Sincero consejo de un amigo de Benjamin Franklin sobre su naturaleza orgullosa y dominante

Las 13 virtudes de Benjamin Franklin para el crecimiento personal

Por EPOCH INSPIRED STAFF
02 de julio de 2023 12:28 AM Actualizado: 02 de julio de 2023 12:28 AM

Benjamin Franklin, uno de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, ha dejado plasmado en su autobiografía su «audaz y arduo proyecto de alcanzar la perfección moral».

El humilde líder y sabio estadista, conocido por sus numerosas contribuciones a la humanidad, ha enumerado las 13 virtudes que se le ocurrieron «como necesarias o aconsejables» en su momento para su crecimiento personal, junto con un plan sobre cómo adquirirlas. En el mismo capítulo, Franklin también relata el momento en que su amigo y admirador le ayudó a identificar su orgullo ─una pasión natural del ser humano «tan difícil de dominar», según sus propias palabras─ y cómo hizo caso del sincero consejo y se esforzó por cultivar la humildad.

Lo que sigue es un extracto de «La autobiografía de Benjamín Franklin». Lo ofrecemos con la esperanza de inspirar a nuestros lectores a cultivar un porte reflexivo y compasivo, para que podamos servir bien a nuestras sociedades, nuestras familias y nosotros mismos.

(Dominio público)

Plan para alcanzar la perfección moral

Por esta época concebí el audaz y arduo proyecto de alcanzar la perfección moral. Deseaba vivir sin cometer falta alguna en ningún momento; quería vencer todo aquello a lo que la inclinación natural, la costumbre o la compañía pudieran llevarme. Como sabía, o creía saber, lo que estaba bien y lo que estaba mal, no veía por qué no podía hacer siempre lo uno y evitar lo otro. Pero pronto descubrí que había emprendido una tarea más difícil de lo que había imaginado.

Mientras mi cuidado se empleaba en protegerme contra una falta, a menudo me sorprendía otra; el hábito se aprovechaba de la falta de atención; la inclinación era a veces demasiado fuerte para la razón. Concluí, finalmente, que la mera convicción especulativa de que era nuestro interés ser completamente virtuosos, no era suficiente para prevenir nuestros deslices; y que los hábitos contrarios deben ser vencidos, y los buenos adquiridos y establecidos, antes de que podamos depender de una rectitud constante y uniforme de conducta. Con este fin, ideé el siguiente método. […] Incluí bajo trece nombres de virtudes todas las que en aquel momento se me ocurrieron como necesarias o aconsejables, y adjunté a cada una un breve precepto, que expresaba plenamente el alcance que yo daba a su significado.

Estos nombres de virtudes, con sus preceptos, eran:

1.Templanza. No comas hasta embotarte; no bebas hasta elevarte.

2.El silencio. No hables sino lo que pueda beneficiar a otros o a ti mismo; evita conversaciones triviales.

3.Orden. Que cada cosa tenga su lugar; que cada parte de tus asuntos tenga su tiempo.

4.Determinación. Resuélvete a cumplir lo que debes; cumple sin falta lo que te propongas.

5.Prudencia. No hagas ningún gasto que no sea para hacer el bien a los demás o a ti mismo; es decir, no malgastes nada.

6.Laboriosidad. No pierdas tiempo; ocúpate siempre en algo útil; suprime todas las acciones innecesarias.

7.Sinceridad. No uses engaños perjudiciales; piensa inocente y justamente; y, si hablas, habla como corresponde.

8.Justicia. No agravies a nadie haciéndole daño u omitiendo los beneficios que son tu deber.

9.Compostura. Evita los extremismos; no resientas las injurias tanto como creas que se merecen.

10.Pulcritud. No toleres la suciedad en el cuerpo, el vestido o la habitación.

11.Serenidad. No te alteres por nimiedades ni por accidentes comunes o inevitables.

12.Castidad. Rara vez recurras a la veneración si no es por salud o descendencia; nunca por torpeza, debilidad o daño a tu propia paz o reputación o a la de otros.

13.Humildad. Imita a Jesús y Sócrates.

(Dominio público)

Siendo mi intención adquirir el hábito de todas estas virtudes, consideré que sería bueno no distraer mi atención intentando todo a la vez, sino fijarla en una de ellas a la vez; y, cuando la dominara, proceder a otra, y así sucesivamente, hasta haber recorrido las trece; y, como la adquisición previa de algunas podría facilitar la adquisición de ciertas otras, las dispuse con esa vista, tal como están arriba.

