Los uigures detenidos en los llamados «centros de reeducación» en la región noroeste de Xinjiang en China están siendo torturados y violados, reveló una exdetenida.
Sayragul Sauytbay, de 43 años, dijo que entre noviembre de 2017 y marzo de 2018 fue testigo de violaciones a los derechos humanos mientras estuvo detenida en uno de los centros, donde la forzaron a enseñar propaganda china y del Partido Comunista a otros detenidos, antes de ser puesta en libertad y obtener asilo en Suecia.
Sauytbay, una mujer musulmana de ascendencia kazaja, es solo una entre al menos un millón de uigures y otras minorías étnicas que, según se estima, están siendo detenidos en centros de ‘reeducación’ de China, que de acuerdo a Beijing son para «educar y transformar» a quienes el Partido Comunista Chino (PCCh) considera en riesgo de ser presa de las «tres fuerzas malvadas» del «extremismo, el separatismo y el terrorismo».
Ella le dijo a Haaretz que fue testigo de cómo torturaban a los detenidos con descargas eléctricas, clavos de metal y arrancándoles las uñas. A los detenidos se les privaba de alimentos, les hacían ingerir píldoras de manera forzada y les inyectaban sustancias desconocidas. Sauytbay también recordó un caso en el que una mujer detenida fue violada en grupo por varios guardias del campo frente a otros reclusos.
La mujer de 43 años dijo que no estaba segura sobre la ubicación exacta del campo, ya que fue transportada hasta allí con un saco negro que le cubría la cabeza. Sin embargo, ella estima que el campo albergaba alrededor de 2500 reclusos de entre 13 y 84 años de edad, con una mezcla de profesiones tales como empresarios, escritores, enfermeras y médicos, artistas, niños en edad escolar y trabajadores.
Su testimonio corrobora las entrevistas anteriores realizadas por La Gran Época con exdetenidos uigures, quienes dijeron que fueron sometidos a tortura, obligados a denunciar su fe y a jurar lealtad al PCCh mientras se encontraban detenidos por razones desconocidas en centros de detención que a menudo estaban superpoblados.
Funcionarios del PCCh dicen que las detenciones masivas entre la población uigur, la mayoría de los cuales practica el Islam, son parte de las medidas para acabar con el terrorismo, el extremismo religioso y el separatismo en el país. El PCCh estuvo utilizando la excusa de potenciales «amenazas extremistas» para justificar su estricta vigilancia y represión hacia los uigures y otros grupos minoritarios musulmanes en la región de Xinjiang.
Los uigures de la región están siendo detenidos por motivos que incluyen ponerse en contacto con amigos o parientes en el extranjero, viajar a un país extranjero, no afeitarse la barba o asistir a reuniones religiosas, dijeron a La Gran Época uigures que tienen familiares en los campos.
Los relatos de primera mano descritos a La Gran Época también han revelado los intentos de las autoridades chinas de despojar a los detenidos uigures de su cultura e idioma, obligándolos a denunciar su fe y a jurar lealtad al PCCh y a su líder. Si los detenidos no cumplen con las órdenes, pueden ser sometidos a varias formas de tortura como castigo.
Tortura
Sauytbay le dijo a Haaretz que los detenidos uigures eran castigados por «cualquier cosa» en un lugar del centro de detención llamado la «habitación negra». A partir de las 6 de la mañana, los detenidos debían aprender chino y memorizar canciones de propaganda, dijo.
«Todo aquel que no siguiera las reglas era castigado. Aquellos que no aprendieron chino apropiadamente o que no cantaban las canciones también eran castigados».
Dijo que conocía a una anciana en el campo que había sido pastora antes de ser arrestada por las autoridades de Xinjiang por hablar por teléfono con alguien que vivía en el extranjero.
«Esta era una mujer que no solo no tenía un teléfono, sino que ni siquiera sabía cómo usarlo», dijo Sauytbay.
«En la página de los pecados que los reclusos estaban obligados a completar, ella escribió que la llamada por la que había sido acusada nunca había ocurrido. En respuesta, fue castigada inmediatamente. La vi cuando regresó. Estaba cubierta de sangre, no tenía uñas y tenía la piel despellejada».
En la «habitación negra», Sauytbay dijo que algunos detenidos fueron «colgados de la pared y golpeados con bastones eléctricos».
«Había prisioneros que fueron obligados a sentarse en una silla de clavos. Vi a gente volver de esa habitación cubierta de sangre. Algunos volvieron sin uñas».
Sauytbay recordó una vez que ella misma fue castigada, después de que una anciana kasaja detenida le imploró ayuda.
«Me rogó que la sacara de allí y me abrazó. No le devolví el abrazo, pero fui castigada de todos modos. Me golpearon y me privaron de comida durante dos días».
Hasta 20 detenidos fueron obligados a permanecer en una sola habitación de 16 metros cuadrados, y a cada recluso solo se le daba dos minutos al día para ir al baño, dijo.
«También había cámaras en sus habitaciones, y además en el pasillo. Cada habitación tenía un cubo de plástico como retrete (…) y el cubo se vaciaba solo una vez al día. Si se llenaba, tenías que esperar hasta el día siguiente».
«Los prisioneros vestían uniformes y sus cabezas estaban rasuradas. Sus manos y pies estaban encadenados todo el día, excepto cuando tenían que escribir. Incluso cuando dormían estaban encadenados, y se les exigía dormir sobre su lado derecho; todo aquel que se giraba era castigado».
Violaciones
Las mujeres detenidas eran tratadas con especial dureza, dijo Sauytbay, que recordó cómo los policías se llevaban a diario a las «chicas guapas». «No regresaban a las habitaciones en toda la noche», describió.
«La policía tenía poder ilimitado. Podían llevarse a quien quisieran».
Contó que a una detenida se le dijo que confesara sus pecados delante de 200 reclusos, y decir que se había convertido en una mejor persona ahora que había aprendido chino.
Cuando terminó de hablar, los policías la obligaron a desvestirse y «simplemente la violaron uno tras otro, delante de todos».
«A la gente que volteaba la cabeza o cerraba los ojos, y los que parecían enojados o conmocionados, se los llevaron y nunca más los volvimos a ver. Fue horrible. Nunca olvidaré la sensación de impotencia, de no poder ayudarla. Después de eso, me costó mucho dormir por la noche».
Gulbakhar Jalilova, exdetenida uigur de 54 años de edad, de nacionalidad kazaja, dijo a La Gran Época que las jóvenes uigures están siendo violadas diariamente por funcionarios del PCCh en los campos y que pueden ser asesinadas si se resisten.
«Se llevan a las chicas jóvenes y las violan toda la noche. Si te sigues resistiendo, te inyectan algo y te matan», dijo en una entrevista telefónica desde Estambul, Turquía.
Jalilova estuvo detenida durante 15 meses en un campo de mujeres en Urumqi, la capital de Xinjiang, y fue puesta en libertad en septiembre de 2018.
La liberación de Sauytbay
Sauytbay dijo que fue liberada en marzo de 2018 y que escapó a Suecia con su esposo y sus dos hijos.
Sin embargo, más de un año después, dijo que siempre estará perseguida por los horrores que presenció en el campo.
«Nunca olvidaré el campo», dijo. «No puedo olvidar los ojos de los prisioneros, esperando que yo haga algo por ellos. Son inocentes.»
«Tengo que contar su historia, hablar de la oscuridad en la que se encuentran, de su sufrimiento. El mundo debe encontrar una solución para que mi pueblo pueda vivir en paz».
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