Pura tradición, el Día de Muertos en México vuelve el recuerdo de los seres queridos que han partido a través de un tradicional festejo. En la memoria hay reencuentro y en el umbral de la vida, la muerte se engalana.
Alegría con sabor otoñal, cada región mantiene sus costumbres. Y por allí, en un rincón iluminado, una ofrenda que se eleva para rendir culto a los familiares que partieron.
Las fotos de los difuntos posan y llaman al recuerdo. Las velas vuelven a encender ilusiones. Como si fuese un árbol invertido, raíces al cielo, los parientes que están más arriba constituyen el centro, el tronco. Más abajo, las ramificaciones de la genealogía, la familia esperando su visita.
En tiempos prehispánicos el culto a los muertos era parte de los rituales religiosos en la mayoría de los pueblos de Mesoamérica. Solían enterrar al difunto envuelto en un petate, una alfombra elaborada a base de fibras de palma. Los familiares organizaban su partida a fin de servirle de guía hacia el Mictlán, al inframundo. De ofrenda le dejaban algo de comida, por si llegaba a sentir hambre durante el recorrido.
Esta veneración indígena se fusionó con el calendario católico y se estableció en fechas fijas: el 1º de noviembre, por ser el día de Todos los Santos y el día siguiente, el 2 de noviembre, el de los Fieles Difuntos. Época que a su vez coincide con el tiempo de la cosecha del maíz.
Año tras año, la tradición se consolidó y los mexicanos realizan preparativos para recibir las visitas de aquellas ánimas difuntas que constelaban la familia. Cada pueblo presenta sus particularidades para la ocasión.
Cuando el maíz madura, también se recogen los cempasúchiles, típicas flores naranjas cuyos pétalos señalizan el camino del reencuentro junto a las veladoras guiando con su luz. Un poco de copal perfuma el ambiente. Pan y alimentos favoritos de los difuntos, la mesa está servida.
¡Sean bienvenidos los muertos de la familia!
¿Viven los muertos?
Aunque la tradición en México se enraiza en la fuerte creencia de que los muertos realmente vienen de visita, surge la pregunta de si su existencia es real.
Testimonios concretos de experiencias cercanas a la muerte afirman que hay algo más allá. La ciencia contemporánea aún no llega a reconocer la presencia de los espíritus. “Pero que los hay los hay”, suele circular en la creencia popular.
De acuerdo a algunas deducciones de la teoría de la relativad, «lo que Einstein nos enseñó (…) es que fundamentalmente no se puede hablar de la existencia de este momento presente sin reconocer también la existencia del pasado exactamente de la misma manera», dijo la científica alemana Sabine Hossenfelder en una entrevista para la BBC meses atrás.
Es decir, “el presente es un instante entre el pasado y el futuro”, sintetiza el artículo. Y cada uno va a percibirlo desde su lugar, que es singular y personal. Se desdoblan las dimensiones, los espacios-tiempos, que no se van a presentar de igual modo para todos los observadores.
Entonces, el lugar de los muertos, el Mictlán, ¿podría ser una dimensión más? ¿Un espacio-tiempo que también configura al mundo en simultaneidad?
«Cuando alguien muere, en cierto sentido sigue existiendo”, agrega la científica alemana.
«Lo que sucede es que toda la información que compuso su personalidad —las conexiones particulares de los átomos, las sinapsis en su cerebro y demás—, se descompone, se desmorona”, detalló.
Pero esa información no es destruida sino que “sigue ahí”, se dispersa entre las partículas del “planeta Tierra y, a largo plazo, en todo el universo», sostuvo Hossenfelder, y fue más allá:
«Hay algo atemporal en la información que nos compone a nosotros y a todo en el universo». Algo que parecería indicar que “nuestra existencia trasciende el paso del tiempo”.
Otros estudios también dan cuenta de estos fenómenos, no tanto desde la teoría sino más bien desde la propia experiencia.
Muchas personas, en el lecho de muerte, “informaron haber visto a amigos o familiares fallecidos que dijeron que estaban allí para ayudarlos a pasar al más allá”, explicó el Dr. Erlendur Haraldsson en una entrevista con The Epoch Times.
El Dr. Haraldsson era profesor emérito de psicología de la Universidad de Islandia y preguntó a 700 médicos y enfermeras si habían oído algo de sus pacientes poco antes de morir. “Los pacientes moribundos a menudo se alegraban de ir [al más allá] y sus miedos se disipaban como resultado de las visiones”, señalaba su estudio.
Sin ser algo tortuoso, como se suele temer, todo indicaría que en el umbral de la muerte natural se produciría una especie de liberación del espíritu posiblemente acompañada por otros seres queridos.
Sin embargo, el ser humano y sus conocimientos científicos están lejos de dar respuesta a todo. La mayoría de los misterios existenciales parecieran seguir siendo insondables.
Eso sí, los muertos son intocables. Lejos de ser una ausencia, en su recuerdo hay presencia. Más aún cuando de agradecer el legado de sus virtudes se tratata, la existencia queda enaltecida.
Así que el Día de Muertos en México parece ser algo más que una tradición… una creencia en lo espiritual, lo divino, que trasciende nuestra existencia en la Tierra.
Por aquellos que vuelven de visita cada 1º de noviembre, a honrar su vida.
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