Rafael Capote tenía 19 años cuando desertó del equipo cubano en los Panamericanos de Río 2007. Hoy vuelve a la ciudad brasileña representando a Catar, y con un sueño olímpico.
En 2007, el nombre de Rafael Da Costa Capote ocupó titulares por motivos extradeportivos: aprovechando la estancia con Cuba en los Juegos Panamericanos de Rio se fugó de la concentración. Nueve años después defiende a Catar y es una de las estrellas del balonmano de los Juegos Olímpicos, en su regreso a Rio de Janeiro.
Capote tenía en el momento de su fuga 19 años y un sueño: ser jugador profesional de balonmano y poder competir en las mejores ligas del mundo, algo que continuar en Cuba no le iba a permitir.
Había contactado con un jugador cubano residente en Brasil, que le ayudó en la planificación y logística de su fuga de película, en una noche lluviosa en la que pasó por debajo de una cerca, antes de tomar un taxi y alejarse a toda velocidad de la Villa Panamericana.
«Fue por cosas, por deporte… Si quieres llegar a ser un buen jugador tienes que jugar en las mejores ligas, en Europa», contó a la AFP después del debut victorioso de Catar, subcampeón del mundo, este domingo ante Croacia (30-23), en un partido en el que él firmó 6 de los tantos del emirato.
«Estuve al principio jugando aquí en Brasil. Luego ya me fui a Italia y luego a España, con lo que pude ir cumpliendo lo que quería», estimó.
En Cuba, las autoridades recibieron con un gran enfado la noticia de la fuga, que se enmarcó en un momento de varias «deserciones» de deportistas cubanosdurante estancias en el exterior.
«De antemano se conoce su destino final como atletas mercenarios en una sociedad de consumo», llegó a decir Fidel Castro sobre aquellos casos de fugas durante los Panamericanos de 2007.
Después de una breve etapa en Brasil, Capote dio unos meses después el salto a Italia, al Pallamano Conversano.
Dos años después pasó a jugar en la liga española, primero en el Ciudad Encantada de Cuenca y luego en el equipo de La Rioja, en dos etapas que le sirvieron como trampolín definitivo para consolidarse como una de las figuras emergentes de este deporte.
Catar iba a ser el anfitrión del Mundial de balonmano de 2015 y en su diseño del equipo que iba a jugar ese partido, compuesto por hombres de orígenes diversos, apuntó a Capote. A finales de 2013 se concretó su fichaje por El Jaish SC, como un primer paso para su nacionalización.
Ya como catarí ha sido dos veces campeón de Asia y, sobre todo, participó brillantemente en la campaña del equipo en el Mundial-2015, donde fue la gran revelación, quedando subcampeón pese a su casi inexistente tradición en este deporte, con un vestuario construido a golpe de talonario. Fue allí elegido el mejor lateral izquierdo del torneo.
«Mi vida en Catar es tranquila, igual que antes en Logroño (España). Entrenar, casa, entrenar, casa, viajes… Nada especial. Siempre hay allí opciones de ocio, para salir, relajar un poco y cambiar la mente», cuenta, satisfecho con la experiencia.
«Esta selección de Catar, pese a su composición, es un vestuario como cualquier otro. No tiene nada de especial. Somos un equipo y funcionamos como tal», asegura.
Rafa Capote no oculta que «ganar una medalla sería un sueño».
Pero de conseguirlo no la llevará de momento a Cuba, país al que no ha vuelto en este tiempo. Un tema que todavía le duele y en el que prefiere no pensar mucho.
Tampoco en los cambios políticos en la isla, antes los que opta por un «No comment» para no perder el norte de su único objetivo en estos días: subir al podio de Rio-2016 y continuar con su largo viaje al Olimpo del balonmano.
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