Desde que en 1996 en Argentina se aprobó la introducción de una variedad de soja transgénica resistente al herbicida RoundUp creada por Monsanto, comenzó una serie de cuestionamientos sobre esta nueva forma de biotecnología y si realmente vendría a solucionar un problema y no a causar otro.
En Argentina casi la totalidad de los cultivos de soja son transgénicos, es decir, genéticamente manipulados para tolerar el agroquímico que produce Monsanto, quien también tiene el derecho de propiedad sobre la semilla.
La transgenia es lograda a través de la inclusión -por ingeniería genética- de un gen derivado de la caléndula, la que la hace resistente al glifosato, un herbicida de alta potencia (declarado recientemente como probable cancerígeno por la OMS) que suprime las malezas que compiten por los nutrientes del suelo.
Por tal motivo, este modelo productivo y en especial la empresa Monsanto, pionera en biotecnología, es cuestionada por miles de organizaciones y particulares por sus impactos adversos en la salud y en el medio ambiente, la pérdida de soberanía alimentaria y corrupción del sistema alimentario y la deforestación al ampliar la frontera agrícola, entre otras razones.
Además de ser líder indiscutible en el desarrollo de cultivos transgénicos y su paquete tecnológico, Monsanto controla el 26 por ciento de la comercialización mundial de semillas (seguida de DuPont-Pioneer, con 18 por ciento, y Syngenta, con 9 por ciento), “lo que les da un poder enorme a la hora de imponer qué se cultiva y, en consecuencia, qué se come”, expone la especialista Esther Vivas en el periódico Público de España.
Por otro lado también afirma que Monsanto es la quinta empresa agroquímica mundial y controla siete por ciento del mercado de insecticidas, herbicidas y fungidas, detrás de otras empresas, que a la vez son líderes en el mercado de las simientes, como Syngenta que domina el 23 por ciento del negocio de los agrotóxicos, Bayer el 17, BASF el 12 y Dow Agrosciences casi el 10 por ciento.
Es decir que las semillas transgénicas son desarrolladas biotecnológicamente por las mismas empresas que comercializan agroquímicos a nivel global, lo que Vivas define como un “negocio redondo” afirmando que estas corporaciones controlan la industria global de alimentos.
Cabe remarcar que Monsanto se postuló como una solución para paliar el hambre mundial, enunciado también muy discutido por los países como Argentina, en los que muchos de los ricos suelos son cada vez más cultivados, sin embargo muchos se preguntan: ¿cuánta de esa soja sembrada va a parar a la mesa de una familia argentina?
Argentina es el tercer exportador mundial de porotos de soja y el principal proveedor internacional de aceite (para producir biocombustibles) y harina (para engordar animales de China y Europa). Si se toman en cuenta estos datos, se puede inferir en que muy poco de lo que se cultiva en el territorio nacional es para el consumo del hogar argentino.
¿Qué dice Monsanto?
En su página web Monsanto presentó su descargo y desestimó los artículos y estudios científicos que cuestionaban la salud de las personas y la toxicidad del glifosato, e incluso respondió a la periodista francesa Marie Monique Robin quien publicó el reconocido libro y documental titulados “El Mundo según Monsanto”.
Lo que alegan desde esta compañía es que, a través de la ciencia y el desarrollo de la tecnología agrícola, se ayuda a los agricultores a producir alimentos de manera “sustentable y eficiente”.
“Nuestros productos han cambiado la forma de producir alimentos, beneficiando no sólo a los agricultores, sino también a los consumidores. Sin embargo, este cambio suele originar diversos intereses, cuestiones y preocupaciones, especialmente cuando se trata de alimentos y medio ambiente. Dado que Monsanto es líder en este negocio, la compañía y sus productos son tomados a menudo como objeto para desarrollar informes mediáticos y campañas de activistas”, expresaron desde su portal.
Resistencia en Latinoamérica
Gran parte de América Latina se sigue resistiendo a la expansión de la trasnacional mediante los reclamos y movilizaciones de millones de personas que se oponen a su influencia.
Algunos ejemplos son el de Colombia, que en agosto de 2013, mediante un masivo paro agrario logró la suspensión de la Resolución 970, que exhortaba a los campesinos a usar exclusivamente semillas privadas, compradas a las empresas del agro negocio, impidiéndole guardar las propias.
En Argentina, los movimientos sociales están, asimismo, en pie contra la reforma de la Ley de Semillas, que según ellos subordinaría la política nacional de semillas a las exigencias de las empresas transnacionales. Más de diez mil argentinos firmaron contra dicha ley en el marco de la campaña No a la Privatización de las Semillas.
En la ciudad de Malvinas Argentinas, de la provincia de Córdoba, hace más de dos años que un grupo de activistas y personas auto convocadas se están manifestando ininterrumpidamente en la puerta de una planta productora de semillas genéticamente modificadas que Monsanto pretende instalar en dicha localidad y que aún está en proceso debido a la resistencia de los manifestantes y a la falta de un estudio de impacto ambiental viable.
Más allá de la resistencia de estas organizaciones, cada uno como individuo puede juzgar si este nuevo modelo productivo basado en tecnología y químicos es lo que elegiría si pudiera volver 20 años atrás, o se quedaría con las prácticas tradicionales de agricultura – tal vez menos rentables para el productor en un principio- pero probablemente con un enfoque más ortodoxo y natural.
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