El futuro del pueblo chino, y de toda la humanidad, yace en resistir y desintegrar el espectro del comunismo.
Hace setenta años, el Partido Comunista Chino (PCCh) tomó el poder en China continental, poniendo bajo su control a cientos de millones de personas. El 1 de octubre de 1949, declaró el establecimiento de una «República Popular», iniciando un período de tiranía brutal para el país más poblado del mundo, y una calamidad de escala sin precedentes para su civilización de 5000 años.
Hoy en día, China se encuentra atrapada entre dos extremos. Uno está en Beijing, donde la dictadura del PCCh ha organizado un inmenso desfile militar para blandear su poder y dominio. Esta vacua demostración de fuerza esconde una desesperada sensación de inseguridad: se han impuesto estrictas medidas de seguridad en toda la ciudad y más allá, en la forma de un bloqueo de «tiempos de guerra» que irradia desde la capital hacia las provincias circundantes.
El otro está en Hong Kong, el centro financiero que ha visto la erosión constante de su autonomía y libertades únicas en los 22 años desde que fue entregado al régimen chino. Sin embargo, haciendo frente a esta invasión hay millones de hongkoneses que valoran su libertad y su forma de vida.
Después de meses de protestas que comenzaron con manifestaciones contra un proyecto de ley de extradición que permitiría al régimen chino trasladar a personas de Hong Kong para ser juzgadas en los tribunales controlados por el Partido Comunista, el mensaje del pueblo de Hong Kong es claro: resistir al autoritarismo y rechazar al PCCh.
Las acciones de los hongkoneses no solo los representan a ellos. Su coraje y solidaridad se ha convertido en una voz para todo el sufrimiento chino bajo el mal gobierno del Partido Comunista. En el «Día Nacional», o literalmente el «día de la celebración nacional», ellos encarnan la verdad de que este día no es momento de regocijo, sino un recordatorio de una tragedia nacional que lleva 70 años.
El comunismo es el enemigo de China y del mundo
Todos los 1 de octubre, para el PCCh es un ritual celebrar el día en que, en 1949, subió al poder e impuso su dictadura sobre China continental. Para el pueblo chino, las últimas siete décadas han sido una pesadilla de libertades robadas, dignidad pisoteada y continua brutalización del espíritu humano.
Desde que usurpó el poder en China, el PCCh se ha opuesto no solo al pueblo chino, sino también a los valores compartidos de toda la raza humana.
Hace unos días, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dirigiéndose a la Asamblea General de la ONU, advirtió sobre el «espectro del socialismo»:
«El socialismo y el comunismo no tienen que ver con la justicia. No se trata de la igualdad, no se trata de elevar a los pobres, y ciertamente no se trata del bien de las naciones. El socialismo y el comunismo son solo una cosa: poder para la clase dominante».
Las palabras de Trump son un severo recordatorio para cualquiera que albergue nociones románticas sobre el movimiento socialista. El PCCh ve al socialismo como la etapa primaria del comunismo, y busca nada menos que la dominación mundial bajo su bandera.
Para ver estos planes en acción, no hay que mirar más allá de las enormes sumas que el régimen chino gasta en operaciones de influencia global: desde los Institutos Confucio que difunden propaganda comunista, hasta el «Plan de los Mil Talentos» que apunta a la propiedad intelectual del mundo libre; desde las depredadoras inversiones en infraestructura de la iniciativa Franja y Ruta, hasta la visión de un «futuro compartido para la humanidad» dominado por el PCCh.
En el corazón de la guerra comercial entre Estados Unidos y China no hay ni un conflicto entre naciones ni un choque de civilizaciones. La disputa no es una cuestión de desacuerdo entre Oriente y Occidente, sino una cuestión de libertad contra tiranía, el bien contra el mal.
La lucha contra el comunismo es la lucha colectiva de la humanidad contra el diablo, y supera las fronteras de la etnia y la raza. Desde que el espectro del comunismo se manifestó en Europa hace dos siglos, la lucha se ha librado en todos los campos, desde la política hasta la economía y la cultura.
Comenzando por Estados Unidos, los gobiernos del mundo libre han comenzado a reexaminar sus políticas de apaciguamiento hacia el PCCh después de la Guerra Fría. Tentados por el beneficio económico, los defensores de estas políticas sacrificaron los intereses nacionales de Estados democráticos para alimentar el poder de expansión de la superpotencia comunista.
Entre los chinos, libros como «Nueve comentarios sobre el Partido Comunista» y «El objetivo final del comunismo» han despertado a millones de personas a la verdad fundamental sobre el comunismo: no es una ideología ni un movimiento social, sino un espectro empeñado en destruir a la humanidad.
Para todo el mundo, la esperanza está en rechazar al PCCh
Según la cosmología china tradicional, el número nueve está asociado con la calamidad. Esta sabiduría ha demostrado ser especialmente cierta durante los 70 años de régimen del PCCh.
