Los vecinos del edificio de Vorónezh, Rusia, se miraban unos a otros con preocupación. Un débil sollozo, casi imperceptible, parecía provenir de las profundidades de la tierra. Al principio, lo ignoraron, pensando que era su imaginación. Pero los lastimeros lamentos se hicieron cada vez más persistentes, como el llanto desesperado de una criatura atrapada.
Fue entonces cuando recordaron algo inquietante: unos días atrás, funcionarios de la ciudad habían reparado la entrada del edificio, tapando un agujero con bloques de piedra y arena. ¿Podría ser que…? No, era demasiado terrible para considerarlo.
Un escalofrío recorrió sus espaldas al unísono. Alguien, o algo, había quedado sepultado bajo los escombros. Con el corazón en la boca, los vecinos se organizaron para investigar, rezando por no encontrar una escena macabra.
Un joven valiente tomó la iniciativa, comenzando a remover los bloques de piedra uno a uno. La tensión era palpable mientras la abertura se hacía más grande, revelando las tinieblas bajo tierra. De repente, unos ojos brillantes les devolvieron la mirada desde el fondo del agujero.
«¡Esta es toda la inmensa diferencia entre ser indiferente o hacer lo correcto, actuar en el momento que se debe hacer!!!», exclamó uno de los presentes, aliviado de que no fuera una tragedia humana.
Con renovada determinación, el joven continuó excavando hasta que una pequeña criatura peluda y temblorosa salió a la luz. Un perrito, apenas un cachorro, había quedado enterrado vivo bajo los escombros durante días.
«¡Bendiciones a ese buen hombre y a toda s las personas que escucharon su llanto!», aplaudió una vecina, abrazando al pequeño sobreviviente contra su pecho.
El cachorro, agotado pero ileso, lamió la mejilla de su rescatador con infinita gratitud. En sus ojos aún brillaba el terror de su encierro, pero también un destello de esperanza renovada.
«¡¡¡No lo puedo creer!!! ¡¡¡Qué barbaridad!!!! ¡¡¡Gracias a Dios, tuvo un final feliz. Millones y millones de gracias por los vecinos que alertaron!!!!», resonaron las voces emocionadas de los testigos.
En ese momento, nadie podía negar el milagro que acababa de presenciar. Un pequeño ser indefenso había sobrevivido contra toda posibilidad, gracias a la compasión y valentía de unos desconocidos que decidieron actuar.
Mientras el cachorro era envuelto en mantas y colmado de mimos, los vecinos se miraron unos a otros con renovado respeto. Porque esa noche, juntos, habían demostrado que la indiferencia no tenía cabida en sus corazones.
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