Para muchos niños, este otoño no se ha sentido como el «regreso a la escuela» de los años pasados. En lugar de eso, muchos se están quedando en casa y asistiendo a clases virtuales indefinidamente.
Según el Centro de Reinvención de la Educación Pública, un centro de investigación no partidista, cerca del 25 por ciento de los distritos escolares de EE. UU. empezaron el año de forma totalmente remota. Esto significa que los niños perderán oportunidades vitales de su desarrollo educativo, social y emocional. Y, como es familiar durante esta pandemia, el impacto será desigual: Los niños de distritos con pocos recursos tienen más probabilidades de convertirse en estudiantes remotos. Estos niños son los más afectados por el cierre de escuelas, dado que es más probable que carezcan de acceso a las tecnologías necesarias y menos probable que reciban ayuda de los padres para su aprendizaje. También perderán el fácil acceso a las comidas escolares.
Pero existe otro daño causado por el cierre de escuelas: la capacidad de un niño para ser físicamente activo. Somos investigadoras de la Universidad Johns Hopkins y estudiamos la actividad física y su impacto en la salud pública. Con base en nuestra investigación, creemos que la pandemia está empeorando las desigualdades de salud entre los niños y ha tenido impactos significativos en su desarrollo físico, social y cognitivo.
Sin clases de gimnasia, ni deportes de equipo
Los niños que no están en la escuela no tienen recreo ni clases de educación física. No van a pie a la escuela o a una parada de autobús. Por lo general, tampoco pueden participar en los equipos o clubes escolares que promueven las actividades físicas (aunque en algunos distritos escolares, los deportes de equipo pueden continuar incluso cuando la educación en persona no lo hace).
Además, los niños han sido tradicionalmente menos activos físicamente en el verano que durante el año escolar, con diferencias notables por raza y etnia. Y dada la penosa trayectoria de la pandemia, no es claro cuándo volverán a estar disponibles esas perspectivas de actividad física.
El Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU. recomienda que los niños entre 6 y 17 años realicen una hora de actividad física moderada a vigorosa por día. Eso puede mejorar la salud física y mental del niño y prevenir la aparición de enfermedades crónicas, incluyendo la diabetes tipo 2, enfermedades cardíacas y algunos tipos de cáncer.
La actividad física y el juego activo también pueden proporcionar alegría a los niños. Al socializar con sus compañeros, encuentran placer en mover sus cuerpo, desarrollar fuerza y su conocimiento físico. Muchos de nosotros recordamos con cariño los momentos de la infancia cuando participábamos en los partidos de fútbol y las carreras hasta que nos cansábamos, un placer que todo niño se merece.
Las escuelas, por supuesto, no son perfectas a la hora de satisfacer las necesidades de actividad física de los niños. La educación física está críticamente subfinanciada, y los niños negros y latinos son los más perjudicados. Aún así, las escuelas ofrecen oportunidades para que los niños se mantengan bien y saludables.
Las comunidades de bajos ingresos son las más perjudicadas
La disminución de la actividad física de un niño no es solo un problema de salud pública. También es una cuestión de equidad.
Antes de la pandemia, los niños de las comunidades de bajos ingresos y las comunidades de color ya estaban experimentando mayores dificultades para acceder a las oportunidades de actividad física. Ya era menos probable que cumplieran con las recomendaciones de actividad física debido a la falta de opciones asequibles. También existen problemas de seguridad, desafíos para el apoyo de los padres y un ambiente de vecindario que no fomenta el juego y la actividad física.
A medida que las actividades se han ido desplazando hacia el exterior para disminuir el riesgo de propagación del virus, estas desigualdades son más notorias que nunca. En muchos casos, los padres de los niños de las comunidades de bajos ingresos son trabajadores esenciales que no pueden estar en casa para apoyar el aprendizaje o la actividad física. Con frecuencia, no tienen patios traseros privados para jugar, y los espacios públicos suelen ser inadecuados.
El clima plantea barreras adicionales. Debido a que hay menos espacios verdes y árboles, los barrios de bajos ingresos tienden a ser más calurosos en el verano, a veces de manera significativa, que los barrios de altos ingresos de la misma ciudad. También tienen una calidad de aire más pobre. En invierno, muchas familias no pueden costear un lugar cálido, lo que dificulta los juegos al aire libre.
Promoviendo el juego al aire libre
Estos no son problemas intratables. Existen soluciones para promover el juego activo de un niño al aire libre. Algunas estrategias funcionan en todos los entornos, aunque en las zonas urbanas, suburbanas y rurales se tendrán que variar los enfoques. Pero en todos los casos, es esencial que los niños tengan la ropa y la alimentación que necesitan para jugar al aire libre en cualquier tipo de clima.
En primer lugar, el juego supervisado puede se puede realizar en los patios de las escuelas que no se utilizan mediante políticas como los acuerdos de uso conjunto. Esto no debería ser un gran esfuerzo, dado que las escuelas suelen estar en lugares centralizados y ya apoyan el juego activo.
En segundo lugar, muchas ciudades de todo el mundo han aumentado el acceso a los espacios públicos durante la pandemia. Han cerrado calles enteras y carriles de circulación y los han sustituido por zonas para actividades. Estos esfuerzos se pueden ampliar para centrarse en los niños mediante la creación de espacios especializados para juegos infantiles. Esto ya ocurría antes de la pandemia: iniciativas como Play Streets (calles de juego), en las que se cierran las manzanas de los barrios para promover la recreación, se estaban haciendo populares. Esto puede ser un modelo, aunque con garantías adicionales incorporadas para promover el distanciamiento físico.
La pandemia ha creado desafíos previamente inimaginables para muchos de nosotros. La salud y el bienestar de los niños, en particular para aquellos que se enfrentan a barreras significativas, esto debe ser una prioridad.
Katelyn Esmonde es una becaria de postdoctorado en la Universidad Johns Hopkins, y Keshia Pollack Porter es profesora de salud pública en la Universidad Johns Hopkins. Este artículo fue publicado por primera vez en The Conversation.
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