Cuando Donald Trump se postuló a la Presidencia, todo el mundo se lo tomó a broma, pero el polémico magnate ha demostrado con su hegemonía en las elecciones primarias que su carrera hacia la Casa Blanca va muy en serio.
Una imagen que quizás sintetiza, de forma un tanto despiadada, el sentir general que suscitó Trump al lanzar el pasado 16 de junio en Nueva York su campaña por el Partido Republicano es la portada que publicó al día siguiente el periódico neoyorquino «Daily News».
A toda página, el diario mostraba una foto del multimillonario, de 69 años, con una nariz roja postiza de payaso adosada al rostro, junto a un enorme titular que rezaba: «Un clown se postula para presidente».
El magnate inmobiliario oficializó su órdago electoral en un estrambótico discurso en su rascacielos de la Quinta Avenida, donde se presentó como un adalid de la incorrección política.
Y, claro, Trump no dejó títere con cabeza: llamó «violadores» a los inmigrantes mexicanos, tildó de «perdedor» al presidente Barack Obama y prometió construir un muro contra la inmigración ilegal en la frontera sur y enviar la factura a México.
"@JoeNBC: FOX calls Virginia for Trump. If it holds, it's a big win for Trump and a big setback for Rubio, who needed to win the state.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) March 2, 2016
Aparte de levantar una polvareda en la comunidad hispana del país por su insulto a los mexicanos, el magnate se convirtió en una mina de oro para cómicos que imitan su voz ronca y sus gestos irreverentes, y dio pie a infinitas chanzas en las redes sociales.
«Quiere controlar el país y ni siquiera puede controlar su pelo», afirmaba un «meme» que enseñaba a Trump con su inconfundible tupé rubio -que algunos toman por un peluquín, pese al desmentido del empresario- muy alborotado.
Hasta el respetado rotativo «The Washington Post» concluía que el magnate, famoso por colarse en millones de hogares como estrella del programa de telerrealidad «The Apprentice», afrontaba «una ardua batalla para que le tomen en serio».
Nueve meses después, la guasa ha mutado en estupor ante un candidato que ha dado un paso de gigante hacia la nominación presidencial con sus victorias en el supermartes, el maratón electoral de ayer en el que doce estados celebraron comicios primarios.
Explotando sus dotes de «showman», Trump protagoniza mítines en estadios llenos de miles de seguidores que buscan su autógrafo, ríen sus chistes.
Un clásico de esos actos es cuando el magnate, que viaja de un lado para otro en su avión privado, pregunta a voz en cuello: «¿Y quién va a pagar el muro?», y el auditorio responde al unísono: «¡Méxicoooooo!».
En esas multitudes suele predominar un perfil: el blanco de clase trabajadora hastiado con el político tradicional, de escasa educación, que se ve como el gran perdedor económico de un país invadido por otras culturas cada vez más desigual y elitista.
Con un discurso xenófobo y proteccionista, Trump les ha prometido el maná de «restaurar el sueño americano» con propuestas como la lucha sin cuartel contra la inmigración irregular, la renegociación de tratados comerciales o la repatriación de empleos creados por empresas estadounidenses en países como China.
El mensaje está calando en ese electorado, que aplaude sus provocaciones (se ha peleado hasta con el papa Francisco), para disgusto del aparato de su partido.
Casado en terceras nupcias con la exmodelo eslovena Melania Knauss, de 45 años, el magnate ya coqueteó con la idea de aspirar a la Presidencia en las elecciones de 2012, tras cuestionar meses antes la autenticidad del certificado de nacimiento de Barack Obama.
Harto de los improperios de Trump, Obama echó mano de su sentido del humor para mofarse del multimillonario en la tradicional cena con los corresponsales de la Casa Blanca el 30 de abril de 2011.
El presidente proyectó en una pantalla una foto de su certificado de nacimiento en Hawai e instó al empresario a «volver a centrarse en los asuntos que realmente importan, como ¿nos inventamos la llegada (del hombre) a la luna?».
Obama, reelegido en 2012 para un segundo mandato que toca a su fin en enero de 2017, fue más lejos y, con mucha sorna, ridiculizó al magnate diciendo que, con su experiencia en el sector inmobiliario, «ciertamente aportaría algún cambio a la Casa Blanca».
A continuación, el mandatario expuso una imagen caricaturesca de la residencia presidencial transformada en un casino algo chabacano, con luces de neón, jacuzzi en el jardín y el nombre de Trump visible en una torre.
Sentado en una mesa en el centro de la sala, el magnate, vestido de etiqueta y con una media sonrisa muy forzada, aguantó el chaparrón de carcajadas, aplausos y vítores que le llovió de más de 2.000 invitados.
Cinco años después, Donald Trump ha puesto rumbo a la Casa Blanca y parece empeñado en cumplir el viejo refrán que dice: «El que ríe el último, ríe mejor…».
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