El escenario que acogió la fase pública de conversaciones de paz con las Farc hace 4 años se convirtió en el mismo lugar en donde hoy los ojos del mundo están centrados. Oslo, la capital de Noruega, nuevamente hace historia.
De manos del Comité Noruego, el presidente Juan Manuel Santos recibió el premio Nobel de Paz con el que fue galardonado cinco días después de que el plebiscito fuera derrotado en las urnas.
Una noticia inesperada pero que, eso sí, se constituyó en el primer respiro para el jefe de Estado que lo motivó a seguir luchando por la terminación del conflicto armado.
Ese, precisamente, fue el mensaje que entregó hoy ante la comunidad internacional al recibir el galardón, en una ceremonia que tuvo lugar en el Oslo City Hall, edificio administrativo municipal de la capital noruega cuya edificación se vio frustrada en el siglo pasado también por cuenta de la guerra, cuando el estallido de la II Guerra Mundial hizo que las obras se paralizaran.
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Así que este no podía ser un mejor escenario para que el presidente Santos anunciara que “la guerra que causó tanto sufrimiento y angustia a nuestra población ha terminado. Hay una guerra menos en el mundo y es la de Colombia”.
Ante los invitados especiales en la ceremonia, de los que hacen parte su familia, víctimas del conflicto, los negociadores de paz y ex presidentes, el primer mandatario recordó en un su discurso la sorpresa que le generó el hecho de que el acuerdo de paz logrado con las Farc el 24 de agosto fuera derrotado por un pequeño margen.
Incluso, recordó algunas palabras del Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, plasmadas en su libro Cien años de soledad.
Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto (…) hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad.
Tanto así, que Santos reconoció ante el Comité Noruego que el Nobel de Paz que lo sorprendió en la madrugada del viernes 7 de octubre llegó como un regalo del cielo.
“En un momento en que nuestro barco parecía ir a la deriva, el Premio Nobel fue el viento de popa que nos impulsó para llegar a nuestro destino: el puerto de la paz”, afirmó el jefe de Estado, con un indudable tono en su voz que reflejó la expectativa que tiene ante el reto aún mayor que se avecina: la implementación del acuerdo de paz con las Farc.
Por eso, durante su discurso fue trascendental para el presidente recordar el paso que tomó tras el frustrado plebiscito del 2 de octubre. Afirmó Santos que el haber escuchado las voces que rechazaron el acuerdo fue trascendental para tratar de consolidar un país menos polarizado y aunar voces alrededor de una paz estable y duradera.
Y esta es la gran paradoja con la que me he encontrado: mientras muchos que no han sufrido en carne propia el conflicto se resisten a la paz, son las víctimas las más dispuestas a perdonar.
Y tiene argumentos sólidos para llevar esa paradoja a Oslo. Mientras que allá conmemoran los 120 años desde la muerte de Alfred Nobel, creador de los premios que llevan su nombre, en Colombia la división política aún persiste.
El Centro Democrático sigue deslegitimando la facultad del Congreso de haber refrendado el nuevo acuerdo de paz y el contenido del mismo, fuerzas oscuras continúan atentando contra líderes sociales y defensores de Derechos Humanos y jóvenes sin filiación política recorren las carreteras del país para exigir un acuerdo de paz.
Tal vez por eso, y por la misma experiencia que como Ministro de Defensa y, luego, como presidente de la República que combatió a la guerrilla con contundentes golpes contra sus máximos líderes, el primer mandatario reflexionó sobre la insensatez, según sus palabras, de pensar que el fin del conflicto deba darse exterminando a la contraparte.
“Vencer por las armas, aniquilar al enemigo, llevar la guerra hasta sus últimas consecuencias, es renunciar a ver en el contrario a otro ser humano, a alguien con quien se puede hablar”, y recordó algunas palabras del cantante norteamericano Bob Dylan, también galardonado con el Nobel pero de Literatura: “¡Cuántas muertes más serán necesarias hasta que comprendamos que han muerto demasiados! La respuesta, mi amigo, va volando con el viento”.
Bajo todos esos supuestos, el presidente Santos recibió el premio Nobel de Paz a nombre de los 50 millones de colombianos y, en especial, de las más de 8 millones de víctimas del conflicto armado que cada vez más añoran ver resarcidos sus derechos.
Reconoció, además, la labor de sus negociadores en La Habana, Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo y a su equipo que “con enorme paciencia y fortaleza, negociaron en La Habana durante todos estos años. Me refiero tanto a los negociadores del Gobierno como a los de las Farc que demostraron una gran voluntad de paz. Yo quiero exaltar esa voluntad de abrazar la paz, porque sin ella el proceso hubiera fracasado”.
De momento, la de Ecuador sigue siendo una mesa congelada pero, sin duda, los ojos del mundo se volcarán desde hoy hacia Colombia en donde cada paso que se dé será crucial para que los 4 años de diálogos en Cuba no se echen al traste.
Las recomendaciones de Santos en Oslo
Al dirigirse a los asistentes a la entrega del Premio Nobel de Paz, el presidente Juan Manuel Santos aprovechó para hacer algunas recomendaciones que recogió del proceso de paz y que, según dijo, seguramente servirán como ejemplo para otros procesos con actores armados presentes en diferentes territorios del mundo.
Sin duda, dejó claro que combatir y negociar al mismo tiempo debe ser una de las condiciones claras bajo las cuales las partes deben sentarse a negociar.
Algunas veces, para llegar a la paz, es necesario combatir y dialogar al mismo tiempo.
A partir de allí, comenzar a forjar una agenda realista y concreta que resuelva asuntos directamente relacionados con el conflicto y, ante todo, adelantar las conversaciones con absoluta discreción.
Señaló, finalmente, que se debe estar dispuesto a tomar decisiones difíciles y hasta impopulares en aras de la paz.
“Esto significó, en mi caso, acercarme a gobiernos de países vecinos con quienes tenía, y aún tengo, profundas diferencias ideológicas”, refiriéndose claramente a Venezuela y al gobierno de Nicolás Maduro con quien ha expresado en incontables ocasiones su desacuerdo con el modelo político social y económico de ese país.
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