El exempleado del consulado británico Simon Cheng no podía imaginar que su participación en las protestas prodemocracia de Hong Kong lo llevaría a una prisión en China y lo calificaría como «enemigo del estado».
En agosto del año pasado, el corto viaje de negocios del hongkonés a la ciudad fronteriza china de Shenzhen se convirtió en una pesadilla: durante 15 días, Cheng fue mantenido incomunicado, acusado por las autoridades chinas de ser un espía británico, y torturado para obtener información de inteligencia sobre los manifestantes en su ciudad natal.
Desde junio de 2019, los manifestantes habían tomado las calles de Hong Kong en masa en oposición a la creciente interferencia del régimen chino en los asuntos de la ciudad.
Cheng fue liberado solo después de hacer una aparición televisiva en una emisora estatal «confesando» su crimen de «solicitar prostitución», una violación de la ley china.
Cheng ha repudiado esta confesión, diciendo que fue obligado a admitir el cargo, que describió como motivado políticamente.
Desde entonces, renunció a su puesto en el consulado británico de Hong Kong y habló de su experiencia, insistiendo en que no será silenciado.
Sin embargo, esto ha tenido un costo. Cheng cortó los lazos con sus familiares en Hong Kong y en la China continental con la esperanza de que puedan «vivir en tranquilidad y paz, sin hostigamiento ni amenazas externas», escribió en un post de Facebook el 9 de enero.
«Una vez nos amamos y nos nutrimos mutuamente, ahora es mejor que lo olvidemos, ya que no tendremos más agonía y preocupación», añadió Cheng.
Una pesadilla
Durante el verano, el entonces joven de 28 años estuvo al frente de varias protestas en Hong Kong. A veces, intentaba negociar con la policía local que había rodeado a los manifestantes y les había bloqueado el camino.
Sin embargo, a principios de agosto, un encuentro con las autoridades del continente puso su vida patas arriba. Cuando regresaba de un viaje de negocios, fue arrestado en un puesto de control de China continental en la estación de West Kowloon de Hong Kong, a unos pasos del territorio de Hong Kong.
Los agentes de aduana del continente le confiscaron la mochila y el teléfono y lo pusieron bajo custodia. Más tarde esa noche, fue escoltado a un tren de alta velocidad a Shenzhen y entregado a los oficiales de policía chinos en el mismo tren.
Cheng trató de preguntar a los policías que lo escoltaban qué le harían. «¡No seas tan insolente, mocoso!» recordó que un corpulento oficial vestido de civil le señaló, dijo en una entrevista del 31 de diciembre con The Epoch Times en Londres.
Ante esto, Cheng inmediatamente levantó las manos.
Los oficiales lo llevaron a una estación de policía en el distrito de Futian, Shenzhen.
«Una vez que el auto entró en la comisaría, no tenías a dónde acudir para pedir ayuda, porque básicamente estabas a su merced, estabas en su dominio», dijo.
Esto marcó el comienzo de lo que Cheng recordaría como una «pesadilla» de 15 días.
No hay derechos humanos
El interrogatorio comenzó poco después de su llegada a la estación de policía.
A Cheng le hicieron sentarse dentro de una jaula de acero, con sus manos esposadas y su cuerpo encadenado a un taburete de hierro, mientras los agentes lo interrogaron durante siete u ocho horas.
Presionaron a Cheng para que hablara sobre su rol y el del gobierno británico en los «disturbios» de Hong Kong, y le pidieron que diera los nombres de los chinos del continente que se unieron a las protestas.
«Supongamos que lo que haces es legal en Hong Kong, pero ¿dónde estás ahora mismo? … Una vez que estás en China continental, estás sujeto a las normas judiciales del continente», le dijeron.
«Era una flagrante contradicción de la política de ‘un país, dos sistemas’, pero no podía replicar en esas circunstancias. Solo podía expresar mi sentimiento de remordimiento», dijo Cheng, refiriéndose al marco que rige la ciudad bajo el cual el régimen chino se comprometió a mantener la autonomía y las libertades de la ciudad.
Cheng fue transferido a dos centros de detención durante su terrible experiencia. En cada uno de estos centros, fue llevado a un lugar secreto para ser interrogado casi a diario.
Los guardias le ponían una capucha en la cabeza, le ponían grilletes y le vendaban los ojos antes de llevarlo al lugar del interrogatorio en una camioneta. También le ordenaron que llevara su uniforme de prisionero -que contenía su nombre y el lugar donde se encontraba al revés- para no revelar su identidad.
Las sesiones de interrogatorio duraban entre siete y ocho horas cada vez.
Durante algunas sesiones, le vendaron los ojos con las manos y los pies atados en la posición de águila abierta, una postura que tenía que mantener durante horas. En otras ocasiones, se le hacía ponerse en cuclillas mientras levantaba las manos en alto.
Si hacía un movimiento ligero o si su postura no era «perfecta», los agentes lo golpeaban y le pegaban en sus áreas vulnerables -tobillo y articulaciones de la rodilla- con lo que parecía ser un bastón afilado. Tenía que decir «maestro» cuando quería hablar, o recibir una bofetada en la cara.
