La exposición con armas químicas en la guerra destruyó su salud, pero una cura llegó inesperadamente

Por The Epoch Times
09 de mayo de 2019 10:35 PM Actualizado: 29 de junio de 2019 8:39 PM

Fui soldado en la guerra de Vietnam. Aunque yo sobreviví muchos de mis compañeros fallecieron, la guerra me dejó cicatrices y heridas con consecuencias de largo alcance que me afectarían mucho más tarde en la vida. Esta es la historia de cómo logré recuperar mi salud y la felicidad después de una dura vida llena de desgracia y una debilitante enfermedad debido a los estragos de la guerra.

La guerra herbicida y el agente naranja

En 1973, a la edad de 18 años, me uní a la infantería y luché por mi país. Durante los siguientes tres años luché en numerosas campañas. En cierta ocasión me disparó un soldado enemigo. También estaba la constante amenaza de la malaria y los mosquitos venenosos.

Durante varios años, casi 20 millones de galones de diversos productos químicos y herbicidas fueron rociados en todo Vietnam como parte de un programa de guerra herbicida. Entre ellos, el más mortífero fue el agente naranja. Conocido por su dañino impacto ambiental, el agente naranja -un compuesto de dioxina química altamente tóxica- también causó importantes problemas de salud a quienes estuvieron expuestos a él. Dejó a muchos soldados y civiles devastados por las enfermedades y la mala salud.

Aviones rociando Agente Naranja en Vietnam. (Crédito: Wikipedia/Dominio Público)

Fue mi desgracia compartir el mismo destino que ellos.

Durante una campaña en Truong Son Occidental, mi pelotón marchó a través de un bosque químicamente dañado donde las sofocantes condiciones climáticas nos obligaron a beber agua contaminada con el agente naranja.

Esta exposición tendría un impacto severo en mi vida más tarde, cuando pasé de ser un soldado a ser un civil. En lugar de dejar atrás el campo de batalla, el daño químico que sufrí me siguió durante años mientras las enfermedades me atormentaban una tras otra, dejándome sin esperanza y con dolor crónico.

Una difícil vida civil

Después de cinco años de intensos combates, regresé a mi ciudad natal como soldado condecorado.

Yo solo tenía 23 años en ese momento, pero me sentía mucho mayor. La guerra había afectado enormemente a mi país y a su gente; no fui el único en sentir los efectos de los brutales combates. Sabía que tenía suerte de no haber muerto o de no haber sido perforado por metralla.

Había sacrificado tanto y estaba ansioso por volver a ser civil para poder tener una familia y vivir una vida normal.

Decidí volver a la escuela y aprender a fabricar maquinaria. Yo era un estudiante prometedor y fui nominado para el puesto de presidente de la clase, donde me gané la oportunidad de tomar el examen de electricidad. Estaba decidido a ganarme la vida, pero fue en ese momento cuando mis problemas de salud comenzaron a surgir, modificando mi esperanza de tener una vida normal.

A medida que nuestro país se reconstruía, los suministros de alimentos eran muy escasos y las raciones también eran muy escasas. Durante mucho tiempo mis compañeros y yo tuvimos que subsistir con semillas de bobo, una pobre fuente de nutrición. Como resultado de no tener nunca suficiente comida, mi ya frágil cuerpo desarrolló colitis, síndrome del intestino irritable, estreñimiento crónico y hemorroides. No podía sentarme y tenía que comer y estudiar de pie.

Luego me diagnosticaron un hidradenoma, una afección cutánea relacionada con la exposición al agente naranja que me hacía sentir muy incómodo.

En un giro inesperado, mi tesis de graduación fue rechazada, a pesar de que era un excelente estudiante. Más tarde me enteré de que fui víctima de maniobras políticas de dos de mis maestros. Por eso no pude graduarme.

