Cómo el perdón curó de manera insólita la salud mental y física de un héroe del 11-S

De la Zona Cero del 11-S a la paz interior: El viaje de un hombre muestra cómo el perdón cura la mente, el cuerpo y el espíritu

Por Makai Allbert
24 de septiembre de 2024 4:39 PM Actualizado: 27 de noviembre de 2024 7:31 PM

Esta es la tercera parte de «La medicina de la virtud»

Primera parte – Gratitud: Una medicina alternativa para la ira y la depresión 

–  Segunda Parte – Su cerebro está programado para la honestidad: Mentir le puede cobrar la factura

¿Qué medicina es segura, eficaz, gratuita y solo requiere un sutil cambio de perspectiva? Lo invitamos a explorar el olvidado vínculo entre virtud y salud— la «Medicina de la virtud».


Lyndon Harris consiguió el trabajo soñado de su vida cuando fue nombrado sacerdote de la capilla de San Pablo, en Wall Street, en abril de 2001. Sin embargo, meses después, trágicos acontecimientos alterarían para siempre el curso de su vida.

Harris perdió su casa, a su mujer e incluso su salud —sufría de estrés postraumático, depresión y lesiones pulmonares.

Tenía todo el derecho a estar resentido con el mundo, y lo estuvo. Lo que lo salvó fue algo inesperado —el poder del perdón.

De héroe a víctima

A solo tres cuadras del World Trade Center, la iglesia de Lyndon fue testigo de la tragedia del 11 de septiembre. La devastación se manifestó ante sus ojos cuando cayeron las torres. Tras la catástrofe, vio de primera mano el costo humano: vecinos sin hogar, familias buscando a sus seres queridos desaparecidos y supervivientes sin ningún lugar al que acudir.

Ante la abrumadora necesidad de la gente, Lyndon coordinó a un grupo de voluntarios para montar un puesto de comida improvisado, sirviendo hamburguesas y hot dogs. Más tarde, ayudó a impulsar estos esfuerzos humanitarios en la Zona Cero abriendo su iglesia, la Capilla de San Pablo, para atender las necesidades de los socorristas y de los trabajadores de la Zona Cero, ofreciendo comida, masajes, cuidados quiroprácticos y asesoramiento. La iglesia también ofrecía un lugar para dormir e incluso osos de peluches a los niños —o adultos— que más los necesitaban.

Lyndon con una túnica adornada con insignias de los servicios de emergencia, que representan la solidaridad, el apoyo y la conmemoración. (Cortesía de Krystyna Sanderson)

«Mi madre siempre me enseñó que, si alguien está en problemas, hay que ayudarlo. Y luego, si puedes, le das de comer», cuenta Lyndon.

Sin embargo, los lideres de su iglesia tenían otros planes. Cambiaron su enfoque de la ayuda humanitaria a la conservación de edificios. Lyndon se opuso sin resultados y, para su asombro, la dirección de la iglesia no reconoció ni valoró sus esfuerzos por ayudar a las personas.

Meses después, Lyndon asistió a un auditorio lleno de la Sociedad Histórica de Nueva York para ver un documental que la iglesia había realizado sobre el ministerio de la capilla de San Pablo en la Zona Cero, solo para descubrir que, como iniciador y figura central, habiendo trabajado más de 240 días supervisando la operación, no aparecía ni siquiera en un cuadro.

Era como si lo hubieran borrado. «Era como si nada de lo que yo hubiera hecho les importara», afirma.

Mientras sacrificaba ocho meses y medio en la Zona Cero, sufrió daños en los pulmones y los senos nasales —y ahora empezó a surgir un sentimiento de víctima.

Sintiéndose enfadado y traicionado, dimitió.

«Y pronto mi vida empezó a desmoronarse», cuenta. Poco después perdió su casa y su matrimonio fracasó. Con el cuerpo y la mente enfermos, sufrió depresión y estrés postraumático.

Su resentimiento duró una década —vivía en su «Zona Cero» personal.

«Nelson Mandela lo dijo mejor que nadie: ‘No perdonar es como beber veneno y esperar a que tus enemigos mueran por él'», dijo Lyndon.

«Yo bebí ese veneno, y a veces sabía muy bien. Y cada vez que tomaba un sorbo, una parte de mí moría», dijo.

«Pero», dijo Lyndon, «la buena noticia es que ese no es el final de la historia. Mi vida dio un giro cuando abrí mi corazón al perdón».

Cómo dejar ir mejora el bienestar

Loren Toussaint, profesor de psicología del Luther College y destacado investigador del perdón, habló a The Epoch Times de un estudio que realizó con una muestra de 1423 estadounidenses.

El estudio reveló que perdonarse a uno mismo, perdonar a los demás y sentirse perdonado por Dios están estrechamente relacionados con una mejor salud mental, física, satisfacción vital y felicidad.

Por el contrario, no ser capaz de perdonar, o la falta de perdón, tiene un efecto negativo dramático en la salud mental, lo que lleva a la rumiación y los síntomas depresivos.

