Cuando alguien muy cercano a un niño fallece se abre un mundo de preguntas, más allá de cómo haya sido la pérdida, la ausencia física de la persona querida es un signo de interrogación para todos.
Muchas veces escuchamos en nuestra sociedad varios mitos en relación a este tema: “los niños no entienden lo que sucede, no se dan cuenta”, “no hace falta explicarles demasiado”, “no le digamos nada así les evitamos el dolor”, “no lloremos frente a ellos para no preocuparlos”, y varias otras ideas desacertadas para un buen acompañamiento del niño en duelo.
El tabú que existe en la sociedad actual en relación a este tema ha provocado que las emociones y realidades de la vida como las enfermedades, la muerte y todo lo que las rodea, se haya alejado del entorno familiar. A la falta de “formación” se unen los pruritos en cuanto a no exteriorizar los sentimientos ni las emociones, sobre todo a los varones: “los hombres no lloran” o “hay que ser fuertes».
Lo que los niños pueden entender sobre la muerte depende en gran medida de su edad, su desarrollo cognitivo, sus experiencias anteriores y su personalidad. Sin embargo, algunas cuestiones importantes es recomendable tenerse en cuenta en todos los casos.
No mentir es esencial. Es importante contestar las preguntas con sinceridad y si el adulto no tiene respuestas que no tema confesarlo.
Dar explicaciones con verdades cortas. De acuerdo a la edad cronológica, intelectual y emocional del niño brinde información paulatinamente, midiendo lo que le sea posible asimilar y necesite saber.
Puede ser propicio aprovechar situaciones como el marchitar de una flor o al pasar frente a un cementerio para generar la oportunidad de hablar de la muerte antes de que el niño se vea emocionalmente involucrado en una situación de duelo.
Es recomendable no delegar la explicación en un familiar lejano o en una tercera persona. Los padres son las personas de mayor confianza para el niño y son las indicadas para hablar de esto con sus hijos.
De estar el adulto atravesando por la misma pérdida, es importante que no reprima su dolor. Expresar los sentimientos mostrará al niño lo importante de compartir la tristeza. Por otra parte, ver la expresión del dolor en los adultos le estará enseñando que llorar es una reacción natural ante el dolor emocional y la pérdida.
Transmitir a los niños el mensaje de que no hay una manera correcta ni equivocada de sentirse. La muerte debe ser un fin natural y no una fuente de temores y angustias.
Evitar el recurrir a eufemismos, como decir que los seres queridos «se han ido de viaje», «están durmiendo» o incluso que su familia ha «perdido» a esa persona. Dado que los pequeños piensan de manera literal estas frases pueden, sin quererlo, derivar en trastornos del sueño o relacionar la muerte con un viaje que encierra una situación de abandono.
Es importante crear una atmósfera de confianza y apertura que genere en el niño la oportunidad de hablar de la persona fallecida y de preguntar todo lo que necesite para ayudarlos así a asimilar e incorporar racional y emocionalmente lo ocurrido.
En niños pequeños es fundamental reforzar la irreversibilidad de la muerte y no dar pie a falsa expectativas de retorno.
Como adultos responsables del crecimiento y la salud psíquica y emocional de los niños, debemos tener en cuenta que lo que necesitan es ser escuchados, sentirse protegidos, con posibilidad de expresar lo que sienten, piensan y se preguntan.
Necesitan de un adulto que les muestres que el dolor es parte del proceso, que no hace falta hacer como que “todo está bien”, que llorar y expresar emociones es parte de la sanación, que la vida y las sonrisas pueden continuar a pesar del dolor y, sobre todo, que la persona que murió seguirá presente en sus recuerdos por siempre.
La capacidad de recuperase, la resiliencia que puede generarse en cada niño es algo frecuente, existente y esperanzador. Por más que la muerte haya sido trágica, inesperada, con aviso o impensada, si un niño está bien acompañado, SIEMPRE PUEDE VOLVER A SALIR EL SOL.
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