El primer día de la expedición, Mikhail Korostelev se lanzó directamente al mar. Incluso después de varios vuelos, no se molestó en reservar hotel antes de zarpar para avistar —y ser avistado por— ballenas en el reino insular polinesio de Tonga, en el Pacífico Sur.
Korostelev, antiguo director de informática en Moscú, abandonó esa vocación en 2016 para dedicarse a la fotografía submarina, y las ballenas eran uno de sus temas favoritos. Por experiencia, sabe que estos grandes vertebrados de las salmueras suelen sentir tanta curiosidad por nosotros como nosotros por ellas. El submarinista dirige Whale Watching Expeditions y capta la tranquila belleza de las ballenas a través de su objetivo submarino.
Normalmente encuentra crías nadando en estas aguas menos profundas, pero dos machos adultos les sorprendieron este día en particular. «Dos jorobados machos se encontraron con gente en el agua [por primera vez] en su vida», contó Korostelev a The Epoch Times sobre la excursión. «Nos investigaron, nos observaron, nos tocaron e incluso nos detuvieron cuando alguien decidió volver al barco».
Los encuentros con las ballenas suelen ser breves, mientras que las citas como ésta son muy raras. «Cuando trabajas con ballenas, el noventa y nueve por ciento de los encuentros consisten en mirarlas pasar», explica Korostelev. «El uno por ciento [son] encuentros memorables, contactos con ballenas, cuando interactúan contigo, ‘hablan’ contigo, te investigan».
La curiosa pareja se acercó al barco y nadó con ellos durante varias horas, e incluso «se puso de pie en vertical» cuando llegó el momento de partir, como diciendo: «¿Adónde van? No queremos dejar de jugar», dijo Korostelev.
Además de este extraordinario viaje, Korostelev ha viajado a la Polinesia Francesa, Sudáfrica, México, varios lugares de su Rusia natal y otros extraordinarios parajes submarinos del planeta. Recuerda un caso en el que, atado a una pequeña embarcación frente a las islas Solovetsky, Rusia, en el Mar Blanco, cantó un himno bajo el agua para atraer a varias belugas «tímidas» que se habían mostrado distantes. Se acercaron a él y escucharon su canto.
Las ballenas son increíblemente inteligentes, afirma Korostelev. Recuerda el caso de un enorme cachalote frente a las islas Azores, Portugal, que interpretó como si le hiciera señas para que recogiera una bolsa de plástico flotante que había cerca; Korostelev tiene incluso pruebas de video de ello. «Pueden hablar contigo», afirma. A este encuentro le siguió un cara a cara en el que literalmente se vieron cara a cara. «Ese caso fue increíble», afirma. «Después de eso, puedes estar seguro de que las ballenas son otra alta civilización en nuestro planeta».
Otro momento asombroso fue cuando fotografió a una madre cachalote dando de mamar a su cría en el océano, una toma que pocos fotógrafos submarinos han conseguido jamás. Korostelev se enorgullece de ser uno de los primeros en lograrlo; el deseo de ser el primero es una de las cosas que le mantienen buceando seis meses al año por todos los rincones del planeta.
Las fotografías de Korostelev le han valido galardones como el título de Fotógrafo Europeo de la Naturaleza del Año en Alemania en 2022 y el de Fotógrafo de la Naturaleza del Año en los Países Bajos en 2017. Dijo que su máxima ambición es ganar el título de Fotógrafo de Vida Silvestre del Año en el concurso de Londres.
Pero los resultados fotográficos extraordinarios no se consiguen a la carta. Hay que permanecer en un lugar el tiempo suficiente – «un mes como mínimo», dice- para poder «esperar grandes fotos al final de un proyecto». De ese modo, uno ve el mismo animal cada día, empieza a entender su comportamiento y puede esperar algo realmente excepcional. Los aventureros a veces se alojan en un yate o catamarán, o a veces en un hotel cerca de la costa; varía de un lugar a otro. En la isla rusa de Shantar vivieron en tiendas de campaña durante semanas en una playa.
Aunque suene tan paradisíaco, cabe preguntarse si Korostelev se pone nervioso al estar tan cerca de estos gigantes de las profundidades. No las ve como una amenaza, ya que está en sintonía con su situación. «Las ballenas no son en absoluto peligrosas si no las tocas ni les clavas arpones en el cuerpo», afirma. Pueden ser grandes y estar acolchadas por toneladas de grasa, pero, como usted o yo, prefieren una tierna caricia.
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