Mientras Venezuela implosiona ante nuestros ojos, uno no puede subestimar la destrucción, el sufrimiento y el engaño derivado del socialismo en América Latina.
La planificación económica centralizada del socialismo y las violaciones de los derechos de propiedad han traído pobreza aplastante a Cuba, hiperinflación y caos a Venezuela y degradación moral a la Argentina. Para mantener este sistema inhumano de redistribución forzada y monopolización -que la gente no quiere, resiste o escapa- los regímenes de toda América Latina recurrieron a dictaduras, como en Nicaragua, o a flagrantes violaciones de la libertad de expresión y afiliación, como en Ecuador y Bolivia.
La prueba está a la vista: los latinoamericanos continúan escapando en masa a América del Norte y Europa, la mayoría nunca regresa a su país de origen. Más de 600.000 venezolanos huyeron de la dictadura desde que Hugo Chávez tomó el poder en 1999, y son los primeros en solicitar asilo en Estados Unidos y España.
Los oprimidos de Centroamérica y el Caribe escapan en balsas improvisadas y a pie, recorriendo a menudo rutas suicidas como el “Tren de la Muerte” a través de México. Las mujeres esperan ser violadas a lo largo del camino e incluso adoptan el control de la natalidad como una medida preventiva. (Ver La Bestia y 7 Soles de Pedro Ultreras.)
Los latinoamericanos no solo se van, también lo hacen los inversionistas extranjeros, si es que alguna vez consideraron la región a la hora de invertir. Después de 500 años de opresión estatal, estas economías se encuentran hambrientas de capital humano y físico, luchando con niveles de pobreza y anarquía inconcebibles para la mayoría de las personas en el mundo desarrollado. Con escasas excepciones como en Chile, tienen pocas opciones más que depender de la extracción de sus recursos naturales, si bien los ingresos nacionalizados se desvían a fomentar la corrupción, a mantener derechos insostenibles, a invertir en proyectos privilegiados y totalmente improductivos.
Gobierno autoritario
Las naciones latinoamericanas han llevado el socialismo a su conclusión lógica – un régimen autoritario.
Dale una mirada a los rankings de libertad económica y facilidad para hacer negocios. Encontrarás a Venezuela, Argentina, Ecuador y Bolivia clasificados como “menos libres” por el Instituto Fraser de Canadá. Los que están en el corazón de la Alianza Bolivariana socialista son los peores, y Cuba ni siquiera puede ser clasificada. Apenas tiene un sector privado del que hablar, y cualquier organización con integridad se niega a convalidar las estadísticas falsas del régimen.
Algunos idiotas entre los líderes políticos canadienses y estadounidenses veneran a socialistas violentos como Ernesto “Che” Guevara, Fidel Castro y Chávez; como la primera ministra de Alberta, Rachel Notley, y el senador estadounidense Bernie Sanders. Sin embargo, el sector privado en estos dos países tiene suficiente poder para al menos detenerlos y mantenerlos a un lado.
Lo mismo no puede decirse de muchas naciones latinoamericanas, donde los gobernantes no sólo admiran a la guerrilla marxista, sino que son guerrilleros marxistas. En los últimos tiempos, considera cuántos jefes de Estado latinoamericanos lucharon en la ola de violencia guerrillera de los años setenta y ochenta con el apoyo de los soviéticos y los cubanos. La lista incluye: Salvador Sánchez Cerén en El Salvador, Daniel Ortega en Nicaragua, José Alberto “Pepe” Mujica en Uruguay, y Dilma Rousseff en Brasil. Aunque no fue una guerrilla per se, Hugo Chávez también instigó dos golpes de estado contra su propio gobierno en la década de 1990.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia llevan medio siglo librando una guerra marxista-terrorista contra el pueblo y el Estado, financiando sus operaciones con extorsión y narcóticos. Ahora como parte del “acuerdo de paz” quieren, y probablemente obtendrán, escaños parlamentarios garantizados en el Congreso de la República de Colombia.
Propaganda
¿Debemos sorprendernos cuando estas personas piensan que la violencia y la fuerza son el camino hacia la prosperidad? La verdadera sorpresa es que hay todavía algunos que compran las mentiras de los socialistas y comunistas latinoamericanos.
En palabras del premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa, “Cuando la realidad es inaceptable, la ficción es un refugio”. Aquí es donde el juego de la culpa y la máquina de propaganda son necesarios. La Alianza Bolivariana y naciones afines de la región, pagan generosamente para que la empresa venezolana de medios de comunicación Telesur difunda el engaño socialista y cubra sus culpas. Toda la destrucción económica es culpa de otra persona, del otro.
Pero Telesur es casi benigno en comparación con los niveles absurdos de supresión de la libertad de expresión que hay en todo el continente. Esto incluye multas por publicar y no publicar historias, el cierre de ONGs de vigilancia, centros de trolls para intimidar a los disidentes, e incluso la exigencia de que los trabajadores del gobierno asistan a las marchas y elogien a sus mandatarios, sin mencionar la eventualidad de ir a prisión por asistir a las marchas de los disidentes.
El final del camino es Cuba, admirada por tantos socialistas de toda América Latina y ahora bajo el reinado de Raúl Castro, el hermano menor de Fidel. Si uno se opone públicamente al régimen, lo que le espera es terminar en la cárcel o asesinado como sucedió con el padre de mi amigo, Oswaldo Payá, un activista pacífico por la democracia.
Los pequeños tiranos del régimen son tan hostiles a que la verdad salga a la luz sobre su paraíso socialista que arrestaron a un grupo de mujeres, las Damas de Blanco. ¿Cuál es su crimen? Estas esposas y familiares de presos políticos marchan por las sucias y quebrantadas calles de La Habana rumbo a la iglesia llamando la atención sobre la injusticia. En Cuba como en China, la verdad es algo que los socialistas y comunistas no pueden manejar.
Fergus Hodgson es el fundador y editor ejecutivo de la publicación latinoamericana Antigua Report. También es editor itinerante de Gold Newsletter y editor gerente del American Institute for Economic Research.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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