Comprendiendo el «socialismo democrático»

Por Mark Hendrickson
22 de enero de 2019 5:58 PM Actualizado: 22 de enero de 2019 5:58 PM
El objetivo de los socialistas democráticos es el socialismo- esto es, el control gubernamental de la producción económica. El socialismo genuino, cuando se practica, inevitablemente lleva al estancamiento económico y la ruina por las siguientes razones:
  1. Destruye los incentivos.
  2. Comete el error intelectual de tratar a los seres humanos como fungibles (esto es, iguales, y por lo tanto intercambiables) y así los planificadores socialistas asumen que sus subordinados burocráticos tienen el conocimiento específico y los talentos especiales que habilitan a los empresarios privados a crear riqueza más productiva y efectiva.
  3. Descarta los precios basados en el mercado -a saber, aquellos basados en la oferta y la demanda- perdiendo así la habilidad de coordinar la producción racionalmente y distribuir eficientemente los recursos escasos. El resultado inevitable es la sobreproducción de algunos bienes -y el consecuente desperdicio de recursos escasos- y la subproducción de otros, lo que significa que mucha gente es incapaz de procurar las cosas que quiere, lo que los hace más pobres.
  4. Los planificadores económicos centrales, sin importar cuán brillantes y/o bien intencionados, no saben y no pueden saber lo que usted y yo queremos tan bien como usted y yo lo sabemos. El capitalismo es un sistema de soberanía del consumo bajo el que las empresas ganan dinero produciendo lo que queremos en vez de producir lo que el gobierno ordena, como es el caso del socialismo. (Nota: El nepotismo no es capitalista sino socialista, porque el nepotismo implica que los gobiernos, y no los consumidores, determinan qué negocios prosperan).

El adjetivo «democrático» es usado para hacer que el socialismo sea más aceptable, más estadounidense, pero la etiqueta no puede prevenir las consecuencias inherentemente emprobrecedoras del socialismo -de producción planificada y controlada por el gobierno.

«Democrático» simplemente especifica los medios para un fin. El santo patrono del socialismo, Karl Marx, escribió en el «Manifiesto comunista» que hay dos caminos al socialismo -el rápido de la revolución violenta por trabajadores «explotados» (su preferido) o Plan B: el más gradual, la implementación progresiva del socialismo a través de la democracia (ver Capítulo Dos del «Manifiesto»). La mayoría de los trabajadores estadounidenses vivieron demasiado satisfechos y con prosperidad como para lanzar una revolución sangrienta, con lo que el camino democrático es la única estrategia viable para los socialistas estadounidenses.

La etiqueta «socialismo democrático», como sus etiquetas similares de «progresista» y «liberal», actuó como cortina para que los socialistas estadounidenses escondan su fin último. En años recientes, los socialistas estadounidenses han sido capaces de luchar por el socialismo mientras niegan creíblemente que son socialistas. Afirmaron con verdad que no abogaron explícitamente por la apropiación todos los medios de producción por el gobierno. En eso fueron tímidos. En vez de pedir control completo, su agenda perenne pide más control. ¿Cuánto más? Nunca lo dicen -tiene un final abierto. Es poco probable que escuches a un político socialista decir que hay demasiado control gubernamental de la producción económica por la simple razón de que los socialistas creen en y quieren el control gubernamental de la producción. Pero es significativo que, liderados por Bernie Sanders, los progresistas ahora se sienten lo suficientemente a salvo como para salir del clóset y admitir que son socialistas (democráticos).

No sea engañado por el adjetivo «democrático». No es benigno. Espere un momento, usted dice: ¿No es buena la democracia? ¿No es de lo que trata Estados Unidos? Bueno, como solía decir el comercial de TV: «No exactamente».

La palabra democracia es lingüísticamente problemática, dadas las ambigüedades y los diferentes usos que tiene. Del lado positivo, EE. UU. es un sistema democrático, lo que implica que la gente es libre y que nuestro sistema político hace que el gobierno esté al servicio de y tenga que rendir cuentas a la gente. El poeta del siglo XIX, Walt Whitman, articuló la esencia del ideal democrático de Estados Unidos así:

«… El gobierno puede hacer poco bien positivo a la gente, [pero] puede hacer una inmensa cantidad de daño. Y aquí es donde entra la belleza del principio Democrático. La Democracia prevendría todo este daño. No se alcanzaría el beneficio de un hombre a costa de sus vecinos… Esta única regla, racionalmente interpretada y aplicada, es suficiente para formar el punto de partida de todo lo que es necesario en el gobierno; no hacer más leyes que aquellas útiles para prevenir que el hombre o el cuerpo de hombres infrinja los derechos de otros hombres». [Énfasis en el original].

