El peso argentino ha perdido un tercio de su valor en relación con el dólar estadounidense en el lapso de tres meses y los argentinos ya han estado en este baile. Durante siete décadas, Argentina ha abordado sus problemas sociales y económicos con un masivo intervencionismo estatal y un gasto deficitario, financiado por la imprenta. El resultado siempre ha sido el mismo: el estancamiento económico y la inflación.
Ahora Argentina tiene una de las economías menos libres del mundo y algunos de los impuestos más complicados y más altos. Además, el impuesto de inflación oculto ha sido brutal, 50 por ciento anual entre 1934 y 2012.
Como ha escrito la revista The Economist, «el problema con los salvadores es que, tarde o temprano, los países tienen que tratar de salvarse de ellos mismos». Argentina tiene que salvarse del Peronismo, un legado que dejó el ex presidente, general militar y «salvador» Juan Domingo Perón (1895-1974). Otras personas también lo pueden llamar un nacional socialista o fascista.
Como Argentina nunca se integró a los movimientos socialistas internacionales y el estatismo y el intervencionismo siempre tuvieron una inclinación nacional más que internacional, de eso es de lo que Argentina necesita salvarse.
La alternativa para librar a Argentina del Peronismo es más de lo mismo. Los argentinos sufrirán bajo una economía atascada y enfrentarán más humillación mientras suplican al Fondo Monetario Internacional que les den préstamos.
La esencia del peronismo
Definir el Peronismo puede ser difícil, ya que proviene de un político en lugar de una filosofía política. Es una mezcla peculiar de justicia social, aislacionismo y patrocinio político impulsado por el déficit. Perón viajó a Italia en la década de 1930 –en ese entonces una dictadura fascista– y aprendió de Benito Mussolini. En el frente interno, como Ministro y luego como Presidente, formó alianzas con los sindicatos de trabajadores y repartió un inmenso número de empleos gubernamentales.
Las dos principales manifestaciones del Peronismo, por lo tanto, son el dominio sindical de la economía y un Banco Central politizado. Además, el comercio centralmente planificado atascó los puertos, lo que llevó a la calificación de Argentina con un 0,29 sobre 10 en apertura comercial, según KPMG. Intente enviar cualquier cosa a Argentina, pronto verá las demoras arbitrarias y los exorbitantes aranceles de importación.
Las huelgas de los trabajadores, generalmente violentas y paralizantes, son un deporte nacional en Argentina –después del fútbol, por supuesto– como observé durante mi año en la Patagonia. Argentina lidera América Latina en número de huelgas –1235, solo en 2015– y en el porcentaje de la población que participa.
The Independent Review, una revista de economía política, ha publicado una extensa crítica al Banco Central de la República Argentina. Los coautores, Nicolás Cachanosky y Adrián Ravier, señalan que su mandato contraproducente para la «equidad social» y el «hecho de que el [Banco Central] no puede o no está dispuesto a gestionar de manera eficiente el suministro de monedas es –o debería ser– indiscutible».
Dado este dudoso mandato del Banco Central, Argentina tiene una de las tasas de inflación más altas del mundo, con un 32 por ciento anual, según lo documentado por Troubled Currencies Project. Para echar sal en la herida, el Instituto Nacional de Estadística y Censos inventó durante muchos años tasas de inflación oficiales muy por debajo de las tasas reales.
Como contramedida, el congelamiento de precios obligatorio a nivel nacional deja a las estanterías de los supermercados vacías de muchos productos debido a que la fijación de precios hace que para los productores sea imposible suministrar el producto a un precio inferior al del mercado.
El epítome de la negación de la inflación se produjo a principios de esta década cuando los funcionarios argentinos fijaron el precio del Big Mac de McDonald’s. El Big Mac Index es una métrica internacional irónica que compara los niveles de precios internacionales al comparar el precio de un Big Mac en diferentes países. Como Argentina quería lucir más barata, los funcionarios fijaron el precio.
Pero el momento de la negación llegó a su fin, y tanto los votantes como los políticos deben reconocer que la inflación proviene directamente del gasto deficitario.
Un cambio posible
La buena noticia es que el cambio es posible, y la liberalización de Nueva Zelanda de la década de 1980 sería un ejemplo a seguir. En ese momento, la colonia británica se enfrentó a una crisis fiscal similar, pero salió más fortalecida que antes.
