El hombre de letras Samuel Johnson dijo una vez: «Depende, señor, cuando un hombre sabe que va a ser ahorcado en quince días, concentra la mente maravillosamente».
Fue en la primavera de 1974 cuando aprendí lo que quería decir esa frase.
Como estudiante graduado en historia europea por la Universidad de Wake Forest, estaba a punto de lograr mi maestría e irme al norte con una beca a la Universidad de Connecticut. Casi había terminado mi tesis, y solo tenía que aprobar un examen de francés para terminar el programa.
El examen, si no recuerdo mal, duraba 60 minutos, y los estudiantes podían presentarse tres veces al examen. Estudié francés durante dos años en la escuela secundaria, algunas de las fuentes que usé en mi tesis estaban en francés, y estaba demasiado confiado. Después de unas pocas horas de estudio, hice el examen y suspendí.
Para el segundo examen estudié un poco más, pero suspendí de nuevo, aunque no lo hice tan mal como la primera vez.
En ese momento mi supervisor, el querido Jim Barefield, pidió que fuera a su oficina. «Si no apruebas el próximo examen», dijo, «no te graduarás y tu beca en Connecticut desaparecerá».
«He pasado por cosas peores», dije.
Esa ceja levantada y la mirada de incredulidad en su rostro fueron inolvidables.
Durante los siguientes 17 días, desde la mañana hasta la noche, no hice más que estudiar francés, me memoricé el vocabulario, leí e interpreté pasajes y caminé por la calle recitando conjugaciones. La posibilidad de perder todo aquello por lo que había trabajado tan duro había, como dijo Johnson, concentrado mi mente maravillosamente.
Me presenté por tercera vez al examen, recibí una puntuación de 90 sobre 100, y para el otoño estaba en Storrs, Connecticut.
Y hasta el día de hoy, aunque nunca me avergonzaría de tratar de conversar en francés, puedo leer un periódico en francés con la ayuda de un diccionario.
El enfoque de la pistola de dispersión
Además del francés, también había estudiado latín durante dos años en la escuela secundaria y durante un semestre en la universidad, leí fuentes primarias en latín en Wake Forest y Storrs (que dejé después de un año por razones personales), y más tarde enseñé latín a estudiantes que eran educados en sus casas. En la universidad, también estudié ruso durante tres semestres. Mi pobre formación en ese idioma y mi propia ineptitud han hecho que ahora solo pueda decir poco más que «Hola», «Adiós», «Te quiero», «No sé», «Gracias» y «No dispares». (Era un colegio militar)
Me imagino que mis experiencias con los idiomas extranjeros son similares a las de muchos estudiantes estadounidenses. Aunque he conocido jóvenes que llegaron a dominar el ruso o el árabe, la mayoría de los que pasamos por el francés, el español o el chino en la escuela secundaria salimos equipados solo con frases comunes y con una corta lista de palabras de vocabulario.
¿Y eso por qué? ¿Por qué tan pocos estadounidenses pueden hablar y comprender un segundo idioma?
Razones del fracaso
En «Why Don’t More Americans Know More Foreign Languages?» (¿Por qué no hay más estadounidenses que sepan más idiomas extranjeros?) Steph Koyfman analiza este déficit. Señala que el aislamiento geográfico y cultural de los Estados Unidos todavía puede jugar un papel en nuestra aversión por aprender otro idioma, pero lo que más llama la atención de nuestro sistema educativo es la escasez de profesores titulados, el fracaso de las escuelas a la hora de hacer hincapié en los idiomas extranjeros —solo 11 estados requieren un idioma extranjero para la graduación— y quizás lo más crucial de todo: la mayoría de nuestros estudiantes no aprenden un segundo idioma mientras están en la escuela primaria.
En muchos otros países, los estudiantes comienzan a aprender un idioma extranjero (generalmente el inglés) durante los primeros años de la escuela primaria. Gracias a este método, salen de la escuela habiendo estudiado un idioma que no es el suyo. No todos estos programas tienen éxito. Los japoneses se concentran en la lectura del inglés y en el aprendizaje de su gramática en lugar de hablarlo para así aprobar los exámenes escritos de las universidades, y los estudiantes alemanes que no asisten al gymnasium (nuestra escuela secundaria) a menudo abandonan la escuela a los 15 años sin ser particularmente competentes en otros idiomas.
No obstante, el hecho de enseñar a los estudiantes a una edad más temprana un idioma extranjero y, por lo tanto, prolongar el número de años que lo estudian, sí da resultados. Aquí citaré el caso de uno de mis estudiantes de latín. Comencé a darle clases de latín cuando tenía 7 años, y justo antes de su decimocuarto cumpleaños, hizo el examen de latín de nivel avanzado y obtuvo una puntuación de 4 de 5 en ese examen, una puntuación superior a la media.
¿Tiene sentido estudiar un idioma extranjero?
