Cuando la revolución aún era joven, Javier Llorens fue uno de los miles de niños sin acompañantes adultos que salió de Cuba hacia Estados Unidos, pensando que sería algo temporal. Recién cinco años después pudo reencontrarse con sus padres.
Hoy, a sus 64 años, relata a la AFP su agridulce experiencia en campamentos que fueron habilitados en el estado norteamericano de Florida para recibir a parte de los 14.000 niños que llegaron en un éxodo conocido como Operación Pedro Pan, que se inició hace 55 años, el 26 de diciembre de 1960, y se prolongó hasta 1962.
«Fue muy dura, pero a la vez bien positiva, no veo como podría ser la persona que soy hoy sin haber pasado por esa crisis», dice Llorens, ahora un dentista casado y con dos hijas, pero en el momento de su salida un niño que se vio obligado a separarse de sus padres y viajar a un país desconocido con su hermano de 16 años, el 15 de agosto de 1962.
«Recuerdo que estaba con un catarro bien malo, con fiebre, pero había que salir, habíamos estado haciendo los preparativos por meses y meses, había que hacer el coraje y hacerte que no notabas nada de problemas, porque si tenías contratiempos, te sacaban del avión», indica.
Temor al adoctrinamiento
Los padres de Llorens tomaron la difícil decisión ante el temor de adoctrinamiento de la revolución socialista liderada por Fidel Castro, un miedo que se esparció entre otras familias.
«Cuando el gobierno de Fidel Castro llegó al poder en Cuba en el año 59, todo cambió. Empezaron a cancelar las libertades de los individuos, la libertad de prensa, las propiedades empezaron a quitárselas a las personas», dice Eloísa Echazábal, quien llegó a sus 13 años a Miami el 6 de septiembre de 1961, junto a su hermana menor y tres primitos.
«Lo que le puso la tapa al pomo para mis padres, fue cuando el gobierno se hizo dueño de los colegios privados y religiosos y empezó a enseñar el comunismo en los colegios públicos», dice Echazábal.
Aproximadamente la mitad de los menores que llegaron a Estados Unidos, fueron recibidos por familiares o amigos en el aeropuerto, según el Grupo Operación Pedro Pan Inc, que documenta las historias de los que participaron en el programa, al que ayudó el gobierno estadounidense, que extendió una exención de visas para los niños cubanos.
Para dar cobijo a los demás, un cura irlandés, Bryan Walsh, coordinó una red de ayuda con campamentos temporales en Miami y orfelinatos católicos en otros estados del país.
Echazábal fue con su hermana a un orfelinato en el estado de Nueva York, donde luego vivió con una familia. A nueve meses de llegar a Estados Unidos, pudo reunirse con sus padres,
«Recuerdo que no fueron los días más felices de mi vida, fue difícil ajustarme a vivir en el orfelinato, viviendo con niñas que no habían tenido familias antes (…). Y en la casa con la familia tampoco me sentí que encajaba muy bien», dice.
«Sé que otros Pedro Pan tuvieron experiencias felices y otros que tuvieron experiencias peores que las mías. No me quejo, pero así fue la experiencia», agrega.
Difícil reencuentro
Llorens tuvo que esperar cinco años parar ver a sus padres de nuevo, y el reencuentro no dejó de tener sus dificultades. «Había pasado tanto tiempo que ellos te miraban como el niñito que habían dejado (…). Pero ya yo había pasado por mucho, ya era un adolescente hecho y derecho» que había tenido que valerse por sí mismo por años, dice.
«Yo vine a despertar de la aventura al salir del programa del cura Walsh y que llegaran mis padres, eso fue en el 63», coincide Armando Vizcaíno, un contador público de 70 años, casado y con 3 hijas y 4 nietos.
Viendo para atrás, Vizcaíno dice que «se asombra» de lo bien que le fue a una gran parte de los Pedro Pan, pese a que «el riesgo fue enorme».
Según el Grupo Pedro Pan, para 1966 el 90% de los niños que todavía estaban en refugios se reencontraron con sus progenitores.
«Hay médicos, abogados, ingenieros, alcaldes, yo diría que la mayoría se encaminó muy bien en este país», dice Echazábal, de 67 años.
«Los Pedro Pan nos sentimos como hermanos, porque esa experiencia por la que pasamos nos une y cada vez que nos reunimos hablamos de las cosas de hoy, pero siempre regresamos a comentar las cosas de cuando pasamos por la experiencia. Somos más de 14.000 y cada uno tuvo una experiencia diferente», agrega.
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