Conflicto de clases: la moral invertida del comunismo

Por Cid Lazarou
18 de marzo de 2019 3:28 PM Actualizado: 10 de junio de 2019 4:34 PM

Opinión

En su esencia, el comunismo invierte a la sociedad de dos maneras: la primera, distorsionando los elementos de la verdad. La segunda, por mentiras descaradas que alteran la moralidad.

Una vez que entendemos esto, es fácil ver por qué la ideología comunista siempre termina poniéndose del lado de criminales, delincuentes, malhechores, personalidades psicóticas, víctimas profesionales y otros que ocultan sus verdaderas intenciones detrás del engaño. A veces, es porque se deleitan con el sufrimiento de los demás, y a veces, es porque si ellos no pueden tenerlo, nadie puede.

Esta alteración de los conceptos solo puede entenderse al determinar cómo se convence a la gente para que siga al flautista comunista hacia el olvido, una y otra vez.

Un estafador nunca revela sus verdaderas intenciones. Incluso si lo atrapas con las manos en la masa, por lo general no admitirá haber hecho nada malo. No es de extrañar, entonces, que los comunistas sean conocidos por dejar un desastre a su paso, alegando ninguna responsabilidad por lo que hicieron. Aunque hubo más de 100 millones de víctimas del genocidio comunista mediante hambruna y brutalidad despiadada, esto no impide que los comunistas culpen a los capitalistas, a los enemigos de clase, a los contrarrevolucionarios, a los fascistas –a cualquiera menos a ellos mismos.

La razón por la cual se salen siempre con la suya es porque la gente que simpatiza con la ideología comunista desprecia la responsabilidad personal. Quieren que el mundo sea un paraíso idealista en el que no tengan que enfrentar las consecuencias de sus acciones, una utopía impulsada por un total desprecio por la causalidad. Sin embargo, los que mueven los hilos no son tan idealistas. Es su cinismo lo que les hace sentir que es aceptable manipular a otros, porque si no lo hacen ellos, otros lo harán en su lugar.

Síndrome de la amapola alta

Hay granos de verdad entrelazados con tal pesimismo, perpetuado por una profecía autocumplida. En lugar de aspirar a ser mejores, los simpatizantes del comunismo se rodean de quienes se revuelcan en su propia miseria, y como dice el dicho, la miseria ama la compañía.

Como si fueran cangrejos en una cubeta, cuando uno de ellos casi llega a la cima, los otros lo arrastran hacia abajo. A esto también se lo describe como el síndrome de la amapola alta, un concepto que se origina con el relato de Herodoto de Trasíbulo, que cortó las espigas más altas de trigo hasta que destruyó la mejor parte del cultivo.

El comunismo elimina el talento y la habilidad precisamente de la misma manera, a los cuales la sociedad se los come rápidamente en una cacofonía de envidia. La habilidad es reemplazada por envidia al éxito del otro, lo cual hace a todos igualmente miserables, creando sociedades de baja confianza mutua que pasan a ser conocidas por su represión política, apoyadas por una ciudadanía que se denuncia entre sí, de una manera muy parecida a la creciente cultura de lo políticamente correcto que nos rodea actualmente.

Esto demuestra por qué la envidia era considerada uno de los siete pecados capitales por la Iglesia Católica medieval. Hoy en día, estos pecados –la lujuria, la gula, la codicia, la pereza, la ira, la envidia y el orgullo– son tratados como medallas de honor dentro de la jerarquía del victimismo izquierdista.

Según la ideología comunista, el sufrimiento solo puede explicarse con la lucha de los “que tienen” contra los “que no tienen”, que se conoce como conflicto de clases. Sin embargo, esto es una distorsión de la verdad, como describí inicialmente. La gente por cierto sufre, y esto puede involucrar las acciones de otras personas, pero lo que hace toda diferencia es cómo interpretamos este sufrimiento. ¿Utilizamos esta justificación para “hacer lo que quiero”, como dijo una vez el ocultista Aleister Crowley, o convertimos esto en una lección de vida que nos hace más sabios y fuertes?

Además, el sufrimiento no tiene fin en un mundo imperfecto, y como dijo Cristo: “Tendrás siempre a los pobres contigo”. La incapacidad de los comunistas de aceptar tal imperfección tiene sus raíces en la teoría marxista del materialismo dialéctico. Por lo tanto, para ellos no hay comodidad más allá de lo físico.

Siendo una ideología atea, esto explica por qué el comunismo crea expectativas tan poco realistas sobre lo que se puede lograr en un mundo imperfecto. Mientras que el teísmo puede traer paz interna y armonía, los comunistas nunca estarán satisfechos hasta que hayan creado el Cielo en la Tierra.

Sin la capacidad de moderar las expectativas con la realidad, cuanto más fracasan los comunistas, más invierten la moral y la verdad con la rebelión. Los comunistas hablan de conciencia de clase, donde las masas toman conciencia de su servidumbre y se levantan contra sus amos. En cambio, esta falsa conciencia lava el cerebro de las masas para que acepten su esclavitud, en lugar de luchar por su libertad.

Los comunistas creen que la única manera de alcanzar la libertad es cuando las víctimas de clase se levantan contra sus opresores para tomar el poder, como Lucifer levantándose contra Dios. Al igual que Lucifer, los comunistas creen que están absolutamente justificados para hacer lo que sea necesario para alcanzar el poder, corrompiendo a cualquiera que escuche sus conceptos invertidos de la realidad.

Una mariposa delicada

Sin embargo, la verdad cuenta una historia diferente. Siempre habrá tiranos, como siempre habrá pobreza. Ninguna cantidad de promesas de seguridad de los estafadores puede cambiar eso. Debemos ser conscientes del hecho de que la libertad es una delicada mariposa que puede ser fácilmente aplastada si la sostenemos con demasiada fuerza.

Karl Marx dijo: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, pero el resentimiento por la capacidad del otro, junto con el anhelo de que la satisfacción de las necesidades esté asegurada, no nos hará mejores que los esclavos.

Benjamin Franklin lo resumió bien cuando dijo: “Aquellos que pueden renunciar a la libertad esencial para obtener un poco de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad”.

Los comunistas pueden engañarse creyendo que sus intenciones son nobles, pero sus frutos cuentan una historia diferente. Las personas son despojadas de sus ingresos porque la propiedad se considera robo, cuando el verdadero robo es tomar la propiedad por la fuerza. A los criminales se les dice que la única razón por la que son procesados por la justicia es porque son víctimas de la sociedad, cuando las verdaderas víctimas son los objetivos de sus acciones ilegales.

El marxismo cultural moderno, aunque difiere ligeramente de la versión económica clásica, lleva esta inversión hasta el “movimiento de aceptación de la grasa”, donde se celebra la obesidad, en un mar interminable de políticas de identidad que altera toda virtud y vicio imaginable.

Como toda la moral convencional está invertida en nuestra sociedad moderna, debemos preguntarnos dónde terminará esto. ¿Continuamos por este camino hasta que solo las personas respetuosas de la ley y moralmente honradas sean convertidas en parias y enemigos de la sociedad?

El comunismo es el resultado de una sociedad que no se da cuenta de que el material debe ser templado con algo más grande de lo que vemos y tocamos. Hasta que no volvamos a una cultura que respete esto, la moral invertida nunca terminará.

Cid Lazarou es un bloguero, escritor y periodista freelance del Reino Unido. 

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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