Una mujer que vive en la isla habitada más remota del mundo con su marido y sus hijos comparte su singular vida como una familia entre 138 habitantes descendientes de solo siete familias, con una única tienda, una escuela y un bar.
Kelly Green, de 32 años, vive en Tristán da Cunha, una de las remotas islas volcánicas del Atlántico Sur, a 1500 millas de la costa de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Tras mudarse a la isla en 2013 desde Eastbourne, en el sur de Inglaterra, se casó con Shane Green, carpintero y nativo de la isla, y la pareja la convirtió en su hogar permanente.
Kelly y Shane tienen dos hijos en común: Savannah, de 8 años, y Seren, de 18 meses.
«Es un lugar estupendo para formar una familia. Me encanta Inglaterra, pero no me imagino viviendo allí otra vez», dijo Kelly a SWNS. «Aquí solo hay 138 personas, así que todos nos conocemos. Solo hay un policía en la isla, y nunca he tenido que llamarlo».
Kelly visitó Tristán da Cunha por primera vez en 2010, cuando su padre, diplomático, estaba destinado allí. No es fácil acceder a la isla; la única opción para los visitantes es tomar un barco desde Ciudad del Cabo y pasar entre siete y 15 días en el mar, dependiendo del tiempo.
El futuro marido de Kelly fue la persona que le ayudó a llevar sus maletas desde la balsa hasta la orilla, y Kelly quedó flechada.
La pareja disfruta de la vida en la isla por muchas razones. La vida es tranquila y centrada en la comunidad, con «todo el mundo viviendo de la tierra y aportando su granito de arena». Kelly dirige la oficina de turismo de la isla, cría gallinas y cocina para su familia por las noches con productos básicos de la isla, como cordero, langosta, pescado, patatas y frutas y verduras frescas.
«Echo mucho de menos salir a comer fuera; no hay restaurantes ni comida para llevar y solo una tienda muy pequeña», dice Kelly, que ha aprendido a hacer sushi en casa para dar un toque especial a las cenas familiares.
La comunidad se sustenta en los roles tradicionales. Los hombres pescan y cazan en las montañas, mientras las mujeres se ocupan de las tareas domésticas, turnándose para dar de comer a sus padres, maridos e hijos. Uno de los trabajos ocasionales de Kelly es ayudar a preparar el pescado en la pescadería de la isla.
La principal fuente de ingresos de Tristán da Cunha procede de la exportación de langosta, sellos y monedas. «A veces nos quedamos hasta medianoche envolviendo productos para enviarlos a todo el mundo», explica Kelly.
La isla tiene su propia escuela, con una excepcional proporción profesor-alumno. La hija de Kelly y Shane, Savannah, es una de las cinco alumnas de su curso; un curso tiene un solo alumno, y la escuela en su totalidad tiene 19.
Una vez superado el equivalente al décimo curso, los alumnos deben dirigirse a Ciudad del Cabo para continuar sus estudios. «Somos una población que envejece, así que queremos mantener a nuestros jóvenes, pero puede ser muy aburrido para ellos», explicó Kelly.
A pesar de la escasa población de la isla, sus 138 habitantes saben divertirse. Cada vez que alguien cumple años, su familia organiza una fiesta en casa. La isla también tiene sus propias fiestas anuales, como el Día de las Ratas, una jornada dedicada a soltar a los perros para que atrapen y maten a las ratas que puedan haber llegado en los barcos visitantes.
El 31 de diciembre en Tristán da Cunha, conocido como la Noche de Año Viejo, es una oportunidad para que los hombres se vistan con máscaras espeluznantes y persigan a otros isleños en sus tractores para vivir la emoción. «Es petrificante», dice Kelly. «Golpearán tu ventana e intentarán rociarte con una manguera de jardín».
La isla también tiene un bar, The Albatross, aunque Kelly insiste en que solo cinco clientes hacen «una noche ajetreada».
Hay algunos problemas cuando se vive de forma tan sencilla. Las casas de la isla son de madera, y los isleños utilizan bombonas de gas para calentarlas. Por desgracia, la mejor amiga de Kelly perdió su casa en un incendio en 2022.
«Se quemó todo, fue horrible. Pero por suerte salieron con sus perros, y nos las arreglaremos todos juntos para ayudar a reconstruir la casa», dice Kelly, que explica que los isleños utilizan un gong de metal para alertar a la comunidad en caso de emergencia.
Kelly y su familia también han tenido que acostumbrarse a los recursos limitados y a planificar con antelación. Una cosa sin la que Kelly «no puede vivir» es su marca favorita de mayonesa inglesa, Hellman’s, pero su antojo de condimento tiene un precio; los barcos de carga llegan a la isla solo nueve veces al año, y una pequeña caja procedente del Reino Unido puede costar unas 600 libras en gastos de envío (unos 740 dólares).
Debido a su aislamiento, una crisis mundial que nunca llegó a Tristán da Cunha fue el COVID-19, pero sí afectó al turismo. De cara a 2023, los isleños esperan que cruceros y visitantes curiosos vuelvan a sus costas.
Con información de SWNS.
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