Cómo el comunismo usa organizaciones internacionales para difundir su ideología

Por Ronald J. Rychlak
28 de marzo de 2019 7:26 PM Actualizado: 28 de marzo de 2019 7:26 PM

La historia puede explicar muchas cosas sobre la política internacional. Estados Unidos fue fundado por colonos que lucharon por su independencia. Queriendo ser libres de Inglaterra y estando preparados para ir por su propia cuenta, aceptaron de mala gana unirse entre ellos con fines de defensa y comercio.

El sistema que crearon estableció un gobierno federal con una autoridad limitada. La mayoría de los poderes permanecieron en manos del pueblo y de los gobiernos locales (o de los estados).

Estos primeros estadounidenses crearon un sistema económico basado en el libre comercio y el acuerdo justo entre adultos competentes. Se alentaba y recompensaba la innovación, el trabajo duro y el desarrollo de nuevas ideas. Los inventores, artistas, autores y comerciantes que brindaban un servicio o producto deseado generalmente encontraban personas que estaban dispuestas a compensarlos, en ocasiones abundantemente.

El comunismo, por otro lado, fue fundado sobre la base de la lucha de clases. Los trabajadores proletarios entendían a su oposición no en base a divisiones geográficas sino en distinciones de clase. Se decía que la burguesía oprimía a la clase obrera manteniendo los salarios lo más bajos posible. Los trabajadores del mundo fueron llamados a unirse en una lucha común contra los capitalistas, dondequiera que se encontraran.

Mientras que el capitalismo premia a los individuos que presentan nuevas ideas, el modelo comunista/colectivo sostiene que la autoridad central ya tiene las mejores ideas y que solo necesitan ser implementadas. De hecho, el comunismo necesita que todos los miembros de la sociedad (o al menos la abrumadora mayoría de ellos) sigan la planificación central. No funciona bien si hay resistencia.

Esto ayuda a explicar la inevitable tendencia del comunismo hacia el totalitarismo. La inclinación capitalista natural, por otro lado, se aleja del mando y el control, hacia la libertad.

Un capitalista solo se ve afectado mínimamente por las prácticas comunistas que tienen lugar en otras naciones que no son las suyas. El comunismo en otros lugares puede limitar las oportunidades comerciales, pero no afecta fundamentalmente al sistema económico de una nación capitalista. Una sociedad comunista, en contraste, se ve afectada significativamente por los mercados libres que existen fuera de su sistema. Esos mercados reflejan el verdadero valor de los bienes y servicios, suman al potencial de los mercados negros dentro de los países regidos por el comunismo y tientan a la gente a mirar más allá del control del sistema comunista.

Por lo tanto, los comunistas tienen el deseo natural de difundir su doctrina más allá de sus fronteras y de cerrar los mercados libres.

El Partido Bolchevique abrazó el internacionalismo tan pronto como tomó el poder en la Revolución Rusa. La Unión Soviética fue presentada como la “patria del comunismo” desde la cual la revolución se extendería por todo el mundo. En consecuencia, las autoridades soviéticas fomentaron vínculos internacionales con los partidos y gobiernos comunistas y de izquierda, pero hicieron más que eso. Crearon nuevas organizaciones internacionales o se infiltraron en organizaciones internacionales existentes con el fin de difundir su filosofía.

Durante su apogeo, la KGB estableció numerosas agencias que se hacían pasar por entidades internacionales independientes. Por supuesto, en realidad eran espacios para difundir la propaganda comunista. Algunos de estos falsos ámbitos incluyen el Consejo Mundial de la Paz (con filiales en 112 países), la Federación Sindical Mundial (con filiales en 90 países), la Federación Democrática Internacional de Mujeres (con filiales en 129 países), la Unión Internacional de Estudiantes (con filiales en 152 países), y la Federación Mundial de la Juventud Democrática (con filiales en 210 países).

Uno de los grupos más importantes, el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), fue infiltrado y controlado por la inteligencia rusa ya desde el año 1961. El Archivo Mitrojin, una voluminosa colección de documentos de inteligencia extranjeros sacados de contrabando de la Unión Soviética en 1992, proporciona las identidades y los nombres en código de la inteligencia soviética de muchos sacerdotes ortodoxos rusos enviados al CMI con el fin de influir en la política y los políticos. En 1972, la inteligencia soviética incluso logró que su agente, el metropolitano Nikodim (nombre en código “Adamant”), fuera elegido presidente del CMI.

En 1985, el CMI eligió a su primer secretario general, que era un marxista abierto y declarado: Emilio Castro. Se había exiliado de Uruguay debido a su extremismo político, pero dirigió el CMI durante siete años. Durante ese tiempo, Castro promovió la teología de la liberación autorizada por la KGB, que alentaba a sus seguidores a apoyar a dictadores marxistas como Hugo Chávez, Evo Morales, Manuel Zelaya y Daniel Ortega mientras transformaban sus países en dictaduras policiales al estilo KGB. Un documento de la KGB de 1989 decía: “Ahora, el programa del CMI es también nuestro programa”.