(Ilustración de The Epoch Times)

Como dice el adagio, «aquello en lo que te enfocas crece». Rumiar desencadena estrés repetidamente y provoca una liberación continua de cortisol, según Everett Worthington, profesor emérito de la Virginia Commonwealth University y autor de más de 30 libros sobre el perdón.

Según un estudio de 2019, la rumiación se asocia con una menor duración del sueño y niveles de cortisol significativamente más altos al despertar.

(Ilustración de The Epoch Times)

El cortisol es beneficioso a corto plazo, pero con el tiempo «afecta negativamente todos los sistemas del organismo», explicó Worthington a The Epoch Times.

El cortisol activa el eje hipotálamo —hipófisis— suprarrenal, el sistema de alarma del organismo, esencial en la respuesta de lucha o huida. Sin embargo, si se hiperactiva, puede dañar el sistema cardiovascular, reducir el tamaño del hipocampo (donde se consolidan los recuerdos) y alterar los sistemas inmunitario y gastrointestinal, afirma Worthington.

Además, la falta de perdón se asocia significativamente con un mayor riesgo de suicidio.

«Cuando uno está lleno de ira y odio, suele tener menos ganas de vivir», afirma Michael Barry, ministro y anterior director de atención pastoral de los Centros de Tratamiento del Cáncer de Estados Unidos durante diez años.

El cambio mental que supone aceptar el perdón en lugar de aferrarse al rencor también influye profundamente en nuestra salud física.

Toussaint describió un experimento revelador en el que los participantes recordaban un momento en el que alguien les había hecho daño.

Cuando se relata una experiencia dolorosa, se siente un nudo en el estómago, la boca se siente como de algodón y se empieza a sudar un poco, dijo Toussaint. Aunque sea imaginado, tu cerebro no puede diferenciarlo, y el cuerpo revive la experiencia estresante.

Los participantes con pensamientos de perdón no tuvieron una reacción tan fuerte. Su ritmo cardíaco, su presión arterial y la tensión de los músculos de la frente eran más bajos y estaban más relajados. El perdón les impidió reaccionar ante las experiencias dolorosas, lo que les proporcionó una respuesta al estrés silenciada o «amortiguada».

El estrés se relaciona con un mayor riesgo de depresión grave, enfermedades cardiovasculares y cáncer, los estudios demuestran que el estrés puede alterar la expresión génica, activar factores inflamatorios y contribuir al crecimiento tumoral y la metástasis.

En un estudio publicado en el Journal of Health Psychology, Toussaint descubrió que perdonar amortigua significativamente el estrés a lo largo de la vida, previene enfermedades mentales y mejora los resultados de la salud física.

(Ilustración de The Epoch Times)

Según Toussaint, los individuos que perdonan tienden a emplear estilos de afrontamiento más eficaces para los factores estresantes de la vida. Suelen disponer de un repertorio más adaptable de estrategias de afrontamiento, utilizando con frecuencia enfoques centrados en los problemas.

El director del Proyecto del Perdón de Stanford, Fred Luskin, explicó a The Epoch Times que «el impacto más importante del perdón es la eficacia de saber que puede afrontar la vida».

Ante la adversidad o el trato injusto, puedes dejar atrás el pasado, enderezar el rumbo y seguir adelante con mayor confianza, afirmó. Al dejar ir emociones negativas como el resentimiento y el miedo, las personas adquieren otras positivas como la amabilidad, el amor y la compasión, que confieren sus propios beneficios para la salud.

Lyndon contó en la entrevista con The Epoch Times que Luskin, como experto en perdón y amigo, le sugería a menudo que si dedicaba tanta energía a buscar las bendiciones de la vida como la que dedicaba a pensar en sus desgracias, podría descubrir una nueva sensación de satisfacción. Este cambio de perspectiva se convirtió en la piedra angular del viaje de Lyndon hacia el perdón.

Pasar la página

Lyndon compartió que tuvo que desenredar su victimismo y abrazar el perdón antes que pudiera encontrar el camino de regreso a la salud.

El Papa Francisco declaró 2016 año jubilar, un año especial centrado en el perdón y la misericordia. Ese mismo año, Lyndon se embarcó en una peregrinación al Camino de Santiago.

Una tradición en el Camino dijo Lyndon, es llevar una piedra contigo y arrojarla sobre los acantilados de Finisterre al mar después de completar el largo viaje para «liberar las cargas que estabas llevando».

A cada paso del camino, Lyndon pensaba en su vida, en los errores del pasado y en su incapacidad para perdonar —y lo soltaba todo, decía.

Al final del viaje, Lyndon y su novia María, que lo acompañaba en la peregrinación, arrojaron sus piedras por los acantilados. E, «[hicimos] declaraciones de intenciones sobre nuestro futuro», dijo. Fue entonces cuando le propuso matrimonio —y ella dijo— «Sí».

