El codicioso Harvard muestra que la educación superior debe cambiar después de la pandemia

Por Roger Simon
24 de abril de 2020 5:35 PM Actualizado: 24 de abril de 2020 5:35 PM

Comentario

Una metáfora nacional de un sistema moribundo.

Harvard, nuestra universidad más rica y antigua, con un patrimonio de 40,900 millones de dólares—ligeramente mayor que el producto bruto Interno de Túnez— todavía tenía previsto recibir 8.6 millones de dólares a través del nuevo programa de estímulo del coronavirus.

Cuando el presidente Trump la criticó, la universidad al principio se mantuvo firme, insistiendo en que planeaba «dirigir el 100% del fondo para asistencia financiera para los estudiantes, y no utilizar ningún fondo para cubrir los costos institucionales».

Muchos señalaron lo obvio: Harvard, con su montaña de efectivo, hace mucho tiempo podría haber permitido que su educación fuera gratuita para todos a perpetuidad, si así lo hubiera deseado. En una acción que vinculaba a Ebenezer Scrooge, la universidad ya había despedido a sus trabajadores del comedor.

Atrapada y paralizada, Harvard se opuso, al igual que otras instituciones ricas como Stanford (con donaciones por 27,700 millones de dólares) que habían recibido más dinero del gobierno, debido al virus, como si no hubieran recibido toneladas de él antes. Otras universidades fuertemente subvencionadas no han declarado su negativa todavía, quizás esperando esconderse bajo el radar.

Mientras tanto, a los estudiantes que están en casa, se les enseña, en la medida de lo posible, de forma online.

Esto les brinda a los padres y a otros miembros de la familia una oportunidad única de ver exactamente lo que se les está enseñando con la matrícula, alojamiento y comida, que en muchos casos excede los 70,000 dólares por año.

Esta habilidad asustó a los profesores que expresaron sus preocupaciones en los foros de internet. Esos temores estaban justificados porque, con bastante frecuencia y de diversas formas, a sus alumnos se les enseñaba socialismo. Estaban siendo adoctrinados.

(En una encuesta reciente, los demócratas superaron en número a los republicanos en el profesorado por 10 a 1. Los demócratas no son socialistas de facto, pero en la atmósfera circunscrita y esencialmente socialista del campus universitario, muchos tienen más probabilidades de serlo).

A pesar de que los estudiantes de Estados Unidos estan en sus hogares, sin mencionar que muchos de los ciudadanos murieron, debido a las acciones de un estado que sigue su propia versión del socialismo científico.

Ese mismo estado, la China comunista, se ha infiltrado en nuestros colegios y universidades en un grado extraordinario, a menudo con espías disfrazados de estudiantes, algunos de los cuales son miembros de su clase dominante adinerada, enriqueciendo las arcas de nuestras universidades, mientras socavan secretamente el sistema. (La hija del líder chino Xi Jinping asistió a la misma Harvard con un nombre falso).

¿Y se pregunta por qué nuestros profesores y administraciones universitarias dan la bienvenida a los estudiantes chinos mientras parecen ignorar a los millones que están en los campos de reeducación, los disidentes desaparecidos o en las cárceles, la sustracción forzada de órganos y demás?

Ahora, de repente, nos hemos despertado (más o menos) y estamos preocupados por el dominio chino de nuestra cadena de suministros, su capacidad de restringir nuestro acceso a los antibióticos, etc. Pero, en igual grado, deberíamos preocuparnos porque dominen nuestra cadena de suministro intelectual.

Estados Unidos, en esencia, vendió su sistema de educación superior. Si no es China, es Arabia Saudita.

Simultáneamente y no por casualidad, la mayoría de nuestros campus se han visto literalmente infestados por los llamados Guerreros de la Justicia Social (SJW, por sus siglas en inglés), cuyo interés no está en la educación, sino en corregir los errores percibidos que no tienen fin, como si todos fueran sexistas, racistas o pudientes desde su nacimiento.

El profesorado y, más aún, los administradores con frecuencia reaccionan a estos SJW de una manera que está más allá de la timidez, esencialmente, convirtiéndose en sus facilitadores y ayudando a destruir las venerables instituciones para las que trabajan.

El nivel de absurdo ha llegado al extremo que, en algunas instituciones, ya no se requiere que un estudiante de inglés estudie a Shakespeare porque el pobre poeta nació con la cara blanca.

Una vez inmunes, incluso las asignaturas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), ahora están infectadas por esta enfermedad antiintelectual y políticamente correcta.

Todo esto puede subsumirse bajo lo que se ha convertido en una desconexión masiva entre nuestro sistema de educación superior y lo que originalmente se pretendía lograr: preparar a los estudiantes para el mundo laboral y ser ciudadanos informados de una república democrática.

Uno de los pocos resultados positivos de la pandemia es que puede estar ayudando a cambiar esta situación, y rápidamente.

La educación superior se coloca, sin darse cuenta, bajo el microscopio del análisis de costo-beneficio. Probablemente nunca será lo mismo.

Roger L. Simon, columnista político principal de La Gran Época, se graduó de Dartmouth y Yale. Ya no realiza donaciones a ninguna de ellas.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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