, una ONG con sede en el estado de Nueva York, indica en un informe de 342 páginas publicado en 2018 que los prisioneros de conciencia siguen siendo asesinados por sus órganos.

El centro de investigación cita como prueba el hecho de que el número de trasplantes sigue superando al número de donaciones legales, el hecho de que los órganos siguen estando disponibles “a pedido” para los extranjeros y el hecho de que todavía casi no hay supervisión alguna.

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