Los agentes dijeron que era un «entrenamiento» para mantenerlo sano.
«Ellos son los que hacen la llamada, este es su escenario… no les importa si hablas o no, y solo te dejan hablar cuando les da la gana», dijo Cheng.
Un agente que hablaba perfectamente en cantonés le dijo a Cheng «no era mejor que los desechos humanos», mientras que uno que hablaba mandarín le dijo que «no había derechos humanos de los que hablar».
Mientras se acercaba a una crisis mental y sollozaba, soltaban a Cheng durante un tiempo y lo alimentaban, mientras lo seguían presionando para que otorgara información.
También lo etiquetaron como «enemigo del estado».
La tortura se detuvo en la segunda semana mientras la policía esperaba las directivas de los altos mandos, dijo. Los oficiales aplicaron drogas y ungüentos a sus heridas en un esfuerzo por borrar los rastros de abuso. Durante un tiempo, Cheng no podía mover las piernas debido a la prolongada tortura. Desde entonces se ha recuperado.
Reclusos de Hong Kong
Durante la segunda semana de interrogatorio en el Centro de Detención de Luohu, Cheng pasó al lado de un grupo de unos 10 jóvenes prisioneros que estaban detenidos en celdas de vidrio. Vestidos con uniformes anaranjados, todos se miraban las esposas, con un aspecto abatido. Sospechaba que eran manifestantes de Hong Kong.
Luego Cheng oyó la voz cantonesa del guardia mientras caminaba por el pasillo: «Levanten las manos más alto, ¿no levantaban banderas muy arriba durante las protestas?».
También pasó por delante de una joven de unos 15 o 16 años. Un oficial dijo que fue arrestada por protestar en Hong Kong, y le preguntó si se conocían. Sacudió la cabeza. «Entonces eso es lo mejor», dijo el oficial.
Los agentes también le entregaron fotos de unos 1000 manifestantes, algunas de las cuales parecían imágenes sacadas de las redes sociales, y le pidieron que proporcionara información sobre aquellos que reconocía. Debía doblar una esquina de la foto si reconocía la cara y estampar su huella digital. No tuvo más remedio que cumplir y dar información sobre los manifestantes que reconocía.
Nuevo comienzo
A finales de agosto, Cheng fue liberado en Hong Kong. Poco después, reservó un vuelo a Taiwán donde permaneció durante tres meses y compartió su experiencia con los medios de comunicación locales.
Tres días después de hacerlo público, encontró a un hombre siguiéndolo en la calle. El hombre no reaccionó cuando Cheng le tomó una foto. Aproximadamente una hora después, vio a la misma persona revisando su teléfono cerca de él, pero con un traje diferente. Después de denunciar el incidente a la policía taiwanesa, los agentes le dijeron que el hombre no era de ahí.
Alarmado por lo sucedido, Cheng pronto partió hacia Inglaterra, donde permanece con una visa de negocios.
Su experiencia en las prisiones chinas, dijo Cheng, le permitió dar un vistazo a la difícil situación de los grupos religiosos perseguidos en China, como los practicantes de la práctica espiritual Falun Dafa, que se negaron a ceder ante el «motor de persecución del estado» o a renunciar a sus creencias.
Anteriormente en Hong Kong, Cheng había pasado por puestos ambulantes manejados por practicantes locales de Falun Dafa donde exhibían imágenes de tortura en China, y se preguntaba si no estaban siendo un poco «dramáticos». Pero desde entonces ha empezado a ver las cosas de manera diferente.
«Yo aparentaba ser cooperativo, pero aún así recibí puñetazos y patadas, y pasé por la tortura. Es aún más difícil imaginar lo que podrían enfrentar», dijo.
Por temor a que el régimen chino tome represalias dañando o hostigando a sus familiares, Cheng ha cortado la comunicación con sus parientes en el continente y en Hong Kong.
Dijo que exponer estos abusos contra los derechos humanos perpetrados por el régimen chino es una obligación moral y lo que garantiza su propia seguridad. «No quiero ser silenciado por las amenazas y chantajes del PCCh [Partido Comunista Chino]… de lo contrario me arrepentiré de por vida».
«Ha sido una elección difícil (…) un precio que he pagado.»
Siga a Eva en Twitter: @EvaSailEast
Video relacionado
¿Terminará Hong Kong como la Plaza Tiananmen?
Cómo puede usted ayudarnos a seguir informando
¿Por qué necesitamos su ayuda para financiar nuestra cobertura informativa en Estados Unidos y en todo el mundo? Porque somos una organización de noticias independiente, libre de la influencia de cualquier gobierno, corporación o partido político. Desde el día que empezamos, hemos enfrentado presiones para silenciarnos, sobre todo del Partido Comunista Chino. Pero no nos doblegaremos. Dependemos de su generosa contribución para seguir ejerciendo un periodismo tradicional. Juntos, podemos seguir difundiendo la verdad.