La versión benigna de la democracia se basa en derechos. Así es nuestra constitución estadounidense, como lo expliqué en mi artículo sobre la Carta de Derechos el mes pasado.

Retratos de James Madison (derecha), y John Adams (izquierda). Fotografías del Archivo Nacional de EE. UU./Newsmakers

No obstante, la democracia también es una teoría de poder, y el poder del gobierno es una amenaza perpetua a los derechos individuales. Es por ello que los fundadores de EE. UU. John Adams y James Madison aborrecían la democracia mientras que los íconos comunistas/socialistas Marx y Lenin eran entusiastas defensores de la democracia.

El contraste es marcado:

Adams: “La democracia nunca dura mucho. Pronto se pierde, se agota y se asesina a sí misma. Nunca hubo una democracia que no haya cometido suicidio». Madison: «… las democracias han sido siempre espectáculos de turbulencia y contienda; siempre han sido incompatibles con la seguridad personal y los derechos de propiedad; y en general han tenido vidas tan cortas como fueron violentas en sus muertes».

Marx: la forma de lograr el socialismo es que las masas «ganen la batalla de la democracia» («Manifiesto», Cap. 2).  Lenin: “Una democracia es un estado que reconoce la sujeción de la minoría a la mayoría”.

Cuando la democracia se convierte en la cruda regla de la mayoría, los derechos de ninguno están a salvo. En vez de comerciar los unos con los otros en un sistema en el que los derechos de propiedad son seguros, la sociedad se degenera en una despiadada riña en la que varios grupos de ciudadanos exigen que el gobierno les de beneficios pagados por otros ciudadanos.

El arqueólogo e historiador británico Sir Flinders Petrie expresa muy bien el peligro del socialismo democrático: «Cuando la democracia logró poder absoluto, la mayoría sin capital necesariamente devora el capital de la minoría y la civilización rápidamente se deteriora».

Simplemente que la mayoría esté a favor de algo no significa que ese algo sea bueno o justo. Recuerde, las mayorías democráticas votaron por las ejecuciones de Jesús y Sócrates -dos de los eventos más atroces e injustos de la historia humana. La cruda democracia mayoritaria puede ser tan violenta y opresora como cualquier otra forma de tiranía.

La democracia a los ojos de los socialistas democráticos se reduce a ésto: Hay más de nosotros que de ustedes, así que tomaremos su propiedad y dispondremos de ella como consideremos conveniente. Éste es el ethos primitivo del «poder hace al derecho». Encarna la inmoralidad del rufián, del ladrón. Con el nombre fraudulento de «justicia social» pisotea la genuina justicia. Está empeñado en reemplazar nuestro orden constitucional basado en derechos con planificación central de la economía – a saber, con una tiranía que dicta quién produce qué para quién.

Los socialistas democráticos quieren reemplazar nuestro sistema capitalista basado en derechos -un sistema que, pese a sus imperfecciones e inconsistencias, trajo más libertad y prosperidad a más gente que cualquier otro sistema con socialismo, un sistema que oprimió y empobreció a la gente donde sea que fuera implementado (ver Venezuela hoy).

Tristemente, el grado de ignorancia económica e histórica entre los estadounidenses puede resultar en que la mayoría vote por nuestra propia destrucción. ¿No tendrán los historiadores del futuro un área que explique este disparate?

EL DR. MARK HENDRICKSON ES PROFESOR ADJUNTO DE ECONOMÍA EN LA UNIVERSIDAD DE LA CIUDAD DE GROVE. ES AUTOR DE VARIOS LIBROS, ENTRE ELLOS «EL PANORAMA GENERAL: LA CIENCIA, LA POLÍTICA Y LA ECONOMÍA DEL CAMBIO CLIMÁTICO».

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no necesariamente reflejan los puntos de vista de La Gran Época.

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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