Opinión
El llamado «Gran Reinicio» (conocido también como “Gran Reseteo”) fue un tema de considerable interés desde que apareció un video del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, diciendo en una reunión de las Naciones Unidas de septiembre, que la pandemia da una «oportunidad a un reseteo», proporcionando una oportunidad para «acelerar nuestros esfuerzos prepandémicos para reimaginar sistemas económicos que realmente aborden los desafíos mundiales como la pobreza extrema, la desigualdad y el cambio climático».
Leyendo lo que uno quiera en las palabras de Trudeau o en los méritos del propio Gran Reinicio, hay una preocupación legítima cuando se trata de implementar a nivel de gobierno sistemas globales de gestión económica y social.
No hay riesgo de ser acusado de albergar teorías de conspiración aquí, ya que el Foro Económico Mundial (FEM) tiene un plan de cinco puntos para mejorar el crecimiento económico sostenible tras la recesión mundial causada por los cierres de COVID-19.
Presentado en mayo por el Príncipe Carlos y el presidente ejecutivo del FEM, Klaus Schwab, el Gran Reinicio aboga por políticas socialistas globales como el impuesto sobre la riqueza y las iniciativas ecológicas de gran alcance destinadas a restringir los mercados libres en nombre del cambio climático.
«Todos los países, desde Estados Unidos hasta China, deben participar, y todas las industrias, desde el petróleo y el gas hasta la tecnología, deben ser transformadas», escribió Schwab en un artículo publicado en el sitio web del FEM.
Para aquellos que apoyan el libre mercado y la soberanía nacional, estas propuestas golpean sus nervios, por decir lo menos.
La declaración de Trudeau ante la ONU impulsó al diputado conservador Pierre Poilievre a crear una petición titulada «Stop The Great Reset» (Alto al Gran Reseteo), en la que insta a los canadienses a «luchar contra las elites mundiales que se aprovechan de los miedos y la desesperación de la gente para imponer su toma de poder».
Como suele ocurrir, el diablo está en los detalles y un enfoque abierto a cualquier plan propuesto por un conglomerado de líderes mundiales es necesario cuando la estructura económica del mundo está en juego
Iniciativas como el Gran Reinicio, aunque las intenciones detrás de ellas sean buenas, representan una tendencia humana hacia la arrogancia — en donde nuestra razón por sí sola es suficiente para reconfigurar el mundo.
Opio socialista
Reimaginar los intrincados sistemas económicos y sociales para que le vaya mejor al ciudadano promedio del mundo es un esfuerzo formidable. Desafortunadamente, el único modelo que otorga el poder de obligar a las naciones y a los ciudadanos a adherirse a tal ideal es el socialista-comunista. En esencia, el socialismo da prioridad al funcionamiento de la colectividad sobre la santidad del individuo y justifica el recorte de la libertad individual en beneficio del «bien mayor». Los sistemas socialistas de gobierno se basan en la capacidad de la humanidad para manipular el medio ambiente y la estructura social según una visión del mundo teóricamente pragmática pero incompleta, que solo está interesada en la supremacía del colectivo.
A pesar de la promesa y la lógica inicial del socialismo, éste fracasa catastróficamente. Todo sistema de gobierno que se alinea con el modelo socialista no solo no cumple su promesa utópica, sino que invariablemente hace lo contrario. En vista de ello, es importante considerar la violenta historia de los regímenes socialistas antes de aplicar a nivel mundial un «reinicio» basado en los mismos supuestos. En cualquier utopía mundial imaginada habrá poco apetito por la autonomía de una nación, y mucho menos por la del individuo.
La teoría de que un sistema social mundial podría organizarse de forma coherente en un mundo complejo no tiene en cuenta la dificultad inherente de la tarea, y no reconoce que debe permitirse a las naciones y culturas soberanas trazar su propio curso y honrar sus propias tradiciones y sistemas de creencias.
Canadá, por ejemplo, evolucionó a partir de la tradición anglosajona de la Carta Magna de libertades políticas y civiles. Estos son buenos valores fundamentales que vale la pena preservar. Ellos crearon una nación que fue considerada con razón como un faro de buena gobernanza.
El sistema marxista de gobierno y de pensamiento ha conservado un firme asidero en los círculos intelectuales, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo, dando forma al discurso de muchas organizaciones mundiales, como las Naciones Unidas, en las que impera la neutralidad de valores por encima de todo.
Si bien Marx afirmó que la religión es el opio del pueblo, fue Raymond Aron quien respondió que el marxismo es el opio de los intelectuales.
En su libro «El opio de los intelectuales», Aron describió cómo el marxismo sirve como una cuasi religión y el partido comunista como una iglesia sustituta. Para aquellos que abrazaban la teología marxista, la causa era todo lo que importaba y cualquier cantidad de violencia o engaño podía ser justificado para lograr la utopía socialista. Aron señala que los intelectuales occidentales conservan un afecto por el marxismo a pesar de su historial de régimen totalitario, violencia masiva, supresión de la libertad y pobreza abyecta.
En vista de ello, un gran reinicio de otro tipo puede ser más adecuado y propicio para nuestra época de tribalismo y luchas crecientes, y es un reinicio interno en el que aceptamos con la mayor humildad nuestra limitada capacidad de dirigir la dirección del mundo y recordamos que la ecuación humana por sí sola no puede resolver las crisis existenciales de nuestro tiempo.
Ryan Moffatt es un periodista residente en Vancouver.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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