Por supuesto. Aquí están algunas de las razones para hacerlo.
Aprender un idioma extranjero pone a los estudiantes en contacto con otro país. Normalmente, los estudiantes que estudian alemán, francés, español o chino obtendrán información sobre la cultura de esas naciones. Mi profesor de francés de la escuela secundaria, por ejemplo, que había pasado un par de años en ese país, nos enseñó canciones francesas, nos contó cuentos de la vida en París, y nos enseñó un poco de historia francesa moderna.
El estudio de un idioma extranjero, como el estudio de las matemáticas superiores o las ciencias, también ejercita la mente, obligando a los estudiantes a pensar de forma más abstracta que en una clase de literatura o historia.
Y el aprendizaje de un idioma extranjero sumerge a los estudiantes en los fundamentos de la gramática. Dado que muchos estudiantes estadounidenses son débiles en esa materia, que a menudo se descuida después de la escuela primaria, un nuevo idioma pone en juego conceptos como la voz del subjuntivo o el uso de un adjetivo como sustantivo.
Los que desean ser profesores añaden fuerza a sus perspectivas de trabajo si su curriculum vitae incluye un segundo idioma. Un ejemplo: cuando enseñaba latín a los niños en sus casas, les decía que si decidían seguir con los idiomas clásicos, se les abrirían las puertas del mundo de la enseñanza. Cinco de esos jóvenes son hoy profesores de latín en escuelas privadas. Esta misma situación es probablemente cierta en general, ya que como nos dice Steph Koyfman, todas nuestras escuelas están solicitando profesores que sepan idiomas.
Finalmente, el hecho de hablar con fluidez otro idioma abre las puertas a la posibilidad de un futuro empleo y aventuras. Nuestro ejército y nuestro cuerpo diplomático siempre están buscando candidatos que hablen con fluidez otro idioma que no sea el inglés o el español, y muchas empresas dan la bienvenida a candidatos que pueden atender a clientes extranjeros en su propio idioma. La joven que conocí y que llegó a hablar ruso con fluidez, se especializó en eso y en historia rusa en la universidad, y trabajó durante varios años en ese país para una empresa estadounidense.
Estas dos últimas razones explican el establecimiento del Día Europeo de las Lenguas. Desde 2001, la Unión Europea ha reservado el 26 de septiembre para celebrar sus diversos idiomas y como día para alentar a sus ciudadanos, tanto jóvenes como mayores, a aprender un nuevo idioma para que puedan disfrutar de mayores oportunidades a la hora de viajar o encontrar trabajo.
Tal vez nosotros los estadounidenses deberíamos hacer lo mismo.
Recursos y ayuda
Ciertamente vivimos en el mejor momento para aprender un segundo idioma.
Podemos conectarnos a internet y leer periódicos de París, ver cualquier video en YouTube, inscribirnos en programas de idiomas extranjeros a través de universidades o colegios comunitarios, y comprar cualquier CD o DVD. Podemos pedirle a nuestra vecina, que pasó parte de su vida en España, que enseñe a nuestros hijos español. Y nosotros mismos, cualquiera que sea nuestra edad, podemos aprovechar estos mismos regalos.
Los recursos en internet son más abundantes que nunca. El Proyecto Live Lingua, por ejemplo, ofrece la posibilidad de aprender de forma gratuita más de 130 lenguas extranjeras, y cada programa ofrece libros electrónicos, videos y audios gratuitos.
O tal vez quiera probar el enfoque que yo adopté hace tanto tiempo. Llenar un escritorio con libros de gramática, encadenarse a una silla (metafóricamente por supuesto), y andar a paso de tortuga durante unas semanas. El método es doloroso, pero a mí me funcionó.
Et Voilà!
En la punta de nuestros dedos están los medios y materiales para aprender un idioma extranjero. Lo que se requiere es el tiempo y la fuerza de voluntad para interiorizar esos recursos.
El «First Year French» (Primer año de francés) de Kathryn O’Brien, el libro de texto que usé hace 55 años, tiene estas líneas en la primera lección:
J’entre dans la salle de classe. Entro en el salón de clases.
Je regarde autour de moi. Miro a mi alrededor.
Je vois les élèves et le professeur. Veo a los estudiantes y al profesor.
Je dis bonjour au professeur. Saludo al profesor.
Je prends ma place. Tomo mi lugar.
Ya sea que seamos jóvenes o viejos, si queremos aprender un idioma extranjero, debemos entrar en el aula, saludar al profesor y sentarnos en nuestro sitio.
C’est facile, ¿eh?
Jeff Minick tiene cuatro hijos y un creciente pelotón de nietos. Durante 20 años, enseñó historia, literatura y latín en seminarios de estudiantes que recibían educación en sus casas en Asheville, N.C. Hoy en día, vive y escribe en Front Royal, Va. Visite JeffMinick.com para seguir su blog.
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