El régimen comunista chino está prestando e invirtiendo fuertemente en toda Latinoamérica, y no por caridad. Lentamente pero inexorablemente, la estrategia está minando el dominio de la política exterior de Estados Unidos en la región.
La inversión extranjera de la República Popular China (RPC) nunca es un acto de mera empresa capitalista o altruismo. Más bien, el régimen totalitario está retomando las aspiraciones que Cuba dejó atrás y está expandiendo su esfera de influencia a través de las entrañas de naciones vulnerables, pobres y a menudo desprevenidas.
Los motivos ulteriores del régimen chino están poco velados y son evidentes tanto en la estructura como en la elección de la ubicación de esas inversiones. Los emprendimientos benefician a los amigos ideológicos que son contrarios a los Estados Unidos, fortaleciendo las alianzas geopolíticas y sirviendo de plataforma para el espionaje. El caso de Venezuela es ilustrativo, ya que esa nación socialista es un agujero negro para la inversión extranjera, sin embargo, China continúa financiando muchos miles de millones de una deuda propicia para sus propios fines y sólo permite el pago de intereses.
Como quedó claro en un informe reciente del Centro para una Sociedad Libre Segura (SFS por sus siglas en inglés), titulado “El Dragón y el Cóndor”, la amenaza de la influencia imperialista de China ya no es solo un tema académico. Más bien, ya ha llegado y ha crecido de manera inquietante durante la última década.
Un programa de grandes proyectos de infraestructura en el horizonte -sobre todo en Chile y Nicaragua- están listos para la transición de la influencia de China de “suave” a “fuerte” según informó el National Endowment for Democracy. La presión es cada vez más intensa y está sostenida por amenazas de implementar represalias: el palo en lugar de la zanahoria.
Cinco Etapas
En su informe, los profesores del SFS Ricardo Neeb y Fernando Menéndez identifican una serie de actividades actuales y futuras, que forman parte de un plan de cinco etapas y con siete objetivos a largo plazo para el régimen chino. El primer paso fundamental es el desarrollo de las capacidades de inteligencia, que están creciendo rápidamente ante la debilidad de los sistemas de ciberseguridad en Latinoamérica.
Un síntoma de la prioridad de la inteligencia es la inversión que se le dedica al sector de los servicios y la infraestructura, donde el régimen puede poner a su gente, reunir conocimientos técnicos y establecer vías protegidas para el intercambio de información de regreso a Beijing. Un ejemplo flagrante del esfuerzo por “apoderarse de las redes digitales y acceder a información política y comercialmente ventajosa” es el propuesto cable submarino de fibra óptica para conectar China y Chile, que tiene poco sentido económico pero mucho sentido geopolítico.
Con el objetivo puesto en desafiar el liderazgo de Estados Unidos y realinear la geopolítica mundial, los resultados perseguidos incluyen el monitoreo de los opositores al régimen, el debilitamiento de la presencia de Taiwán, la guerra cibernética, la identificación de oportunidades comerciales y el espionaje corporativo. Estos dos últimos son particularmente importantes porque, en palabras de Neeb y Menéndez, “a menudo es difícil distinguir entre las empresas controladas por el Estado y las agencias gubernamentales de la RPC”.
Bajo la tutela del Estado
Cuando las empresas comerciales están bajo el amparo del Estado, como suele ser el caso de China, utilizan naturalmente los recursos de los demás para el beneficio mutuo. Por un lado, el régimen chino utiliza los emprendimientos como vehículos de propaganda; por otro, estos emprendimientos obtienen una ventaja de inteligencia del Estado sobre sus competidores.
En 2012, por ejemplo, el periodista canadiense Mark Bourrie informó que la Agencia de Noticias Xinhua (el portavoz del Partido Comunista Chino) lo utilizó para supervisar a los opositores al régimen en Canadá. Otra arma usada en las Américas apuntaba a Perú en 2012, cuando un malware de origen chino robó decenas de miles de planos industriales.
El canal interoceánico propuesto en Nicaragua, para competir con el Canal de Panamá, llevaría el poder de China en la región hacia un nuevo nivel. A pesar de que el proyecto de 50.000 millones de dólares está ahora estancado en peleas legales por cuestiones ambientales y de propiedad, si se llegara a realizar sería justo en el patio trasero de los Estados Unidos.
Entregado a los sandinistas comunistas por el entonces presidente estadounidense Jimmy Carter en la década de 1970, Nicaragua todavía tiene al mismo guerrillero al mando del país, Daniel Ortega. Ha entregado un contrato sin licitación al desarrollador chino HKND, junto con 50 años de ejercer autoridad sobre el mantenimiento y la administración, con la opción de poder renovarlo. Observadores astutos señalaron la posibilidad de disponer de una zona extraterritorial gobernada por China en América Central.
Estos acontecimientos deberían ser una advertencia no sólo para los Estados Unidos, sino también para las naciones que aspiran a mantener una relación estrecha con el régimen chino. Aunque el cebo inicial pueda ser tentador y los chinos inicialmente pueden no estar buscando ganancias financieras explícitas, el costo de los intereses en términos de autonomía, privacidad e independencia será muy alto. Pueden estar seguros de que los comunistas de Beijing están decididos a sacar provecho de su inversión, aunque sea en moneda geopolítica, y no promoverán la democracia liberal y el libre mercado.
Fergus Hodgson, con sede en Ciudad de Guatemala, es editor ejecutivo de Antigua Report. Síguelo en Twitter @FergHodgson
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