La receta no necesita ser muy complicada. Consideremos lo que uno hace cuando enfrenta su propia crisis fiscal. Puedes duplicar y buscar más crédito –lo cual retrasa y empeora el dolor inevitable– o puedes recortar los gastos, trabajar más y liquidar tus activos hasta que tus deudas estén bajo control.
Argentina debe hacer esto último.
El primer paso, necesario pero no suficiente, es la dolarización flexible, como defienden Cachanosky y Ravier. Ellos coinciden con Steve Hanke, de la Universidad John Hopkins, en que el peso argentino debe ser reemplazado por el dólar estadounidense o cualquier moneda –o incluso criptomoneda– que prefieran las empresas privadas. Esta política de dinero fuerte y baja inflación haría posible que las empresas nuevamente planeen y produzcan de manera efectiva y podría contener la especulación desenfrenada y el arbitraje inflacionario.
Ecuador hizo esa transición con éxito, y eliminar el Banco Central pondría fin a la elevada inflación y los déficits financiados por la expansión monetaria. Argentina ya ha experimentado una insidiosa dolarización, ya que la gente vincula bienes costosos y contratos con el dólar estadounidense. Bitcoin también es enorme en Argentina, ya que se usa para evadir los controles de capital y como una reserva de valor.
El segundo paso crucial son las reformas de rápida implementación para hacer que Argentina sea competitiva en el escenario mundial, y los recortes serios al gasto gubernamental. Un ingrediente crítico será poner fin a los monopolios sindicales para cada industria y la liberación del mercado laboral, ya que contratar a alguien en una Argentina altamente protectora evoca responsabilidades similares a la adopción de un niño. Los sindicatos dominan el discurso político, se interponen en el camino de la competitividad económica y disuaden a la inversión extranjera.
El presidente Mauricio Macri ya comenzó a implementar algunas de estas reformas, pero los sindicatos han dificultado cada paso del camino y el gobierno no pudo resistir la tentación de utilizar la imprenta del Banco Central para cubrir los déficits en los ingresos.
«¿Cómo puede Argentina hacer lo que hizo Nueva Zelanda?», me preguntaron una vez amigos en las afueras de Buenos Aires. En otras palabras, ¿cómo puede ser esto políticamente factible?
Razones para el optimismo
Hay razones para el optimismo. Las clases políticas enclavadas y las facciones protegidas son el problema, no el pueblo argentino. En la década de 1990, el pueblo apoyó al presidente Carlos Menem en los esfuerzos por deshacer gran parte del legado peronista, a pesar de que anteriormente se había postulado como peronista.
Sin embargo, presentó medidas a medias y acuerdos de privatización corruptos. Brindó protecciones monopólicas y otras garantías, como subsidios, a los nuevos dueños e incluso utilizó los ingresos únicos derivados de las privatizaciones para financiar programas sociales, en lugar de pagar deudas. Sin desregulación ni competencia, las supuestas privatizaciones fueron puro favoritismo. Entonces la gente apoyó las ideas correctas, pero el Presidente no cumplió.
En 2015, la gente votó nuevamente por el cambio y por una política económica sólida con la coalición Cambiemos de Macri. Él aceptó un crédito de 50 mil millones de dólares del FMI, que incluye estipulaciones limitadas de austeridad fiscal. Sin embargo, la pregunta pendiente es si él irá hasta el final para atacar los problemas estructurales de la economía.
Para que Macri tenga éxito, Roger Douglas, ex ministro de finanzas y principal arquitecto de la liberalización de Nueva Zelanda, dice que «no pestañee». No pueden haber excepciones o favoritos de la industria, y las reformas se deben hacer de modo rápido y generalizado. De esa manera no puede haber reclamos de injusticia, y los líderes de la reforma seguirán disfrutando de la aprobación de los votantes.
Si avanzan por el camino del medio o incluso de manera corrupta como Menem, el movimiento de Macri pronto flaqueará y Argentina volverá a caer en los viejos patrones de crisis financiera y económica.
Fergus Hodgson es el fundador y editor ejecutivo de la publicación latinoamericana de inteligencia Antigua Report. También es editor de Gold Newsletter y editor en jefe del American Institute for Economic Research.
Las opiniones expresadas en este artículo son opiniones del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de La Gran Época.
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