El autor se reincorporó al mundo laboral tras su jubilación. (Crédito: La Gran Época)

Deprimido y decepcionado, dejé la escuela y conseguí un trabajo. En 1984 me casé y a través de un raro golpe de buena fortuna mis hijos se salvaron de padecer cualquier síntoma de las complicaciones del agente naranja, algo que muchos de los hijos de mis compañeros soldados experimentaron. Seguí desempeñando un trabajo de baja categoría y después de 20 años me jubilé, pero mis escasos ahorros nos dejaron a mí y a mi familia con apenas ingresos suficientes para sobrevivir.

Un año después de mi jubilación, la política del gobierno cambió, dando a los jubilados un ingreso mensual. Sin embargo, debido a la mala suerte que me seguía acosando, no recibí ninguno de esos beneficios. Sin otra opción, me uní de nuevo a la fuerza laboral, esta vez como ingeniero mecánico.

Como una forma de incrementar mis ingresos decidí producir y procesar té negro para su exportación. Después de invertir fuertemente en un mercado que tenía una alta probabilidad de éxito, mi sueño fue frustrado. La guerra estalló en el Medio Oriente, haciendo imposible la venta de té al mercado de ultramar. Mi negocio se vino abajo.


El autor intentó producir té negro para su exportación, pero el negocio fracasó. (Crédito: La Gran Época)


Un giro hacia lo peor

Hasta este punto, a pesar de los efectos sobre mi salud debido a la exposición al agente naranja logré desenvolverme en la sociedad y llevar una vida relativamente normal. Pero ahora, las cosas empeoraron y los efectos latentes de la exposición comenzaron a manifestarse.

Desarrollé poliartritis y neurodinia (dolor en los nervios). Mis articulaciones me dolían y estaban tan hinchadas que tuve que dejar mi trabajo. Ni siquiera podía levantar las manos o girar la cabeza y me costaba mucho levantarme de la cama. Mi cuerpo se sentía como si se estuviera desmoronando y no sabía qué otros síntomas aparecerían a medida que el agente naranja pasaba factura.

Mis médicos me recetaron medicamentos para el dolor, pero los medicamentos causaron graves problemas estomacales debido a mi colitis. Otros medicamentos me daban náuseas. En ese momento desarrollé una infección respiratoria crónica que me mantenía tosiendo todas las noches. Además de eso, mi visión se volvió borrosa por conjuntivitis crónica y también desarrollé dermatitis.

A partir de ese momento, las cosas solo empeoraron.

En el trabajo, tuve un percance cuando un gran tubo de hierro cayó sobre mi cabeza, resultando en un ataque convulsivo. A partir de entonces tuve convulsiones regulares en las que tenía espasmos y espuma en la boca. También contraje Hepatitis B por lo cual tuve que tomar medicamentos extremadamente caros. Los probé durante un tiempo, pero cuando no pude ver ninguna mejoría, dejé de tomarlos.

Imagen Ilustrativa. (Crédito: Pixabay/christels)

Para entonces ya había desarrollado un pequeño tumor en mi hígado. También sufrí de psoriasis severa y mi piel se desgarró en lesiones que cubrían todo mi cuerpo. Me picaba y me dolía y no había cura. El único tratamiento era quemar las llagas con un láser.

En la desesperación recurrí a la medicina china y aunque experimenté algún alivio de mis síntomas, estaba de todo menos saludable. La olla medicinal china se tenía que hervir diariamente y las sesiones eran largas y laboriosas.

Pasé de ser optimista a estar desesperado e indefenso cuando cada nuevo tratamiento fallaba. Parecía que no había ningún médico o medicina que pudiera curarme. Mis enfermedades eran demasiadas y mi salud parecía estar gravemente dañada. Perdí toda esperanza de estar bien o de sentirme bien. Después de tantos años de lucha y dolor sin alivio a la vista, sentí que mi vida no valía la pena.

Un milagro aparece

 Debido a que tenía mucho tiempo libre, todos los días iba a un parque cercano donde veía a un anciano practicando ejercicios de qigong. Copié sus movimientos con la esperanza de que, por casualidad mágica, estos ejercicios mejoraran mi salud.