Lyndon y su [ahora] esposa María llegan a la Catedral de Santiago en Santiago de Compostela, completando su peregrinación por el Camino. (Cortesía de Lyndon Harris)
«Soy un hombre nuevo con una misión nueva. Me liberé de muchos retos y mucho dolor. Soy muy bendecido», dijo Lyndon.

La salud mental y física de Lyndon está en su mejor momento, sin rastro de daños en los pulmones y sin sentimientos de resentimiento, dijo. Está felizmente casado con la mujer de sus sueños y trabaja como orador motivacional, difundiendo los beneficios del perdón.

«Todos nos enfrentamos a la tragedia, pero tenemos que encontrar formas creativas de responder para ser personas felices, resistentes, llenas de recursos y de vida. Y el perdón es la clave absoluta para ello —sin lugar a dudas», afirma.

«Los estudios son indiscutibles», afirma Lyndon.

El contorno del perdón: qué es y qué no es

«El perdón no es olvidar», dijo Barry, que también es autor sobre el perdón.

Un recuerdo doloroso consta de dos partes: el dolor y el recuerdo. Igual que una cicatriz en el cuerpo, dijo Barry, «cuando perdonas a alguien, el dolor desaparece, pero el recuerdo permanece».

El perdón tampoco consiste solo en pronunciar palabras, dijo.

Barry contó cómo una joven de 19 años llevaba más de seis años distanciada de su padre a causa de una experiencia traumática. Se desahogaba con rabia y, obviamente, seguía sufriendo. Cuando Barry le preguntó si había pensado alguna vez en perdonar a su padre, ella respondió: «Le perdoné hace mucho tiempo». Barry sugirió que no lo había hecho.

El perdón es «algo que realmente tiene lugar en tu corazón», añadió.

Además, según Worthington, es importante darse cuenta que «el perdón está dentro de mi piel» —es una dinámica puramente interpersonal— algo que haces por ti mismo y no por los demás.

El perdón y la reconciliación no están necesariamente «unidos por la cadera». Puedes perdonar a alguien sin tener que volver a verle o interactuar con él, dijo.

El principio del patio de recreo

Worthington recomienda seguir un marco a la hora de intentar perdonar; por eso creó su propio marco para el perdón, llamado perdón REACH, que dio resultados positivos en más de 20 estudios científicos controlados, dijo.

REACH es: «Recordar» el daño. Empatizar con la persona que le hizo daño. Ofrece un regalo altruista e inmerecido de perdón. Comprométete «con el perdón que experimentas emocionalmente y «Aférrate» a ese perdón cuando dudes», explicó Worthington.

Según Worthington, este marco puede aplicarse tanto a los grandes acontecimientos como a las pequeñas molestias. Por ejemplo, si alguien te corta el paso en el tráfico, empieza por recordar el daño, reconocer tu enfado y decidir que no merece la pena seguir enfadado. A continuación, empatiza pensando que el otro conductor podría tener prisa o estar distraído. A continuación, haz un regalo altruista y olvídalo. Si te resulta difícil, puedes recordar las veces que te perdonaron por errores similares. Te comprometes a dejarlo pasar y te aferras a ese perdón recordándote más tarde que elegiste no dejar que ese pequeño incidente te arruinara el día.

Luskin aconseja empezar con algo pequeño y con personas cercanas, como el compañero de vida. Céntrate en las personas que te importan y ensaya. Siéntate durante dos minutos y practica lo que podrías decirle a alguien. «Experimente con ello», dijo.

Lo más importante es la intención de perdonar. «El perdón es la última parada del tren de la curación», dijo Luskin. Aunque enseñables y valiosos, los métodos específicos son complementarios, según Luskin. Se refirió a Victor Frankl, superviviente del Holocausto, que dijo célebremente: «Los que tienen un ‘por qué’ para vivir pueden soportar casi cualquier ‘cómo'».

«Ten paciencia», dijo Toussaint. Añadió que se pueden incorporar experiencias tranquilizadoras para fomentar la atención plena. Recomienda la oración, la meditación, la respiración profunda, las imágenes de paz o pasar tiempo en la naturaleza. Estas prácticas ayudan a relajarse y a considerar otras alternativas a los problemas.

Lyndon recomienda practicar la gratitud, ya que es «el antídoto contra la falta de perdón».

Barry señaló que el auto perdón adopta un enfoque similar. En primer lugar, hay que tomar la decisión consciente de perdonar. A continuación, aceptar la falta cometida. A continuación, mostrar arrepentimiento estando dispuesto a corregir las acciones o el comportamiento pasados. En el tercer paso —que él llama adquirir sabiduría— pregúntate: ¿Qué puedo sacar de mi error?.

Lyndon sugiere que visualicemos un parque infantil. Imagina a un niño colgado de las barras. Muchos de nosotros vivimos la vida como ese niño, dice Lyndon, atascados en el medio, incapaces de avanzar o dejar ir.

(Ilustración de The Epoch Times)

¿Sabe cómo avanzar? Lyndon dijo: «Tiene que tender la mano hacia el futuro. Tiene que tomar la siguiente barra y, al mismo tiempo, soltar la que tiene detrás».


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