El año 1949 llevó al PCCh al poder, sometiendo al pueblo chino a múltiples oleadas de brutales campañas políticas. En el campo, el PCCh envió a sus cuadros a matar a los terratenientes y a los que consideraba campesinos ricos. En las ciudades, el blanco fueron los que dirigían empresas o tenían una educación liberal occidental. La tortura y ejecución de millones de personas representó no solo la liquidación de una clase económica, sino también la destrucción de las élites culturales de China.
En 1959, las políticas de colectivización del PCCh culminaron en la Gran Hambruna de China. Decenas de millones de personas murieron de hambre en agonía, mientras el PCCh seguía reportando a sus aliados cosechas abundantes y exportaciones de cereales.
En 1969, en el apogeo de la Revolución Cultural, las relaciones entre el PCCh y la Unión Soviética cayeron hasta el punto de que se estaban librando escaramuzas militares en el río Heilongjiang. Estos incidentes casi desencadenaron una tercera guerra mundial.
En 1979, el régimen chino invadió Vietnam, su vecino comunista, en represalia por el hecho de que Vietnam derrocara al régimen genocida de los jemeres rojos en Camboya, que se encontraba en el campamento del PCCh. La guerra terminó en una desgracia para el Ejército Popular de Liberación de China (EPL).
En 1989, los partidarios de la línea dura del PCCh derrocaron al entonces secretario general Zhao Ziyang y ordenaron al EPL disparar contra los manifestantes prodemocracia en la plaza de Tiananmen, asesinando a miles de jóvenes patriotas chinos en el centro de Beijing.
En 1999, el entonces jefe del Partido, Jiang Zemin, un oportunista que llegó al poder tras la masacre de la plaza de Tiananmen, inició la persecución a Falun Dafa, una disciplina espiritual pacífica con decenas de millones de seguidores en China. La persecución continúa hoy en día.
En 2009, tras años de políticas represivas del PCCh, estallaron violentos disturbios en la región noroccidental de Xinjiang, donde residen muchas minorías musulmanas uigures. Según testigos, miles de personas pueden haber muerto en las posteriores masacres dirigidas por las autoridades del PCCh.
Los actuales acontecimientos en Hong Kong demuestran que el año 2019 no es una excepción a este principio cósmico. Sin embargo, en lugar de seguir el mandato del Cielo y gobernar al pueblo con virtudes, el PCCh ateo desafía a la naturaleza y oculta sus fechorías, amontonando tragedia tras tragedia.
En ningún momento el conflicto fundamental entre el PCCh y los principios morales universales de la humanidad ha sido más claro que en los últimos 20 años, tras la persecución a Falun Dafa ordenada por Jiang y su facción política.
La facción Jiang declaró que los aproximadamente 70 a 100 millones de practicantes de Falun Dafa, cuyos principios rectores son Verdad, Benvolencia y Tolerancia, eran enemigos del PCCh y su marxismo ateo. Mientras el PCCh movilizaba todos los recursos estatales para su campaña de terror contra Falun Dafa, la facción de Jiang solidificó su control sobre el Partido y el Estado al recompensar y promover a los funcionarios que participaron en la persecución.
Abandonando todas las restricciones éticas, China se ha convertido en un país en caída libre moral. Tanto los funcionarios como los ciudadanos corrientes han sido impulsados a adorar solamente el beneficio y el estatus. Luego de estar empapados de la cultura del PCCh durante generaciones, muchos chinos han vendido su conciencia para participar en sus malvadas políticas.
En la persecución a Falun Dafa, los oficiales de policía y los jueces han ignorado la ley para arrestar y sentenciar a la gente solamente por su fe en Verdad, Benevolencia y Tolerancia. Poseídos por el dinero, los médicos han traicionado sus juramentos profesionales, asesinando a practicantes de Falun Dafa en la mesa de operaciones para extraerles sus órganos.
Durante décadas, el PCCh ha sido capaz de ocultar sus atrocidades al mundo, seduciendo a gobiernos y empresas extranjeras con beneficios económicos y propuestas diplomáticas.
Pero el mundo está despertando a la verdadera naturaleza del PCCh. En la situación única de Hong Kong, donde la libertad y el Estado de derecho han chocado con la dictadura de China continental, millones de hongkoneses han tomado su decisión: ponerse del lado de la libertad y resistir las tácticas de terror del PCCh.
Y en la China continental, muchos millones más ya han dado los primeros pasos para abandonar el PCCh y elegir el futuro.
Desde 2004, más de 340 millones de personas en China y la diáspora china en el extranjero han registrado sus nombres en el movimiento Tuidang (Renunciar al Partido), renunciando a los juramentos que hicieron de sacrificar sus vidas por el PCCh y sus dos organizaciones juveniles, los Jóvenes Pioneros y la Liga Juvenil Comunista.
Treinta años después de las protestas que arrasaron Alemania Oriental al final de la Guerra Fría y derribaron el Muro de Berlín, el movimiento de protesta de este año en Hong Kong se ha convertido en la chispa que enciende el fuego de la resistencia contra la brutal tiranía del PCCh.
El 1 de octubre, el día de los 70 años de la tragedia nacional de China, debe servir como un llamado para que el pueblo chino –y el mundo entero– recuerden su conciencia, sigan los principios morales universales enseñados desde tiempos antiguos y encuentren esperanza para el futuro.
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