No tuvieron ningún efecto hasta que un día vi al anciano practicando algo muy diferente. Estaba sentado en silencio en el suelo, con la parte inferior de sus piernas cruzadas una encima de la otra. Cuando le pregunté al respecto me dijo que este ejercicio era el más poderoso. Dijo que era parte de una práctica especial llamada Falun Dafa, una antigua disciplina espiritual china, y que me beneficiaría aprenderla y practicarla.

Había algo único en este anciano y en la energía del grupo de gente que lo acompañaba en el parque, así que decidí probarlo. No tenía nada que perder. Me enseñaron los cinco ejercicios -cuatro de pie y una meditación sentada- y comencé a practicarlos.

Hice los ejercicios de Falun Dafa todos los días a partir de entonces, a pesar de que algunos de ellos eran dolorosos y difíciles de realizar debido a mi artritis y problemas en las articulaciones.

El autor meditando con otros practicantes de Falun Dafa. (Crédito: La Gran Época)

Además de los ejercicios, la práctica enfatiza la cultivación del propio carácter y la asimilación a los principios universales de Verdad, Compasión y Tolerancia, una filosofía expuesta en Zhuan Falun, el libro principal de Falun Dafa. Estudié el libro y puse en práctica los principios en mis pensamientos y acciones. Comencé a abandonar mis muchos apegos negativos y me esforcé por ser una buena persona, cultivando mi mente de acuerdo a las enseñanzas.

Aunque inicialmente los ejercicios eran difíciles de hacer, perseveré y en seis meses muchas de mis enfermedades comenzaron a desaparecer. Al principio no podía creerlo porque pensé que nunca encontraría alivio. Pensé que era mi destino estar enfermo por el resto de mi vida.

Lágrimas de gratitud caen de mis ojos cuando pienso en ello ahora. Mi epilepsia, colitis, infecciones respiratorias y artritis han desaparecido. Ahora puedo comer y beber lo que quiera. El tumor en mi hígado se ha reducido al punto que los doctores apenas pueden encontrarlo.

El mayor milagro ocurrió cuando mi psoriasis e infecciones de la piel desaparecieron casi por completo. Ahora puedo andar sin camiseta, algo que nunca me hubiera imaginado.

El autor ahora puede andar sin camisa, algo que antes era imposible. (Crédito: La Gran Época)

Recuerdo que cuando estaba limpiando la casa para Año Nuevo me encontré con mi viejo botiquín, lleno de medicamentos y hierbas. Todos estaban cubiertos de una capa de polvo. Fue un momento increíble para mí poder tirar todos esos medicamentos, sabiendo que nunca más los necesitaría.

Agradecido por una segunda oportunidad en la vida

No he tenido una vida fácil pero ahora he encontrado tranquilidad, un tesoro de un valor inestimable. Reparo electrodomésticos para ganar dinero extra y trabajo con soldados lesionados. Mi dieta es sencilla pero mi cuerpo está fuerte.

Ahora que está sano, el autor regularmente toca el órgano en la Asociación Artística de Veteranos. (Crédito: La Gran Época)

Incluso he estado desempeñándome como organista en la Asociación Artística de Veteranos, algo que mi mala salud me prohibía hacer anteriormente. Cuando toco algunas de las canciones escritas por los practicantes de Falun Dafa mis ojos se llenan de gratitud. La práctica me ha sacado de una vida de enfermedades, sufrimiento y miseria y me ha dado una segunda oportunidad. No mucha gente tiene tal oportunidad y todavía no puedo creer los muchos milagros que experimenté por esta poderosa práctica.

Mi sincero deseo es ayudar a aquellos que están sufriendo, contándoles sobre los profundos y maravillosos beneficios de Falun Dafa.

Nguyen Van Bai reside en la ciudad de Yen Bai, Vietnam.

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Nota del editor:

Falun Dafa es una práctica de autocultivación de mente y cuerpo que enseña los principios universales de Verdad, Compasión y Tolerancia como una forma de mejorar la salud, el carácter moral y alcanzar la sabiduría espiritual.

Para más información sobre la práctica, visite www.falundafa.org. Todos los libros, música de ejercicios, materiales e instrucciones están disponibles gratuitamente.

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