En el interior de un hospital chino recién clausurado, considerado como el último foco del brote de COVID-19, las enfermeras sobrecargadas de trabajo se enfrentaron a gritos con los médicos exigiendo medidas básicas de protección.
En algunas universidades chinas, los estudiantes rompieron a llorar después de que algunos fueran encerrados en sus dormitorios sin acceso a agua ni a aseo.
En otros lugares, en algunos departamentos de alquiler, los inquilinos se sorprendieron al enterarse de que tenían que hacer las maletas en cuestión de horas porque lo que consideraban su hogar se convertiría en instalaciones de cuarentena.
A lo largo de la última semana, surgieron escenas de exasperación en diversas partes de China mientras las autoridades luchaban contra la variante «omicron sigilosa» que ha impulsado el supuesto peor brote del país desde que comenzó la pandemia hace dos años. Entre las regiones afectadas se encuentra el centro tecnológico de Shenzhen, en el sur del país, cuyos 17.5 millones de habitantes fueron puestos en confinamiento. La ciudad de Dongguan, en el sureste de China y la provincia nororiental de Jilin, con 10 y 24 millones de habitantes respectivamente, también fueron objeto de órdenes de cierre.
En menos de dos semanas, desde el 1 de marzo, China ha notificado más de 10,000 casos de COVID-19 en la mayoría de las provincias, dijo el 14 de marzo Lei Zhenglong, vicedirector de la Oficina Nacional de Control y Prevención de Enfermedades, añadiendo que en algunos distritos los brotes siguen extendiéndose a una «velocidad acelerada».
Los críticos han sido durante mucho tiempo escépticos con las cifras oficiales de Beijing relacionadas con el virus causante de COVID-19, citando la práctica rutinaria del Partido Comunista Chino de suprimir la información que perjudica su imagen y su necesidad de mantener la narrativa propagandística de que el régimen está manteniendo la pandemia bajo control. En este contexto, la cifra que dio Lei es la más alta registrada en el país desde abril de 2020.
«Es imposible que sea exacto», dijo a The Epoch Times un residente de Changchun, donde 9 millones de habitantes están encerrados en sus casas desde hace tres días, refiriéndose al recuento oficial de infecciones de Beijing.
Mientras la mayoría de los países aprenden a convivir con el virus, China continental se encuentra entre los últimos remanentes de la política de «cero contagio», a pesar de las crecientes dudas sobre si el objetivo sería alcanzable alguna vez y de la preocupación por su creciente costo para la economía.
El lunes, Lei insistió en que el enfoque, que el régimen ha etiquetado recientemente como «COVID-cero dinámico», es para ser «totalmente eficaces».
«Tenemos que actuar antes, más rápido, más estricto y más a fondo en la respuesta a los brotes porque el virus ómicron es escurridizo y se propaga rápidamente», dijo Lei.
«También tenemos familia»
Las nuevas normas hicieron que las autoridades aplazaran las pruebas académicas y los controles de los funcionarios y que más de media docena de ciudades suspendieran las clases presenciales. Muchas instituciones superiores también están prohibiendo a sus estudiantes salir de los establecimientos.
La tensión se está notando entre la población en general.
En el Sexto Hospital Popular de Shanghai, que se cerró después de que un paciente diera positivo en la prueba de COVID-19, una emocionada enfermera se enfrentó a un médico que le pidió que atendiera a los pacientes con COVID-19 a pesar de no tener el equipo de protección adecuado. El médico le había dicho que «COVID-19 no es una enfermedad contagiosa» y al parecer golpeó a un enfermero que se negó a obedecer.
«Ya que afirma que no es contagiosa, quítese la mascarilla», le gritó la enfermera a un hombre que se encontraba frente a ella y que llevaba un traje completo de protección contra riesgos y una mascarilla transparente, según un vídeo que se hizo viral en la Internet china.
«Puede preguntarnos a todas las enfermeras de aquí, la mayoría tomamos pastillas para dormir», dijo a continuación indicando que se levantan a las 4:30 de la mañana para comprobar la salud de los pacientes y duermen sobre tablas de papel. «Mi pulso es de 120 como mínimo (…) también tenemos familia».
Cuando las autoridades de Guangzhou, una ciudad portuaria del sur, cerraron una exposición a mitad de su recorrido al identificar un caso del virus y encerraron a unos 50,000 visitantes en su interior para realizar pruebas masivas de detección del virus, algunos treparon por las vallas para poder salir.
«Es irrisorio»
También se produjeron reacciones negativas cuando los funcionarios de Shanghai desalojaron a inquilinos sin previo aviso para dejar espacio para poner en cuarentena a los contactos del virus.
Li Min, que alquiló un apartamento en el lujoso distrito de Xuhui, dijo que ella y otros 100 trabajadores, en su mayoría oficinistas, sólo tuvieron un plazo de dos horas el 10 de marzo para abandonar el edificio.
Al principio se mostró incrédula.
«Esto no es un hotel, es un apartamento. Algunos llevamos viviendo aquí tres o cinco años. Para nosotros, esto es nuestro hogar», dijo Li en una entrevista, utilizando un alias al hablar con los medios de comunicación.
Los residentes empezaron a protestar por todos los canales disponibles, llamando a la policía y a los funcionarios del comité vecinal y finalmente las autoridades ampliaron el plazo hasta la medianoche. Los residentes tuvieron que pagar todos los costos de la mudanza de su propio bolsillo sin «ni un céntimo de compensación», dijo Li a The Epoch Times.
«Si al menos nos dieran dos días de plazo, todos lo entenderíamos», dijo. «Pero pusieron tal actitud(…)¿por qué nos echan así como si fuéramos indigentes?».
Un funcionario de la Administración Municipal de Cultura y Turismo de Shanghai le dijo a Li que no serviría de nada quejarse a las autoridades porque la mitad de los funcionarios de su distrito estaban en cuarentena. Su mejor opción era «mudarse lo antes posible», le dijo el funcionario.
Un miembro del personal del gobierno del distrito de Xuhui dijo que «tienen normas de no divulgación y no pueden revelar esa información», tras ser consultada en una llamada con The Epoch Times sobre las afirmaciones de Li respecto a que los funcionarios locales están en cuarentena.
«No me lo ponga difícil», dijo la empleada.
Los funcionarios del distrito se disculparon más tarde por lo ajustado del plazo, diciendo que estaban «bajo una importante presión» para contener el virus y «a contrarreloj».
Li colocó apresuradamente algunas de sus 20 cajas de cosas empaquetadas en casa de sus amigos y planea alojarse en un hotel cercano a su lugar de trabajo durante una semana mientras busca un espacio de apartamento más permanente.
«Es irrisorio», dijo sugiriendo que las políticas del gobierno son más políticas que prácticas.
«No quieren hacer pública la información», dijo a continuación, añadiendo que sería una mala imagen para las autoridades de Shanghai admitir todo el alcance del brote.
El director de marketing de un hotel de Shanghai, Zhou Bin (alias), pareció estar de acuerdo.
«El brote ha afectado mucho a la economía de Shanghai debido a la política de COVID-cero», dijo Zhou a The Epoch Times. «Esta política está enganchada a la carrera de los funcionarios locales».
Con la contribución de Chang Chun y Luo Ya
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