En primer lugar, la templanza, ya que tiende a procurar esa frialdad y lucidez de la cabeza, que son tan necesarias cuando se ha de mantener una vigilancia constante y una guardia contra la atracción incesante de los hábitos antiguos y la fuerza de las tentaciones perpetuas. Adquirido y establecido esto, el Silencio sería más fácil; y siendo mi deseo obtener conocimiento al mismo tiempo que mejoraba en la virtud, y considerando que en la conversación se lograba más por el uso de los oídos que de la lengua, y por lo tanto deseando romper un hábito que estaba adquiriendo de parlotear, hacer juegos de palabras y bromear, que solo me hacían aceptable para compañías insignificantes, di al Silencio el segundo lugar. Esperaba que éste y el siguiente, Orden, me dejaran más tiempo para ocuparme de mi proyecto y mis estudios. La determinación, una vez convertida en costumbre, me mantendría firme en mis esfuerzos por obtener todas las virtudes subsiguientes; la Prudencia y la Laboriosidad, que me liberarían de las deudas que me quedaban y me producirían prosperidad e independencia, harían más fácil la práctica de la Sinceridad y la Justicia, etc., etc. Concibiendo, pues, que […] sería necesario un examen diario, ideé el siguiente método para llevarlo a cabo.

Hice un pequeño libro, en el que asigné una página a cada una de las virtudes. Rellené cada página con tinta roja, de modo que tuviera siete columnas, una para cada día de la semana, marcando cada columna con la letra del día. Crucé estas columnas con trece líneas rojas, marcando el principio de cada línea con la primera letra de una de las virtudes, en cuya línea, y en su columna correspondiente, podía marcar, con una pequeña mancha negra, cada falta que encontraba al examinarla que se había cometido con respecto a esa virtud en ese día.

(The Epoch Times)
(The Epoch Times)

En su autobiografía, Franklin escribe además cómo al principio solo había enumerado 12 virtudes, hasta que un amigo suyo sacó el tema del Orgullo. Narrando cómo identificó su propio orgullo y practicó la humildad, Franklin escribe:

Mi lista de virtudes contenía al principio sólo doce; pero un amigo cuáquero me informó amablemente de que generalmente se me consideraba orgulloso; que mi orgullo se manifestaba con frecuencia en la conversación; que no me contentaba con tener razón cuando discutía cualquier punto, sino que era prepotente y bastante insolente, de lo cual me convenció mencionándome varios ejemplos; decidí esforzarme por curarme, si podía, de este vicio o locura entre los demás, y añadí Humildad a mi lista, dando un significado amplio a la palabra.

No puedo presumir de mucho éxito en la adquisición de la esencia de esta virtud, pero tuve bastante con respecto a la apariencia de la misma. Me impuse la norma de evitar toda contradicción directa con los sentimientos de los demás y toda afirmación positiva de los míos. Incluso me prohibí, de acuerdo con las antiguas leyes de nuestro Ayuntamiento, el uso de toda palabra o expresión en el lenguaje que importara una opinión fija, como ciertamente, indudablemente, etc., y adopté, en lugar de ellas, concibo, aprehendo, o imagino que una cosa es así o asá; o así me parece en el presente. Cuando otro afirmaba algo que yo consideraba un error, me negaba a mí mismo el placer de contradecirle bruscamente, y de mostrar inmediatamente alguna absurdidad en su proposición; y al responder comenzaba observando que en ciertos casos o circunstancias su opinión sería correcta, pero que en el caso presente aparecía o me parecía alguna diferencia, etc. Pronto me di cuenta de las ventajas de este cambio en mis modales; las conversaciones que entablaba eran más agradables. La modestia con que proponía mis opiniones procuraba que fuesen recibidas más fácilmente y con menos contradicciones; me mortificaba menos cuando se descubría que estaba equivocado, y convencía más fácilmente a los demás para que abandonasen sus errores y se uniesen a mí cuando yo tenía razón.

Y este modo, que al principio adopté con cierta resistencia a mi inclinación natural, se me hizo con el tiempo tan fácil y tan habitual, que tal vez durante estos cincuenta años pasados nadie ha oído jamás que se me escape una expresión dogmática. Y creo que a este hábito (después de mi carácter íntegro) se debe principalmente el hecho de que desde el principio tuviera tanto peso entre mis conciudadanos cuando proponía nuevas instituciones o alteraciones en las antiguas, y tanta influencia en los consejos públicos cuando me convertí en miembro; porque no era más que un mal orador, nunca elocuente, sujeto a muchas vacilaciones en la elección de las palabras, apenas correcto en el lenguaje, y sin embargo generalmente defendía mis puntos.

En realidad, quizá no haya ninguna de nuestras pasiones naturales tan difícil de dominar como el orgullo. Disfrázalo, lucha con él, derríbalo, ahógalo, mortifícalo cuanto quieras, pero sigue vivo, y de vez en cuando asoma y se muestra; lo verás, tal vez, a menudo en esta historia; porque, incluso si pudiera concebir que lo he superado completamente, probablemente estaría orgulloso de mi humildad.


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