Incluso después del colapso de la Unión Soviética, la mayoría de las instituciones internacionales construidas por el Kremlin sobrevivieron y continuaron transmitiendo los mismos mensajes antiestadounidenses que siempre tuvieron. El Consejo Mundial de la Paz (CMP), por ejemplo, se trasladó de Helsinki a Atenas, pero todavía estaba liderado por un presidente seleccionado por la KGB, Romesh Chandra, quien, en la década de 1970, exigió a todas las filiales nacionales del CMP que realizaran manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Según su estatuto, el CMP se ha “ampliado a un movimiento de masas mundial” encargado de apoyar a “esos pueblos y movimientos de liberación” que luchan “contra el imperialismo”.

La Federación Sindical Mundial (FSM), la segunda institución internacional más grande creada por la KGB, también sobrevivió al colapso de la Unión Soviética. Todavía tiene su sede central en Praga y utiliza la misma retórica antiamericana de la Guerra Fría. Se llama a sí misma “la voz militante de 95 millones de trabajadores en 130 países”. El pasado mes de noviembre, en respuesta a la preocupación del presidente Donald Trump por la caravana de inmigrantes que se acercaba a la frontera sur de EE.UU., la FSM publicó en su sitio web un “comunicado de prensa para la autorización [sic] del gobierno de EE.UU. para disparar a una caravana de inmigrantes en las fronteras”.

El comunicado decía: “Estas decisiones xenófobas y reaccionarias del gobierno burgués de EE. UU. cultivan el racismo y el odio, ocultando las verdaderas razones de la migración; en otras palabras, no dicen nada sobre el saqueo de los monopolios norteamericanos y las multinacionales por la expropiación de los recursos de América Latina…”. Se entiende el punto.

Otro grupo creado por la KGB, la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FIMD), fue fundada en París en 1945, pero pronto fue prohibida por las autoridades francesas y obligada a trasladarse a Berlín Oriental, donde tuvo el apoyo del régimen comunista. Adoptó un nuevo estatuto en 1995, exigiendo que las mujeres del mundo luchen contra la globalización de las “llamadas economías de mercado”, que son “la causa fundamental de la creciente feminización de la pobreza en todas partes”.

El año pasado, la vicepresidente de la organización, Skevi Koukouma, habló ante una “movilización antiimperialista” en las afueras de la embajada de Estados Unidos, saludando en nombre de la FIMD a “todas las personas del mundo que se manifiestan contra los nuevos ataques perpetrados por Estados Unidos y sus aliados contra Siria”.

Si bien estos grupos ocultan sus verdaderos vínculos con Moscú, continuamente promueven ideas y programas que apoyan las causas del Kremlin. Todos ellos son excelentes medios para continuar con la desinformación comunista. Sin embargo, tal vez la mayor apuesta del comunismo moderno provenga del Consejo Mundial de Iglesias.

En 2009, el metropolitano Cirilo (nombre en código “Mikhaylov”), que había sido un influyente representante ante el CMI y miembro de su Comité Central, fue elegido patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Además de sus funciones en el CMI, los registros parecen establecer que también fue un oficial activo del KGB. Poco de lo que ha hecho desde su ascensión como patriarca hace que uno pueda cuestionar esa conclusión.

Cirilo y otros líderes de la Iglesia Ortodoxa Rusa apoyaron abiertamente a Vladimir Putin durante su campaña electoral presidencial en 2012. La protesta a ese apoyo es lo que llevó al infame arresto de los miembros de la banda Pussy Riot. Por su parte, Cirilo describió la elección de Putin como “un milagro de Dios”. Presumiblemente refiriéndose a la banda, criticó a los que se manifestaban a favor de una reforma democrática, diciendo que estaban emitiendo “alaridos penetrantes”.

Hoy, Putin se presenta como el salvador de los valores cristianos en Rusia. Por supuesto no lo es, a menos que esos valores incluyan el asesinato de opositores políticos (como Boris Nemtsov), el asesinato de críticos (como el desertor Alexander Litvinenko y la periodista Anna Politkovskaya), y calificar el colapso de una tiranía asesina como el peor desastre geopolítico del siglo XX.

Sin embargo, Putin logró convencer a mucha gente de esta farsa, gracias a su culto a la personalidad en Rusia, al metropolitano Cirilo, al CMI y, principalmente, a los expertos del Kremlin y del comunismo que hace mucho tiempo descubrieron cómo aprovechar las organizaciones internacionales con fines políticos.

Ronald J. Rychlak es presidente en derecho y gobierno de Jamie L. Whitten en la Universidad de Mississippi. Es autor de varios libros, entre ellos “Hitler, la guerra y el Papa”, “La desinformación” (en coautoría con Ion Mihai Pacepa) y “La persecución y el genocidio de los cristianos en Oriente Medio” (coeditado con Jane Adolphe).

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.

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